España sin gobierno y sin oposición

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Jesús Cuadrado *

Con un “es su credibilidad lo que está en duda” golpeó Rubalcaba a Rajoy en el debate sobre Bárcenas. Tiene toda la razón, pero hay un problema, que tanta falta de credibilidad tiene el presidente del gobierno como el líder de la oposición, como muestran las encuestas con ese insistente rechazo del 90%, en un caso, y del 80%, en el otro. Y, ciertamente, es difícil alcanzar menos credibilidad que Rajoy en ese debate, en el que, instalado en el puro cinismo, se dedicó a lanzar falacias tan elementales que convirtió el hemiciclo en un aula de parvulario. Las más burdas, las que consistían en una simple sustitución del lenguaje político por el judicial, con frases como “son los jueces los que tienen que hablar”, “no me puedo defender de hechos aún no juzgados”, “la carga de la prueba corresponde al que acusa”, y tantos recursos de charlatán extraídos de la floreciente industria nacional de la pedrería retórica, luego reproducidos por los afines en cada tertulia. Inolvidable ese “un renglón escrito al vuelo en un papel arrugado”. Una patética escenificación, sí, de un presidente del gobierno al que nadie cree, pero con una alternativa enfrente a la que la gente aún cree menos.

Así, terminado el debate, las encuestas volvían a levantar acta notarial del estado catatónico que padece el país. Una de la Ser, por ejemplo, certificaba el grado de hastío al que ha llegado la ciudadanía y, a la vez, el desconcierto que produce la ausencia de alternativa a este estado de catástrofe. Qué escenario, con un país sin gobierno y sin opción de recambio, como vuelve a reflejar la última oleada recién publicada del CIS; Rajoy hundido en el descrédito con un rechazo del 85% del total de encuestados, 58% entre los que votan al PP, y Rubalcaba con la desconfianza del 90%, un 74% entre los propios votantes del PSOE. Cierto, los españoles dicen, alto y claro, “váyase, señor Rajoy”, pero, no menos alto ni menos claro, “váyase, señor Rubalcaba”. Si en democracia es esencial el derecho de los ciudadanos a contar con una alternativa cuando se hunde el gobierno, en España está fallando esa clave de arco. Un sistema político para el desguace, y no es la primera vez que ocurre en nuestra historia reciente.

Si leemos hoy el discurso que pronunció Joaquín Costa en 1900 en el Círculo Mercantil de Madrid, “Quiénes deben gobernar después de la catástrofe”, constataremos hasta qué punto este país suspende una y otra vez la asignatura de historia. Impresiona comprobar que siguen estando totalmente vigentes hoy las dramáticas preguntas que se hacía Costa hace más de cien años sobre el sistema político de España. Acusaba a las “clases directoras” de causar los infortunios que vivía la Nación, les exigía “exculparse y rehabilitarse” y decía que “había que hundir el cuchillo en la gangrena hasta el mango, y ni las Cortes ni el Gobierno se han atrevido ni siquiera a mondar la corteza”. O que España necesitaba revulsivos para salir del colapso, pero “le han dado, por el contrario, cloroformo”. Y, según Costa, ¿qué necesitaba el país para escapar de esa trampa? Acometer la transición económica imprescindible para el país, “aumentando la potencia productiva”, simplificando normas, combatiendo la falsificación y el fraude, o con la apertura de nuevos mercados en el extranjero; “abaratar la patria” con la poda de tantos órganos administrativos inútiles y engolfados, disminuyendo, dice, “el número de capitanías, audiencias, provincias y diócesis” (cómo no pensar en las diputaciones de hoy); implementar medidas para distribuir la riqueza y, aunque aún no existía el índice de Gini que hoy retrata un país cada día más desigual, Costa se refiere a la “deuda de sangre contraída” con los más humildes; democratizar el sistema “extirpando el caciquismo” que, entonces como hoy,  corrompía toda la política; centrar al país en la educación y en la innovación, “poniendo el alma entera en la escuela”, “prendiendo fuego a la vieja Universidad”, e imitando a la Europa que tenía éxito. Urgencias, ayer como hoy, imposibles de afrontar desde un sistema político averiado.

La historia no se repite, pero puede arrojar luz sobre los dilemas del presente. Joaquín Costa sugiere varias posibilidades para salir de la parálisis, pero todas pasarían por regenerar la política corrompida con los partidos “del turno”, por conjugar el verbo dimitir y, así, refiriéndose a la necesidad de renovación de la casta política, dice que “en vez de jubilarse ellos, han preferido que se jubile la Nación, la cual es tenida ya en Europa como fuera de servicio”. Y, como hoy, también a la prensa extranjera le asombraba la clase política española: “de cuantas desgracias amenazaban a España, la más grave era la de seguir gobernada por sus actuales políticos”, citaba Costa del New York Herald, a la vez que envidiaba, como nos ocurre hoy, a “las naciones sanas y robustas de Europa, que supieron curarse a tiempo de los achaques que nosotros padecemos”. En fin, que seguimos en las mismas un siglo después, esperando que lideren los cambios quienes están interesados en que nada cambie, creyendo en los milagros.

Si tuviera que señalar un discurso actual que pudiera equipararse al de Joaquín Costa, elegiría el libro de Antonio Muñoz Molina, “Todo lo que era sólido”. Me interesa, sobre todo, su apelación a la necesidad de recurrir al “vigor de la ciudadanía”, a la capacidad individual para disentir, más allá de la dependencia de la tribu, del propio rebaño político en el que, como si de una iglesia se tratara, cada uno nos alineamos, como se puede comprobar cada día en cada debate, en cada tertulia. Y, como él dice, aún a riesgo de quedarse sólo. Tiene razón Muñoz Molina al señalar que la democracia tiene que ser enseñada porque no es algo natural, que una tradición democrática no se improvisa, como se puede ver con sólo contrastar los problemas de hoy con las preocupaciones de Joaquín Costa en 1900, que el país necesita hoy con urgencia parar el griterío para concentrarse en una labor urgente de pedagogía política y salir de una vez de esa cultura permanente de la eterna cultura española de la  “pureza de sangre”, del suicida deporte nacional de “los nuestros” y “los otros”. Y, como Costa hace un siglo, Muñoz Molina apunta al sistema político español como la raíz de nuestros males: “y ahora que necesitamos desesperadamente dirigentes políticos que estén a la altura de las circunstancias y que sean capaces de tomar decisiones y llegar a acuerdos nos encontramos gobernados por toscos segundones que no sirven más que para la menuda intriga partidista gracias a la cual ascendieron”. Ya se ve que cien años no son nada.

Tenemos, pues, un serio problema de sistema político, que no afecta sólo a la clase política, sino a todo el país, pero habría que estar ciego para no ver en las tripas de los partidos las raíces del problema. Como diría Ortega en 1914, “toda una España, con sus gobernantes y sus gobernados, con sus abusos y con sus usos, está acabando de morir”. Sí, otra vez, la vieja y la nueva política frente a frente y una vez más, como una maldición del país, con el riesgo cierto de que sea “lo viejo”, que se resiste a desaparecer, lo que nos devore.

Así vi ese debate.

(*) Jesús Cuadrado es militante socialista y exdiputado
2 Comments
  1. Luisa says

    Don Jesús, pierda cuidado, que la democracia burguesa tiene la capacidad de engullirlo todo, incluida la regeneración que usted propugna, como si fuera un cerdo cuyos jamones todos se disputan, aunque el cerdo tiene dueño. Ninguno de los que usted cita pasaban de ser unos críticos soportables y, en el caso de Ortega, raciovitalistas vergonzantes.

  2. paco otero says

    Pero que afán, en el mas puro estilo estebaniano «España me quiere, el pueblo esta conmigo etc etc.»… «lo dice la calle».

    sr. Cuadrado,soy español y como yo algunos mas de mis amigos, y todos vimos que en el parlamento,español se pidió la salida del presidente Rajoy pero no la salida de Rubalcaba…a que esa manipulación, hablando en nombre de la calle o del pueblo.. mis amigos y yo somos calle y pueblo,por favor no hable en nuestro nombre.

    Sr Cuadrado le gustaría que no en clave irónica, le preguntara yo, donde ha comprado usted sus títulos y sus cargos. seria una vulgarida ¿verdad?

    Mis amigos y yo abiertos a todo debate nos negamos a aceptar mas profetas y personas que hablan en nombre de todo un conjunto humano o un país… y en cima manipulando… si usted se dice socialista …yo soy el nieto de la Bella Otero y el Obispo de Córdoba (de aquella
    época,claro)

    firmado: pacotero,caricato,tabernero-bufón

    Posdata, la salida de Rubalcaba la pide usted… tenga al menos altura y dígalo sin escudos populistas.

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