Mandela es libertad

2

Jesús Cuadrado *

Jesús_CuadradoSu padre al nacer le puso el nombre de Rolihlahla, que en xhosa quiere decir “arrancar una rama de un árbol”, y también “revoltoso”, pero, en su primer día de clase, a los siete años, su maestra inglesa le dijo que su nombre sería Nelson. Lo cuenta Mandela en su autobiografía y explica que esa era la costumbre porque los blancos eran incapaces de pronunciar los nombres africanos, “o se negaban a hacerlo”. Por entonces, dice, “no existía nada que pudiera llamarse cultura africana”, todo lo europeo era considerado superior por sistema. En el largo camino hacia la libertad, la idea de “África secuestrada” le marcará. Ahora que ha muerto, seguro que las últimas imágenes que flotaron en su cerebro fueron las de Qunu, la aldea en la que nació y a la que hubiera querido volver al salir de la cárcel, como confesó. Sí, Mandela se sentía, sobre todo, un patriota africano.

Cuando, con setenta y un años salió de la prisión, ya se había convertido en el líder de Sudáfrica, había construido la auctoritas que todos le reconocían, incluido el presidente afrikáner De Klerk. De hecho, en momentos de máxima tensión durante la transición, le piden a Mandela desde el gobierno del apartheid que sea él el que se dirija a la nación: “a él le creerán”, reconocen. ¿Cómo se construye esa auctoritas? Nada, en ese largo camino hacia la libertad hubiera sido posible sin una visión, un conjunto de ideas sobre la construcción de la nación sudafricana, de la que Mandela nunca se desvió, ni en diez mil días secuestrado por los afrikaners racistas ni en los momentos de máxima violencia previos a las primeras elecciones. Un largo viaje de la tribu a la nación que Mandela hace con el Consejo Nacional Africano (CNA), el partido que desde 1912, nada menos, teje en toda Sudáfrica la arquitectura nacional que, a pesar de los problemas, hoy les diferencia de tantos Estados fallidos en África.

En el juicio de 1962, convierte su alegato en lo que define como su testamento político: “Quería explicarle al tribunal cómo y por qué me había convertido en el hombre que era, por qué había hecho lo que había hecho, y por qué, si tenía oportunidad, volvería a hacerlo de nuevo”. Define un camino propio para África, construido por los amapakati, en xhosa, la “gente de dentro”. Les explica qué hace que un “inglés negro”, abogado con brillante porvenir, decida dedicar su vida a la lucha por rescatar a su “África secuestrada”, les dice por qué “para los hombres, la libertad en su propia tierra es la cima de sus ambiciones, de la que ningún poder puede apartarles”. Les gritó a los suyos “¡Amandla, Amandla, Amandla!”, “¡Poder! ¡Poder! ¡Poder!”, mientras su gente en la sala cantaba el hermoso himno “Nikosi Sikelel iAfrika”. Y ya no se apartaría ni un milímetro de su sueño de una nación sudafricana, al margen, a diferencia de otros líderes africanos, de ideologías ajenas a África, que tanto desastre han provocado. A él no le pudieron captar para la Guerra Fría; era un líder con ideas propias, aunque era consciente de en qué contexto se movía.

El gobierno racista afrikáner estaba obsesionado con la identificación de Mandela como un comunista al servicio de la URSS. Su respuesta: “Lo que quiera que haya hecho, como individuo o como líder de mi pueblo, ha sido resultado de mis experiencias personales en este país y de mis antecedentes africanos, de los que me siento profundamente orgulloso, y no obedece a lo que pueda haber dicho ninguna persona del exterior”. Y, a pesar de sufrir el sistema de opresión más violento contra un pueblo en su momento, la obsesión de Mandela, que transmite al CNA, era que dominara la idea de recurrir a medios pacíficos antes que a la violencia. Dedica gran parte de su autobiografía a explicar que él no es comunista y por qué no lo es; le preocupaba que, en el contexto de la Guerra Fría, los comunistas intentaran apoderarse del CNA “bajo la excusa de una acción conjunta”. De su lectura de El Capital, confiesa, con ironía, que le dejó “exhausto”, pero, siempre mostró admiración por los sistemas parlamentarios, especialmente por el británico. La palabra que mejor define a Mandela es libertad. “El CNA no ha defendido en ningún momento de su historia un cambio revolucionario en la estructura económica del país, ni tampoco, si la memoria me es fiel, ha condenado jamás la sociedad capitalista…”, dejó escrito. Creía que los comunistas consideraban que el sistema parlamentario occidental es antidemocrático y reaccionario, “Yo, por el contrario, soy un admirador de ese sistema”, decía en los años 60, en una llamativa declaración de principios.  En mi opinión, esa “diferencia Mandela” respecto a tantos movimientos africanos -Angola, el Congo, Etiopía…- que destrozaron por décadas la posibilidad de formar entidades nacionales autónomas, es uno de sus principales méritos. Hoy, con todas las dificultades que se quieran, la construcción de la paz en el África subsahariana depende, y mucho, del liderazgo del Estado que Mandela construyó en Sudáfrica.

Hay un momento histórico en el que demuestra la fortaleza de sus ideas para la construcción de Sudáfrica, cuando se hace más fuerte la propuesta de un sistema de “bantustanes”, la política de los “homelands autónomos”, de “el desarrollo separado”, apoyada, no sólo por el gobierno afrikáner, sino por poderosas fuerzas reaccionaria internacionales en EEUU y en Europa. Le llegaron a proponer una especie de trato de libertad a cambio de que legitimara esta política y al gobierno separado en el Transkei. “Solamente un traidor hubiera aceptado una oferta semejante”, dijo. Aún en vísperas de las elecciones, el radicalismo afrikáner siguió utilizando al Inkhata, el partido zulú con el que pretendía constituir la “tercera fuerza” que les permitiera mantener un apartheid modernizado; algo similar a la ficción de los dos Estados en la Palestina de hoy. Mandela sabía que debía resistir y resistió, y no era fácil, con miles de asesinatos, incluso en plena campaña electoral. Sirva esto para recordar una obviedad: qué decisivo resulta contar con un liderazgo firme para los momentos decisivos de los pueblos. Edward Said, el gran intelectual palestino, ha dejado reflexiones de gran interés sobre las lecciones del liderazgo de Mandela para la situación de apartheid que vive Palestina, y su propuesta seria de un solo Estado le debe mucho a la historia de Sudáfrica. Pero, no abundan los Mandela.

Cuando Mandela , el 11 de febrero de 1990, abandona  Victor Verster, en Ciudad del Cabo, por la puerta de la prisión sale el líder de un nuevo Estado, el que él fue tejiendo, con el CNA, desde la cárcel. Ahora ha muerto quien fue mucho más que eso, el líder que cualquier pueblo del mundo quisiera tener. Era humilde; cuando le proponen vivir en una casa enorme, “para los estándares de Soweto”, una casa que por su tamaño y precio “parecía de algún modo poco apropiada para un líder del pueblo”, les decía Mandela: “no sólo quería vivir entre mi pueblo, quería vivir como él”. No, Mandela no terminó en un Consejo de Administración, como tantos que asistirán a sus honras fúnebres. Un hombre sabio, que consideraba la educación el instrumento esencial para hacer a los pueblos libres; un hombre bueno, que siempre se ponía en el lugar del otro, como cuando le dice a su enemigo De Klerk, aún en la cárcel: “no queremos echarles a ustedes al mar”. Siempre con su aire de porte digno, adquirido en su humilde Qunu, a la que ahora vuelve para circular libre por sus extensas llanuras, inundadas de luz, su querido veld.

“He dedicado toda mi vida a la lucha del pueblo africano. He combatido la dominación blanca y he combatido la dominación negra. He acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas convivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que aspiro a alcanzar. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”, dejó escrito, para que nadie le confunda.

(*) Jesús Cuadrado es militante y exdiputado del PSOE.
2 Comments
  1. Y más says

    Viva Mandela siempre en nuestros corazones.

Leave A Reply