Precariedad: la evaporización del trabajo

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Julián Sauquillo

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"Los despidos anunciados en Coca-Cola representan esta conversión del líquido laboral en gaseosa". En la imagen, trabajadores de la embotelladora de Colloto (Asturias), durante una protesta a las puertas de la fábrica. / A. Morante (Efe)

No me cabe duda de que nuestro mundo laboral se ha convertido en un gran Mac Donald. Francisco Serra advertía de esta pérdida de todos los derechos laborales en el mercado de mano de obra barata actual. Lo hacía en este blog, recientemente. Nuestras relaciones laborales no son ya líquidas –como quisiera Zygmunt Bauman- sino evaporadas. Las relaciones laborales entre trabajadores y empresarios no sólo no se basan en la confianza, la duración y el compromiso sino que apenas existen. Si una  “pareja amorosa líquida” es la que cambia de compañero con cierta frecuencia y sin compromiso alguno, la relación laboral no es líquida, se ha desecado. Es líquida la pareja que se retroalimenta con un tercero peor que el propio compañero. Una que busca un incentivo vigorizante fuera. No vale este ejemplo para describir la situación actual de los trabajadores. El trabajador es zarandeado entre el paro y el servicio para cualquier cosa en todo momento. Sin capacidad de negociación para vender su fuerza de trabajo, el empresario le puede utilizar sin escrúpulos.

La precariedad laboral me hace recordar una foto que guardo en la retina desde los dieciséis años. Muchos años han pasado ya. Aparecía un trabajador encartonado con un “busco trabajo de cualquier cosa”. El museo del campo de concentración de Dachau trataba de explicar cómo la época de la gran inflación en la República de Weimar creó un “ejército de reserva” de mano de obra sin medio de vida. Eran un tropel de fantasmas que vagaban sin cometido, desesperados. Tras las desigualdades sociales brutales vinieron los embaucadores políticos y la guerra. Que nadie piense que el capitalismo funciona sin una extensa expectativa social por pequeña que sea. Y la historia se repite, sin que podamos decir de manera cómica, como tragedia.

¿Por qué la relación laboral es vaporosa en vez de liquida? Porque sería líquida si hubiera una posibilidad competitiva de saltar de un puesto laboral a otro. Pero hoy la cualificación y la experiencia laborales no abren puertas. Las encuestas a los universitarios más preparados subrayan que aceptarían las condiciones laborales más mondas y peor remuneradas. Cada vez son menos los que suman preparación y vida laboral para dar un promiscuo salto laboral a un mejor puesto. Cuanta más experiencia sumes más edad presupones y a más precariedad te expones. Un trabajador de cuarenta años es flor de un día. Puede ser cortada en favor de un joven lleno de energía y dispuesto a todo a cualquier precio. Un futurible laboral puede incentivar la ilimitada entrega del joven sin garantía de ver compensado su fogoso sacrificio. Las grandes consultoras, por ejemplo, responden a una estructura piramidal bien estilizada y elevada. O subes o quedas despedido. Tras veinte años de trabajo abnegado, sobras por maduro. Eres fácilmente cubierto por un joven lleno de ilusión que verá truncado su sueño y mal reconocida su incondicionalidad en un ciclo que se repite. Todo es aire, cualquier líquido laboral se evaporó. Los despidos anunciados en Coca-Cola ahora representan esta conversión del líquido laboral en gaseosa.

El futuro es el “pack horario” de dedicación obrera utilizado según demanda del empleador para cuando se requiera el servicio laboral. UGT lo ha puesto de manifiesto recientemente a partir del aumento de la precariedad laboral en Cantabria. Se crea allí más trabajo porque es más eventual y temporal. El descenso de la contratación indefinida ha caído un 3,7 % desde marzo. El éxito de la reforma laboral consiste en que procura empleo de poca calidad. No puede hablarse de fracaso. Mientras nuestros gobernantes anuncian la salida de la crisis, cerramos 2013 con destrucción de empleo y se dispara el número de hogares sin ningún tipo de ingresos a un mínimo de 700.000. Pueden ser muchos más. Así que les propongo que estén media hora sin pensar otra cosa que esta: imaginen un hogar donde varios se despiertan sin nada que llevarse a la boca; carecen de idea sobre adónde dirigir sus pasos ese día para satisfacer sus necesidades básicas. ¿Aguantan ese ejercicio de limpieza moral y solidaridad? Es duro ponerse en el lugar de los más desprotegidos socialmente.

Así que el progreso moral se comprueba más lento que el avance tecnológico en la historia. Vivimos retrocesos sociales enormes. Podemos escuchar hoy a esos trabajadores ingleses que declaran el engaño que padecían cuando se les hacía creer necesariamente pobres durante la época del Imperio inglés. Una de las naciones más ricas y explotadoras de sus extensas colonias hacía ver a la mayoría de la población que no había más recursos para los pobres trabajadores. Eran naturalmente míseros. Sin sistema de vivienda social, sin sanidad y educación públicas, sin medios de transporte estatales, sin canalización y redes eléctricas públicas eran más pobres que las ratas. El Estado social, construido tras 1945, combatió la lacra del paro y el hambre que dejó intacta la I Guerra Mundial. La Seguridad Social -desmantelada desde 1979 por Margaret Thatcher- quiso derrotar a un enemigo más tenaz que el nacionalsocialismo: la pobreza. A partir de 1945, se combatió una palmaria concentración de la riqueza que garantizaba el miserabilismo (Ken Loach, El espíritu del 45, 2013). Hoy vuelve la más enloquecida concentración de capital. Intermón Oxfam resalta que el 1% de la población más rica acapara cerca de la mitad de la riqueza mundial. España va a la cabeza de los índices mundiales de desigualdad. Los 20 más ricos poseen más que lo que ingresan el 20% de los más pobres de este país: 77.000 millones de euros aproximadamente.

La desprotección social ahora es grotesca y muy pocos pueden planificar con esperanza su vida sin riesgo de pobreza y hambre. En un breve documental, Vidrios partidos, incorporado, con otros tres de autoría varia, en la película Centro Histórico (2013), se filma la memoria obrera. Víctor Erice recupera la memoria de sagas de trabajadores que bajo condiciones penosas, de abuelos a nietos, en la fábrica textil de Río Vizela, desde el siglo XIX y hasta su cierre en el 2000, pudieron dar estudios a un hijo acordeonista. Fueron muy malos tiempos de caciquismo y oligarquías económicas, explotadoras de jornadas extenuantes. Pero, tras la lamentación de aquellos trabajadores portugueses que recuerdan a sus abuelos, quedó uno que puso música a la mirada cansada de sus antepasados, fotografiados en un comedor hacinado. El trabajo era, entonces, un cepo de hierro que arrancar. Ahora, es vapor que muchos están dispuestos a aprehender a manotazos a cualquier precio. A ver si hay lugar para la protesta. O, por lo menos, que alguien ponga la música.

3 Comments
  1. Alex says

    Puestos de trabajo de usar y tirar

  2. Concha says

    Pues eso, que alguien ponga la música porque el drama está servido. A dónde llegaremos con estas políticas no lo sé, pero cada vez veo más personas cercanas viviendo malamente e inventandose las ilusiones para no derrumbarse. Gracias por tan estupendo artículo.

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