España, ¿un país de zarzuela?

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Francisco Serra

Un profesor de Derecho Constitucional, en la tibia hora de la siesta, se dispuso a leer un periódico local de la región costera en la que estaba pasando sus vacaciones. Además de las inevitables referencias al “caso Bárcenas” y la sangrienta represión que estaba teniendo lugar en Egipto, el diario daba cuenta de las fiestas de los pueblos, tan abundantes en esa época, y contenía un cuadernillo central, muy voluminoso y a todo color, dedicado a las “funerarias” de la provincia. Por las declaraciones de los empresarios del sector podía deducirse que, pese a los recortes en sanidad, también ahí se dejaba sentir la crisis y la gente, en su inconsciencia, se resistía a morir.

Al profesor le pareció encontrarse con un ejemplo más de la “España negra”, tan comentada en otros tiempos. Todos los adelantos tecnológicos y la modernización apenas han servido para que las naciones sigan siendo, en último extremo,  “comunidades imaginadas de vivos y muertos”. Entre sus lecturas veraniegas, el profesor había escogido las “memorias inventadas” de un conocido escritor colombiano, en las que figuraba el relato de su primer viaje a España y su impresión de encontrarse con un “país de zarzuela”.

Hoy en día está muy desprestigiada la antigua “psicología de los pueblos” y casi nadie cree que puedan atribuirse a un supuesto “carácter nacional” ni las virtudes ni los defectos de un país. Sin embargo, parece como si las comunidades, del mismo modo que los individuos enfermos, los “neuróticos” (hoy lo somos todos), estuvieran condenadas a repetir siempre la misma historia. Un filósofo alemán afirmó, hace ya más de doscientos años, que la filosofía que uno hace depende del tipo de hombre que uno es y también podríamos decir que cada colectivo tiene su propia forma de pensar, de sentir y, por supuesto, de cantar.

Alemania encontró su máxima expresión en la ópera concebida como “obra de arte total” (muy recordada en este año Wagner), Francia quizás en la música galante de su gran siglo, pero en España ha sido la zarzuela la que mejor ha sabido reflejar la algo frívola ligereza en que se ha movido, durante los últimos siglos, nuestra vida nacional. Siempre ha estado latente, con todo, la posibilidad de que aflorara de nuevo la “España negra”, el triunfo de la muerte provocada no al extranjero, sino al próximo, al hermano, considerado en esos momentos como representante de la “antiEspaña”. Un gran poeta pudo mostrar como su ideal de “vida feliz” el plácido discurrir de los días en este viejo país ineficiente, “entre dos guerras civiles”.

El profesor, cuando iba a visitar a su madre por las mañanas la encontraba siempre escuchando zarzuelas, que le traían recuerdos de juventud, y un CD con canciones de los dos bandos contendientes en el 36. Había vivido en uno de los últimos territorios de la zona roja en caer en manos de las tropas franquistas y como casi todos los de su generación había acabado, a la fuerza, convirtiéndose en una más de las “flechas y pelayos” y coreando Por rutas imperiales y el Cara al sol. Fiel votante de IU casi desde las primeras elecciones democráticas, también era asidua seguidora de Cine de barrio y los recitales de copla.

Los últimos acontecimientos han venido a poner de actualidad la consideración de España como “país de zarzuela”, con sus amores reales, sus princesas caprichosas, sus proclamas patrioteras, sus políticos acartonados y sus empresarios lenguaraces (buenos sucesores de los indianos y caciques), sus verbenas y festejos organizados para atraer al turismo. El profesor, en su lugar de descanso, que había recibido más visitantes que nunca, tenía la impresión de vivir un “verano antiguo”, como los del final de la dictadura, cuando todo parecía suspendido, a la espera de algo que nunca llegaba a producirse.

Franco murió en la cama y la transición no dio respuesta a las grandes cuestiones nunca resueltas de la nación española: ni la forma de Estado, ni la organización territorial, ni una verdadera separación de poderes, ni el sistema de partidos. El equilibrio alcanzado enla Constitución fue tan frágil que ha impedido cualquier reforma importante. Las élites han sido incapaces de presentar un proyecto conjunto de país y la  mayoría de la población, sumida en el desánimo, no despierta de su letargo

El largo reinado de Juan Carlos I ha terminado pareciéndose cada vez más al declinante final del Imperio austro-húngaro. De la misma forma que el viejo Francisco José se convirtió casi en un personaje de opereta, las principales figuras de la vida pública española tienen un aire zarzuelero, reflejo de un pasado que no termina y un futuro que no llega nunca.

Un amigo del profesor decía que los males de España acabarían cuando por fin dejaran de representarse las zarzuelas, de cantarse las coplas, de bailarse los pasodobles. “Para Valle-Inclán”, aseguraba, “la única vía para resolver los problemas de nuestro teatro pasaba por fusilar a los Quintero. Nuestra nación solo adquirirá consistencia cuando se abandone  la España cañí”.

En el momento presente valoramos en su justa medida a Don Ramón y a los folclóricos hermanos, concluyó el profesor: cada uno tiene su lugar en la historia literaria. Hay zarzuelas muy hermosas (Nieztsche admiraba alguna de ellas), coplas desgarradoras y cualquiera puede emocionarse al escuchar Suspiros de España (incluso aunque no sea Nochebuena y ya despachen vino español sin receta en Nueva York), pero mucho tiene que cambiar para que España deje de ser por fin, un “país de zarzuela”.

3 Comments
  1. Villa Mar says

    Bizet nos vió muy bien en «Carmen». Va a tener razón Valle-Inclán al decir que nos faltó la guillotina eléctrica en la Puerta del Sol

  2. Verbarte says

    Lo de la Casa Real no está claro si es caridad o beneficiencia. http://wp.me/p2v1L3-nv

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