El nacionalismo vasco radical como religión política

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Alfredo Tamayo Ayestarán *

Alfredo_TamayoTras el hecho de una ETA derrotada y casi desmantelada, llama la atención cómo aquí en el País Vasco sigue vivo y actuante su brazo político bajo una diversidad de siglas. Es toda una paradoja de tintes dramáticos. Los amigos de la organización terrorista dan muestras de euforia y de victoria. Han aprovechado las facilidades que les ofrece la democracia para instalarse en Diputaciones, Juntas Generales, Ayuntamientos, incluso en el Congreso de los Diputados y están en posesión de información, de dinero y de poder. Su visceralidad y falta de sentido ético les lleva a negarse a condenar 40 años de historia criminal de ETA y a proclamar como prisioneros políticos y de opinión a delincuentes convictos y confesos. Mientras tanto las víctimas del terror están asistiendo al triste espectáculo de cómo abandonan la prisión aquellos que les privaron de sus familiares o los dejaron malheridos. Y además regresando a la vida civil sin dar muestra alguna de arrepentimiento y sin voluntad de reparar el daño que causaron. Más aún, las víctimas del terror tienen que contemplar cómo sus victimarios, tras su excarcelación, son recibidos en sus lugares de origen como si de héroes se tratara. La verdad es que no les falta razón a los que opinan que vivimos en un estado en el que se exhibe mayor clemencia hacia los victimarios que hacia sus víctimas.

En el trance de hallar una explicación al conjunto de este fenómeno ominoso de pervivencia de un nacionalismo visceral y totalitario, de establecer una categoría sociológica que de razón de él, opino que ello tiene mucho que ver con el hecho de que el nacionalismo vasco radical y totalitario equivale a una religión de corte político y fundamentalista.

Si el nacionalismo en general está caracterizado por una hipertrofia del sentimiento de pertenencia a un colectivo bien de raza, de lengua, de historia, de territorio o bien por la mezcla de algunos de estos elementos, la constitución de un nacionalismo en religión implicaría la sacralización de sus componentes. Sobre este fenómeno de la sublimación religiosa de lo político teorizaron Jean Jacques Rousseau con la “religión del buen ciudadano”, Alexis de Tocqueville al calificar el jacobinismo de “nuevo género de religión sin Dios, sin vida tras la muerte” y Franz Werfel al hablar de “sucedáneos de religión” en referencia al marxismo soviético y al nacional socialismo alemán.

La sacralización de lo vasco tiene ya sus principios en el siglo XVI de un modo un tanto ingenuo con autores como Garibay, Zaldibia y Poza. Ellos atribuyen a la lengua vasca orígenes bíblicos creyendo en la venida hasta los Pirineos de Tubal, nieto de Noé. Pero fue Sabino Arana el que dio en el siglo XIX pasos decisivos para una sublimación religioso-política del ente vasco. Arana defiende un nacionalismo esencialista vinculado a la raza vasca como única hija legítima de la tierra desde unos míticos antecesores, en oposición a los españoles a los que tiene por forasteros (maketos), por invasores de color oscuro (beltzak), holgazanes y de sangre impura. Sin embargo Arana nunca quiso hacer de lo vasco una religión sustitutoria de la católica. Trata más bien de iniciar un culto de lo vasco, coexistente con la fe católica. El nacionalismo vasco no totalitario ha recogido por su parte retazos de esa mítica religión de los principios de corte naturista. Nombres de personajes ancestrales como Aitor, Amaya, Amagoya, y elementos de la naturaleza como Lur (tierra), Itsaso (mar), Hodei (nube), Ibai (rio) sustituyen al santoral católico. También la fiesta de la Pascua se ve teñida de colores nacionalistas con el Aberri Eguna o día de la patria. Y las fiestas de Navidad y de Reyes se convierten cada vez más en la fiesta del Olentzero (una especie de Papá Noel vasco).

Pero el comienzo fuerte de un nacionalismo vasco sublimado en religión sustitutoria de la católica lo dio en los años 60 del siglo XX un vizcaíno de origen alemán llamado Federico Krutwig con su obra “Vasconia”, en la que aboga por un culto exclusivo de los míticos antepasados con un abandono del cristianismo al que hace culpable de la secular opresión de lo vasco. Krutwig apuesta por la liberación de una Euskadi oprimida por España haciendo uso de la lucha armada a la que sublimiza en cruzada. El incipiente movimiento nacional de liberación vasco (MLNV) echó pronto mano de estas ideas a modo de una nueva Biblia. Posteriormente el influjo de la ideología marxista mitigó el nacionalismo en muchos miembros de ETA.

El carácter de religión política sustitutoria de las creencias católicas fue asentándose en los años 60 y 70 del pasado siglo. Es entonces cuando aparece en su mayor vigor el carácter religioso del nacionalismo radical del MLNV. Los tres pilares sobre los que se asienta toda religión, según Friedrich Heiler, serán también los de la nueva religión nacionalista. El primer pilar es la creencia en un absoluto que es Euskalherria como patria que exige una entrega total de vida y hacienda. Además esta patria sacralizada estaría agredida, privada de sus derechos seculares. La religión nacionalista vasca, en consecuencia, llevará consigo una fuerte dosis de victimismo.

El segundo pilar de esta religión política es su paradigma ético. Consiste en la entrega al absoluto de Euskalherria teniendo su paradigma ético en el gudari o combatiente contra la opresión. El gudari, como se dice en una canción patriótica, es el héroe de la libertad de la patria, el que le ha dado todo lo que tenía, el que nos invita a seguir sus huellas. El tercer pilar de toda religión es el culto. Lo tiene la religión abertzale. Una parte importante de este culto son los funerales, los ritos con los que acompaña la comunidad a uno de sus fieles caídos en combate. Begoña Aretxaga ha escrito un libro importante a este respecto: Los funerales en el nacionalismo vasco radical. La obra da cuenta detallada de la liturgia homenaje al gudari difunto. El escenario lo constituye la plaza del pueblo. Los ritos van sucediéndose. Su carácter simbólico los va explicando un bertsolari. La fuerza del gudari la simbolizan las ramas de sauce y de roble. Las rosas rojas la sangre, las blancas su pureza de vida. Subyace a todo el rito funerario la idea de la superación de la muerte por el etarra caído y su pervivencia en el alma del pueblo. Las rosas rojas, además de símbolo de la sangre, son prueba de la verdad de la causa y señal del verdadero camino a seguir.

En este tiempo en que no existen terroristas caídos, la liturgia funeraria continua en el calendario abertzale con el día del gudari caído imitando el día de los caídos del nacional socialismo, del fascismo y de la Falange. La impregnación religiosa del nacionalismo vasco radical ha tenido su etapa más fuerte en los años de plomo de la que llama el MLNV lucha armada y que los demás calificamos de terrorismo. Pero el nacionalismo vasco radical y totalitario como sacralización fundamentalista de un ideario y de una praxis con conciencia de cruzada sigue vigente. Ello explica sin duda su persistencia, su dificultad de encajar en el juego democrático, su resistencia a distanciarse de la violencia ejercida a lo largo de 40 años, a pedir perdón a sus víctimas. Ya decía Pascal que nunca hacen los hombres el mal tan completa y alegremente como cuando lo hacen por convicción religiosa. Que no suceda aquí entre nosotros la profecía de Jean Améry, el superviviente de Auschwitz: “Que al final los que fuimos un día víctimas seamos ahora tenidos por estorbo para la paz”.

(*) Alfredo Tamayo Ayestarán es jesuita, doctor en Filosofía y Teología y miembro de la Ernst Bloch Gesellschaf.
2 Comments
  1. claro que si says

    Pero el nacionalismo ESPAÑOL radical y totalitario como sacralización fundamentalista de un ideario y de una praxis con conciencia de cruzada sigue vigente. Ello explica sin duda su persistencia, su dificultad de encajar en el juego democrático, su resistencia a distanciarse de la violencia ejercida a lo largo de 40 años, a pedir perdón a sus víctimas. Ya decía Pascal que nunca hacen los hombres el mal tan completa y alegremente como cuando lo hacen por convicción religiosa. Que no suceda aquí entre nosotros la profecía de Jean Améry, el superviviente de Auschwitz: “Que al final los que fuimos un día víctimas seamos ahora tenidos por estorbo para la paz”.

    En eso el NAZionalismo Español es aún peor, lleva setenta y siete años negando a las víctimas de Franco su condición de víctimas, las mantiene ocultas en las fosas comunes de cunetas,prados y cementerios. Incluso se niega a detener y extraditar a los genocidas que reclama la justicia de otros paises al amparo de la legislación internacional, que en España solo aplican los jueces para los genocidas chinos, chilenos o guatemaltecos, pero no para los españoles que trabajaron para el régimen franquista. ¿Tendrá algo que ver que al rey lo nombrara franco, AP-PP fuera fundado por siete ministros franquistas (procesables en su día por genocidas) y los jueces y magistrados del franquismo nunca fueran investigados por su colaboración necesaria en los crímenes franquistas? Me temo que sí, y que el totalitarismo que denuncia el autor es fiel reflejo del institucional español plagado de nacionalistas españoles con el mismo perfil.

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