Pedro J y el Poder

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Hugo Martínez Abarca *

Hugo-Martínez-AbarcaAl consumarse el cese de Pedro J. Ramírez vienen a la cabeza tres recuerdos sobre su relación con el poder y con la libertad de expresión. Una es la “Historia de una columna” de Javier Ortiz, en la que explicaba que le habían llamado de El Mundo para explicarle que “más me valía desistir de la idea de hablar de ese libro [titulado El Poder cuya existencia el Banco Santander exigía que fuera silenciada] porque, si lo hacía, mi artículo jamás vería la luz; una segunda fue aquella foto en un balcón contemplando la semana santa de Carabaña en 1996 con José María Aznar y su socia en Famaztella un mes después de las elecciones que les llevaron a La Moncloa; la tercera fue la sentencia del Tribunal Constitucional que otorga a Pedro J. Ramírez el título de único director de periódico condenado por vulnerar la libertad de expresión: en concreto la de Francisco Frechoso, director de cuartopoder.es y entonces redactor jefe de El Mundo que se permitió denunciar en televisión la vulneración del derecho de huelga que había permitido la llegada del periódico a los kioskos pese a la Huelga General de 2002.

Estos tres recuerdos retratan a un periodista que, pese a la imagen de héroe de la independencia intelectual y profesional que ha esculpido sobre su ego, ha tenido claras las relaciones de sumisión que marca el poder: su sumisión a los poderosos y el ejercicio de su poder implacable cuando le ha sido posible. Algo común a los jerifaltes de los grandes medios de comunicación. Esto queda perfectamente evidenciado al recordar el apoyo de El Mundo a las políticas neoliberales de flexibilización en el despido seguramente porque sería la que aplicara a las víctimas de los despidos en El Mundo… mientras él se blindaba con una indemnización de 25 millones de euros en caso de ser despedido.

No estamos hablando de doble moral sino de una lógica moral universal en los medios de comunicación que están en manos de grandes empresas: la lógica de la sumisión al poder. En esto no ha sido en absoluto diferente de su alter ego en el bipartidismo mediático, Cebrián, implacable aplicador de EREs reforma laboral mediante, compatible con sueldazos descomunales. La diferencia ha sido escénica: Pedro J. Ramírez se disfrazó de outsider, de valiente estrafalario que iba por libre y con el que el poder compadreaba porque le tenían miedo.

El personaje se interpretaba siempre midiendo que todo movimiento estuviera a este lado de la línea del poder. Me dejó impresionado una anécdota que contó también Javier Ortiz en una fiesta del PCE sobre un valiente editorial en el que El Mundo había sido crítico con el rey (cuando esto suponía una afrenta impensable a los cimientos del régimen político), cuyo paradero no conocían ni en la propia Casa Real. Contaba Javier Ortiz que aquel valiente editorial no fue tal:  “La dirección de ‘El Mundo’ se limitó a atender una petición expresa formulada por gente muy prominente de la Casa Real” para que allí donde parara Su Majestad tuviera noticia de que se estaba pasando de la raya dado que su regreso a palacio era urgente pues había muerto Francisco Fernández Ordóñez y tenía que tomar posesión como ministro de Exteriores Javier Solana. El editorial de El Mundo pasó por ser una osadía antimonárquica cuando no era más que un servicio prestado a La Zarzuela. Esa ha sido una tónica muy repetida en El Mundo, como aquella voladura controlada que intentó anticipar en el caso de la financiación ilegal del PP, con un relato tan beneficioso para la imagen de María Dolores de Cospedal.

Pedro J. Ramírez ha sido un hombre del Poder: como buen representante de la generación victoriosa de la Transición ha querido disfrazarse de mucho más poderoso y brillante de lo que realmente era pero ha sido siempre tan servil como ha sido necesario sin traspasar las líneas infranqueables y sabiendo simular que las traspasaba heroicamente cada mañana. La relación con el Poder de la maquinaria mediática del régimen de la Transición es una relación de servicio al poderoso disfrazada de independencia y democracia, es más, autoproclamada la única democracia posible: el conjunto de las instituciones (formales o no) de la Transición están en una dura crisis y felizmente también brotan medios de comunicación que no dependen de los caprichos del Poder político ni empresarial. En el cuarto poder sucede como en las demás instituciones en crisis: que lo viejo se desmorona (o reconfigura) más rápido de lo que somos capaces de poner en marcha lo nuevo.

Claro que en El Mundo hemos leído las noticias sobre los GAL y el terrorismo de Estado que en otros medios se silenciaban (y que en El Mundo pasaron a ser silenciadas cuando las torturas, por ejemplo, no permitían desgastar al felipismo: no era una operación contra el Poder sino contra un gobierno concreto); y no se puede olvidar la infame operación del vídeo mafioso que pusieron en circulación los cómplices del terrorismo de Estado y de la que fue víctima Pedro J. Ramírez. Hubo un tiempo incluso en que se podían leer en El Mundo opiniones de izquierdas, firmas tan poco complacientes con el poder como la del citado Javier Ortiz y no pocas otras, imposibles de encontrar en otros medios impresos de la época (digitales no había). Ello coloca a Pedro J. Ramírez como un estratega brillante y audaz y sólo en eso rompió en aquellos años con el sopor gris de los juegos de salón de la Villa y Corte.

Pedro J. Ramírez es un producto exótico de la cultura de la Transición, uno de tantos juguetes de usar y tirar pero que tanto poder parecen tener (y ejercer sin escrúpulos) cuando son juguetes en activo. Su despido pone en evidencia que esos medios supuestamente independientes, los grandes medios privados, son instrumentos de esa trenza de poder entre las élites políticas y económicas. Resulta llamativo que un presidente rodeado de corruptos e incompetentes como Rajoy no haya destituido a uno sólo de sus ministros pero ya se haya cargado a dos de los periodistas que más le sirvieron: Federico Jiménez Losantos y Pedro J. Ramírez, aunque no podemos dudar que también tendrán alguna forma de indemnización en diferido en forma de simulación. En las duras y en las maduras han tenido la suerte que al Poder le ha dado la gana. Daría la impresión de que, como sucede con el resto de poderes, la independencia del cuarto poder es sólo una farsa que sirve a los poderosos para que sigamos hablando de democracia mientras ellos se reparten nuestro pastel. Pero esto no sucede sólo cuando destituyen a Pedro J. Ramírez: esa farsa también se evidenciaba en aquel balcón desde el que Pedro J. y Aznar observaban la Semana Santa y, sobre todo, se dejaban observar.

 (*) Hugo Martínez Abarca es miembro del Consejo Político Federal de IU y autor del blog Quien mucho abarca.
8 Comments
  1. GENTE CORRIENTE says

    No se podría explicar mejor… y los ejemplos son perfectos. El político metido a periodista…

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