El pasado fin de semana recordaba con emoción, en los alrededores de la madrileña plaza de Tirso de Molina, cuando hace años paseaba por ese mismo lugar con mi padre camino del Rastro. “Mira, trileros”, me decía señalando a cuatro o cinco personas que, inquietas como rabos de lagartija, llamaban la atención de los paseantes para limpiarles la cartera. Y es que antes, en los viejos y oscuros tiempos, la inocencia del ciudadano era tal que los timadores solo necesitaban tres tapones de coñac Soberano y un garbanzo para poder trabajar. Con tan sencillo instrumental y una caja de cartón eran capaces de montar una timba callejera en cualquier esquina concurrida de la ciudad. Los ganchos embaucaban al pardillo, que se jugaba el billete de cien pesetas y lo perdía. Cuando llegaba la policía alguien gritaba “¡Agua!”. La caja de cartón, fría y vacía como el corazón de un descuidero, era lo único con que se encontraba la madera. Ni una huella, ni una pista, ni una prueba.
Ahora, en los nuevos y oscuros tiempos, los trileros ni siquiera tienen que pisar la calle. Trabajan siempre a cubierto, en despachos con aire acondicionado y sillas ergonómicas, bebiendo Nespresso mientras mordisquean capuchones de Mont Blanc. Utilizan Macs de última generación. Y se dedican a cuestiones tan comunes como falsear facturas, blanquear capitales, cobrar comisiones, rehacer recibos o borrar archivos informáticos.
Los chorizos han evolucionado mucho más deprisa que todo lo demás. Ahora si mi padre pudiera pasarse por Tirso de Molina tendría que pararse junto al quiosco para, señalando las portadas de los periódicos, repetir la misma acusación que antaño: “Mira, trileros”. El hombre se emocionaría especialmente viendo la fotografía de Gerardo Díaz Ferrán, ex presidente de la patronal CEOE, ajustándose el cuello de la camisa, luciendo pulsera con la banderita de España, sentado ante un juez, el de la Audiencia Nacional, que le acusa entre otras cosas de pertenencia a organización criminal.
Y es que el virus de la delincuencia parece no tener barreras: se mueve con igual desparpajo por las tripas de los ordenadores del Partido Popular madrileño que por las entrañas de las computadoras de la UGT andaluza: el sindicato, acusado de fabricar facturas falsas y desviar fondos, denuncia ahora la eliminación de 1.756 archivos informáticos. “Como los del PP”, han explicado portavoces sindicales. Es un virus montaraz y sibilino este de la corrupción, que no hace distingos entre geografías o ideologías. Un virus devorador que, como las manos de un mago, siempre es más rápido que la vista.
El Consejo de Ministros aprobó hace meses un informe con 40 medidas anticorrupción para la regeneración democrática. Un documento importante, prometido en numerosas ocasiones por el presidente Mariano Rajoy. Pero desde entonces no ha habido reuniones ni intercambio de documentos: parece que se resisten a presentárselo al resto de grupos para que sea debatido en el parlamento. No hay prisa, ¿verdad? Cuesta trabajo imaginarse a los trileros aprobando un plan anti trileros...
Con otros asuntos, sin embargo, sí se dan prisa: en los últimos dos años se han producido más de 300 ceses y nombramientos en Hacienda. Movimientos rápidos y precisos que recuerdan a los de los tapones de Soberano.
Lo cierto es que Díaz Ferrán me ha llegao; ha tocado mi fibra sensible y me siento predispuesto a perdonarle todo. Ese amor a España que demuestra con su banderita en la muñeca me ha desarmado… Coño, que es un patriota, uno de los nuestros. ¡Viva España!
¡Viva!
Cada vez que veo a alguien luciendo banderita de España en el coche o en la muñeca me pongo en posición de prevenidos. Porque por experiencia he comprobado que quienes se dicen más patriotas suelen ser quienes más van exclusivamente a su negocio y más al pairo le traen el resto de sus conciudadanos. Como si esto de la patria fuera una especie de ente etéreo, celestial e inmarcesible, y no la gente que te rodea y suele compartir tus problemas y preocupaciones. Ante un patriota declarado, échate a temblar: estos son los más egoístas. Los más trileros.
Que viva que viva
Sin Vergüenza Hay Beneficios en su máxima expresión… Bueno tal vez no, los hay aún más sinvergüenzas… O más listos y no les pillan… O con más amiguetes y les indultan.
En fin, una misma especie con varias razas, esta de los trileros…
Cospedal: «La corrupción es parte de la condición humana».
http://www.lavanguardia.com/politica/20131204/54395195052/cospedal-la-corrupcion-es-parte-de-la-condicion-humana.html