Alemania mantiene inerte a la UE

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La reciente cumbre de junio de la UE ha mantenido el tono de anquilosamiento de los últimos años, vigilada muy de cerca por Alemania. En una coyuntura de recesión interna y con graves desequilibrios macro y microeconómicos, las resoluciones de la UE en materia de economía real, especialmente en lo referente al paro juvenil, parecen una broma.

Había mucha expectación en España, tras la parafernalia del Pacto de Estado entre PP y PSOE sobre el alcance de los acuerdos posibles, jactándose los firmantes que Rajoy llevaba un mandato para un cambio de política económica al seno de la ortodoxia macroeconómica y monetaria, es decir, al núcleo del binomio BCE-Alemania. Este mandato consistiría en que Alemania, y por tanto la UE, harían del crecimiento y del desempleo los verdaderos ejes de toda la acción política. Como segundo gran objetivo, la UE se había propuesto avanzar en la Unión Bancaria, solventando el espinoso aspecto de la liquidación de bancos en caso de quiebra. Y finalmente, los mecanismos financieros para que el crédito pueda fluir entre las PYMES, algo que, de nuevo, ha quedado en agua de borrajas.

La posición de Alemania, teniendo en cuenta que en septiembre hay elecciones, ha devuelto a la realidad a los ilusos del famoso pacto de Estado en España. Alemania se niega a que la UE gire su política hacia el crecimiento y el empleo, lo que supondría una política fiscal contracíclica y una política financiera y monetaria distinta a la actual, lo que sin duda mantendrá a España en una posición de liderazgo en el ranking del desempleo y la atonía económica, salvando a los desahuciados Grecia y Portugal. La falta de liderazgo efectivo del polo opositor, que debía encabezar Francia, junto a Italia y España, permite a Alemania mantener su obstinación en la ortodoxia neoclásica del ahorro, austeridad y reducción de salarios y rentas para el sur de Europa, lo que unido a la disciplina fiscal, garantiza la atonía del consumo y el crédito para este conjunto de economías.

Esta política de no crecimiento está circuncidando las posibilidades del bloque europeo, frente a los bloques norteamericanos o japoneses, que mantienen políticas monetarias expansivas de verdad, aunque con riesgos de burbujas, pero políticas fiscales y presupuestarias expansivas. Hasta ahora, Alemania ha podido surfear la crisis por su monopolio exportador, aprovechándose del tirón del consumo en EE.UU y América Latina. Estos bloques, muy intensivos en consumo privado, mantenían la economía alemana, a pesar de que su demanda interna se mantenía plana. Con un porcentaje del 56% del PIB de su sector exportador, Alemania sí es una economía eminentemente abierta que depende de forma significativa del consumo de los demás, y por eso ha mantenido hundidos a sus vecinos del Sur, hasta que ha podido colocar toda la deuda de sus bancos en el BCE, ya que tenía socios sustitutivos.

Con la llegada de la ralentización de los países asiáticos, especialmente China, Alemania ha empezado a sufrir en sus carnes la caída del consumo interno de estas economías y su sector empresarial comienza a renegar de las políticas de deflación interna en los potenciales clientes en la propia Europa.

Pero el miedo y la propaganda puesta en marcha por los hooligans en el país germano y sus socios seguidores, Finlandia, Holanda o Austria, mantienen el pulso a la lógica económica de lo dañino de estas políticas de oferta en presencia de recesión de balances. Por esto, el enésimo anuncio de los 6.000 millones de euros para el empleo juvenil, casi 2.000 millones para España, no deja de ser una anécdota en un oasis de recesión en el mercado laboral español, y europeo en general. Estos fondos, que nadie sabe si ya se han utilizado, ni de dónde proceden, apenas aliviarán la presión del desempleo que amenaza a muchas economías a una recesión estructural a la japonesa. No se atisba en el horizonte ningún cambio en la demanda interna, ni en las necesidades de formación para recualificar a todos los afectados. Por otro lado, el BCE sigue sin articular una verdadera acción tendente a la compra directa de bonos privados, ni tampoco en una verdadera política de restructuración de deuda.

Esta inacción política y económica no terminará con las elecciones alemanas y,  por tanto, no se espera un punto de giro en la profunda sima económica en la que están los países del sur de Europa, por supuesto a pesar del enorme esfuerzo en vender el pacto PP-PSOE como un antídoto para combatir el sesgo neoclásico de Alemania y compañía.

En el otro gran aspecto, la Unión Bancaria, se han dado pasos pequeños, pero positivos, especialmente en la solución a las crisis bancarias. Por fin, la UE sanciona el sentido común y señala quien tiene que pagar los costes de la mala gestión bancaria: accionistas y bonistas, dejando, de momento, a los depositantes a salvo. Esta fórmula, utilizada ya en crisis bancarias anteriores, como en Suecia en los 90, es la que más respeta la equidad y la que menos recursos públicos utiliza. Sin embargo, no hay que bajar la guardia ante los posibles atropellos que pueden sufrir los consumidores. La lentitud y las reticencias de Alemania a plasmar en el comunicado final el concepto de Unión Bancaria no permiten ser optimistas respecto a una solución final en estos términos, puesto que el lobby bancario alemán es muy reticente a aceptar pagar con la deuda senior la mala praxis de sus gestores.

En lo que España puede estar contenta es en lo referente a lo obediente del gobierno ante las presiones de Bruselas respecto a la política fiscal. La presión para subir la imposición indirecta en impuestos especiales, y la adopción de nuevas tasas medioambientales, sigue en la línea de elevar la presión fiscal y aumentar, supuestamente, la recaudación. La realidad muestra que la mayor parte de figuras fiscales, cuyos tipos han sido elevados, no han podido cumplir sus expectativas. La atonía del consumo y la inversión privada están tirando por tierra el discurso del ejecutivo en materia fiscal. La troika mantiene su férreo control sobre los presupuestos españoles y consagra la intervención externa de facto, vaciando de contenido la política en España. La prueba es que aquí solo se aprueban reales decretos, a golpe de recomendación de Bruselas. Lo triste es que el PSOE, la única alternativa factible de gobierno, se haya adherido a este suicidio político y económico.

 (*) Alejandro Inurrieta es economista y director de Inurrieta Consultoría Integral.
1 Comment
  1. juan gaviota says

    Completamente de acuerdo con su articulo, la pregunta del millón es ;Si todo el mundo sabe que con esta política genocida ,no salimos del abismo ¿Porque le seguimos chupando el culo a la señora merkel y asociados?

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