Carlos García Valdés
Coincidiendo prácticamente con el fin del pasado año 2013, se han editado en España una serie de textos biográficos de destacados personajes políticos que, en líneas generales, vienen a ser una justificación personal de cuanto acometieron. Me refiero a las obras de tres expresidentes de Gobierno, Felipe Gonzalez (En busca de respuestas. El liderazgo en tiempos de crisis, Debate), José María Aznar (El compromiso del poder. Memorias II. Planeta) y Rodríguez Zapatero (El dilema. 600 días de vértigo. Planeta), y de un vicepresidente y exministro de Economía, Pedro Solbes, además de anteriormente varias veces ministro y comisario europeo, (Recuerdos. 40 años de vida pública, Deusto). La mayoría llegan en un momento en el que parece que tratan de enseñarnos algo, como si lo llevado a cabo mereciera, en todo caso, nuestro recuerdo, agradecimiento y comprensión. Salvo el de González, que trasciende de la reflexión justificativa para penetrar en la meditación política, mi apreciación global es muy distinta, no tan positiva.
Los otros tres libros de referencia vienen a ser una confesión tardía de actuaciones, omisiones, vanidades, errores y, en ocasiones, medias verdades cuando no directas mentiras, difíciles de encontrar juntas en tan escaso tiempo, escritos no como una necesidad perentoria, pues nada especial e imprescindible muestran, sino como una prueba más de superficialidad y de seguir en el candelero. La presentación pública de los mismos, rodeados de fanfarria y de diversos personajes famosos, la mayoría aburridos de sus quehaceres cotidianos o para hacerse presentes y no ser muy olvidados, lo atestiguan.
No entro en la apreciación de algún conocido articulista de entender que “el negro” de turno ha escrito más de uno de los cuatro libros que cito. Pienso que ello bastaría para desacreditar definitivamente el empeño. Me sobra con valorar -o desvalorar- su respectivo contenido sin tener en consideración aquella opinión denigrante para cualquier autor. Tampoco quiero apreciar las ingentes cantidades que, se dice, han cobrado por adelantado alguno de sus autores pues, en todo caso, para percibir esos honorarios los personajes han de ser en la actualidad lo que han sido en el pasado y ello es, incuestionablemente, su personal e intransferible atributo, aunque sus retribuciones estén excesivamente crecidas o sean disparatadas. Si los editores respectivos han, equivocadamente, pensado en el éxito popular, su elevada inversión, desde luego, no la pagamos nosotros.
Vaya por delante que la obra más inteligente es la de Felipe González, y la más sombría y aburrida, la de Solbes, acordes con su propia personalidad. El expresidente socialista habla, con buena prosa, de lo que quiere, centrándolo todo en su amplia experiencia política y de gobierno. Es verdad que, en ocasiones, el libro es un repertorio de citas que inspiran su escritura pero también es cierto que lo que se dice es, en muchos aspectos, aleccionador. La falta de liderazgo, la confusión reinante, es analizada con cabeza por quien siempre la tuvo, aunque no puede faltar cierto engreimiento en la narración y el autopanegírico correspondiente. La ausencia de mención de la incuestionable crisis que vive su partido se echa en falta. Toda la lucidez empleada en trazarnos la actuación de un líder ideal y, en definitiva, la suya propia, que parece trascender en el tiempo y en el espacio, podía haberla utilizado para ofrecer soluciones al respecto. En cualquier caso, de todos los textos, es el que objetivamente más me interesa. Su labor histórica no tiene comparación, para muchos, con la del resto de los dirigentes nacionales.
El libro de Solbes no se sostiene. Puede calificarse como profesionalmente biográfico, pues todo está construido para decirnos, de un lado, con profusión de detalles, su labor fundamentalmente económica, desde sus primeros pasos como funcionario hasta llegar a la cumbre, tanto en nuestro país como en Bruselas, siendo inconcebible que no hable del lacerante terrorismo en el espacio que dedica a la transición democrática; y del otro para, en el fondo, venir a proclamarse como un político imprescindible en los gobiernos socialistas, que impuso mesura, discutió permanentemente la política de gasto a la que se apuntó el ejecutivo y, sobre todo, en los renglones postreros del texto, que él avisó de la inminente crisis económica que se presentaba, con escrito explicativo y misterioso de por medio, nunca registrado, y que su toque de atención no fue atendido, sin embargo, por las altas instancias de Moncloa, precipitando su dimisión. La percepción del abismo no le impidió, sin embargo, seguir en los gobiernos de Zapatero hasta 2009, cuando todo estaba ya perdido. No si cabe tamaña falta de responsabilidad. El reproche es fácil. Si los encontronazos con el presidente eran continuos, si todo lo conocía, si era consciente de la catástrofe que se avecinaba y que seguimos pagando, no se entiende el silencio, en perjuicio de todos, que aquí ronda con la cobardía.
Porque el texto de Zapatero es otra cosa, posiblemente menos torpe en la justificación, en ocasiones más sentido, pero probablemente más cínico. No puede gustarme porque tampoco atisba una mayor dignidad. Comienza su relato el día 12 de mayo de 2010, que fue cuando tuvo que desdecirse en el Congreso de su programa electoral en lo referente al estado del bienestar. Allí concretó la renuncia al “cheque-bebé”, rebajó el sueldo a los funcionarios o no pudo revalorizar las pensiones. Es decir, todo ello estricta consecuencia del derroche, de tratar de contentar a todos y de no querer advertir a tiempo la crisis económica en la que estábamos inmersos. Del papel-documento de Solbes, ni se habla. Solo menciona, como autocrítica, que no reconocer la crisis fue simplemente un error. Craso, desde luego, sobre todo si se recuerda que empecinarse en él le sirvió para ganar sus últimas elecciones que, definitivamente, nos condujeron al desastre financiero, mandato que se sumó al antecedente con la potenciación de las aspiraciones independentistas catalanas, la legalización de organizaciones próximas al terrorismo, el desprecio de nuestros mejores socios europeos y que nos acercó inevitablemente a dictadorzuelos latinoamericanos impresentables. Únicamente es digno de aprecio el respeto con el que trata a los adversarios políticos lo que, desde luego, no hacen todos e inconcebible que no trate de la negociación secreta con ETA, cierta y positiva que, aunque siempre negada, es de lo poco favorable de su gestión pues desembocó en el abandono de las armas por la organización terrorista y en la posterior y consecuente anulación de la denominada “doctrina Parot”.
José María Aznar nos cuenta los duros avatares de su postrer mandato y la pérdida de las elecciones generales, con detalle concreto de los sucesos del 11-M. Hay pasajes bien narrados que nos hacen revivir aquel tiempo pero, invariablemente, se cree la referencia de su partido y de la totalidad de los españoles. De todo sabía, para todo tenía efectiva receta y todo lo presagiaba o presentía. Se permite amenazar a los líderes extranjeros, hacerles variar de opinión, asumir que es uno de los grandes dirigentes europeos o defender en las Azores, con alguno de aquéllos, la mentira de las armas de destrucción masiva para embarcarnos en una guerra lejana, la de Irak, sin sentido y, a la postre, inútil, que pagamos, como Londres, muy caro. La verdad es que, de forma pareja, asume con convicción lo hecho, pero también la soberbia inunda muchas de las páginas de su obra. Técnicamente retirado, sigue en la actualidad dando ampulosos consejos e interviniendo en política, no dejando trabajar al actual gobierno que, sin duda, bastante tiene con tratar de resolver los problemas cotidianos y donde su irrupción en la escena política solo sirve para sembrar inquietud. Si tanto se arrepiente de no aceptar presentarse a un tercer mandato consecutivo, lo que le honró en su día, no debe estar recordándonoslo, en el fondo, en cada momento con reflexiones del cariz de que las cosas serían distintas si por él fueran regidas.
¿A qué vienen estas biografías? El gran maestro de penalistas y mi profesor de licenciatura en Derecho en la Complutense, Quintano Ripollés, hablaba de que existían “libros alimenticios”, es decir, aquellos escritos en muy poco tiempo y sin ningún principal valor científico como no fuera el secundario de producir buenos beneficios a sus autores. No me atrevo a calificar así a todos los anteriores pues sus responsables no creo tengan graves problemas económicos pero, desde luego, coincido con la otra acepción de Quintano en que los mismos han sido redactados, más o menos, en dos fines de semana y carecen de mérito intelectual alguno. Nada nuevo enseñan de la reciente historia de España, únicamente se presentan como coartada de lo hecho, que necesariamente se presenta, en apreciación personal, como bueno. Otra cosa es que nos lo hayamos creído.
vanidosos,embusteros, incapaces,trincones,vacios de conciencia,de valores,de mora,cesares,endiosados,inhumanos,todo eso y mucho mas..voto en blanco o no votar
Es decir: gasto en el Estado de Bienestar=derroche y parálisis económica; austeridad, desigualdad y sufrimiento=bases para el crecimiento económico. Otro como Guindal. Es que hay que traducir el castellano de los analistas económicos
Certero análisis que, en su penúltima palabra, contiene un error ortográfico al incluir «hallamos» donde debía figurar «hayamos».
Debieran explicarse más en el Parlamento y menos en los pingües libros de memorias