EL «problema catalán», a la luz de la «teoría del café»

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Francisco Serra

Mariano Rajoy y Artur Mas, durante la última visita oficial del presidente de la Generalitat al Palacio de la Moncloa. / Efe
Mariano Rajoy y Artur Mas, durante la última visita oficial del presidente de la Generalitat al Palacio de la Moncloa. / Efe

Hace unos días, un profesor de Derecho Constitucional llevó a su hija a clase de música en un centro cultural de Madrid y, mientras esperaba a que terminara la lección, se sentó en un local de la zona a tomar un café con leche. Estaba leyendo el último libro traducido de un expresidente del Tribunal Constitucional italiano y se concentró en la lectura, aislándose del mundo exterior, hasta que la irrupción de un grupo de clientes, más de quince por lo que pudo observar el profesor al levantar la cabeza, le distrajo y, aun sin quererlo, prestó atención a la conversación que sostenían con el camarero.

“Queremos café”, aseveró el más decidido y luego añadió, riéndose: “¡Café para todos!” Uno a uno fueron formulando su petición los integrantes de la alegre camarilla: un solo doble, un café con leche fría corto de café, un cortado con leche caliente, un descafeinado solo de máquina, un americano con hielo, un café bombón, un café con leche templada, un café jamaicano, un descafeinado de sobre con leche caliente, un carajillo, un café vienés, un café con sacarina, un asiático, un café con azúcar moreno, un café irlandés, un café bien cargado, un cortado con una gotita de leche fría…

Al cabo de unos minutos, el empleado, que había memorizado la comanda sin necesidad de anotar nada, regresó, impertérrito, con las tazas agolpadas en una inmensa bandeja y las fue depositando en la mesa sin cometer el más mínimo error. El profesor asistió desde su rincón, maravillado, a toda la operación y se puso a pensar en aquel desafortunado ministro de la UCD al que se le había ocurrido utilizar la expresión “café para todos”, aludiendo a la extensión, en la práctica, a todos los territorios de casi el mismo nivel de autonomía.

Tal vez el gobernante desconocía que para los camareros nada hay más difícil que atender de forma correcta a las peticiones de café  (porque no hay dos españoles que lo tomen de la misma manera) y saber servirlas con éxito es la “prueba del algodón”, lo que distingue a un verdadero profesional de la hostelería de un aficionado. Para muchos, con esa expresión (“café para todos”) se simbolizaba el inicio del proceso que convirtió un modelo de organización territorial muy influido por la Constitución de la II República (y que no llevaba consigo, necesariamente, que todas las “nacionalidades” y “regiones” accedieran a la autonomía y menos en un grado casi similar) en un verdadero “Estado de las Autonomías”, no previsto con esa denominación y esas características en la Constitución actual.

Ese leve cambio, esa pequeña “mutación”, habría estado en el origen de todos los problemas actuales, al haberse desvirtuado la singularidad del “problema catalán” y de las otras “nacionalidades” históricas que ya habían iniciado la vía estatutaria antes del estallido de la Guerra Civil.

El profesor, mientras se llevaba la taza a los labios y apuraba la consumición para ir a recoger a su hija, cayó en la cuenta de que la frase “café para todos” de la que se sirvió el político (por lo demás, también un experimentado jurista) podía tener un significado distinto, del que ni él ni todos los demás se habían dado cuenta en su momento. Las palabras, una vez emitidas, se independizan de quien las ha expresado y deben ser entendidas en sí mismas, al margen de lo que quisieran decir cuando se pronunciaron. En el ámbito jurídico ese proceso, que es el propio de la interpretación, consiste en pasar de intentar descubrir la “voluntad del legislador” (la intención de quien formuló la norma) a la “voluntad de la ley” (lo que las palabras en que se expresa quieren decir en la actualidad”).

El profesor recordó haber leído, unos años antes, un precioso libro que llevaba por título “Teoría del Café” y en el que se narraba, además de los orígenes de tan preciosa sustancia (en Etiopía, al parecer, por el ingenio de un pastor de cabras) y su difusión por todo el orbe, el surgimiento de los locales dedicados a su consumo y que se convirtieron en espacios de libertad y discusión de las nuevas ideas que estaban apareciendo en Europa. Café no solo es el delicioso brebaje que desde hace ya tiempo se saborea con fruición en muchos lugares, sino también el nombre de los establecimientos en los que se conversaba y junto con los Parlamentos y los diarios se convirtieron en emblema del surgimiento de una “opinión pública”.

Las democracias occidentales no habrían podido existir sin la aparición de los “Cafés” y es en esos lugares donde se prepararon las Revoluciones liberales. Aun hoy sigue existiendo uno de los más conocidos, el Café Procope, frecuentado por Robespierre, Danton, Marat y muchos otros protagonistas de esa época agitada. El profesor recordaba haber visto la fachada cuando estuvo en París, aunque no llegó a entrar, porque se había convertido en un restaurante de lujo, accesible a muy pocos bolsillos. Quizás ha pasado lo mismo con la libertad, pensó el profesor, de la que solo disfrutan hoy los más adinerados.

“Café para todos”, continuó reflexionando, mientras se ponía el abrigo y se dirigía a la salida, podía significar en realidad que era necesario crear un espacio en el que todas las entidades territoriales que componen el Estado español pudieran discutir para dar lugar al surgimiento de una auténtica “opinión pública” estatal, resultado de la discusión de las cuestiones fundamentales. En la Constitución no estaba definido con claridad el modelo territorial, pero una vez que se había decidido que España estaba formada por Comunidades Autónomas y se había convertido en un Estado “materialmente” federal, era preciso que además de una Cámara (el Congreso) en que estaba representada la “comunidad de los ciudadanos” existiera otra (el Senado) en que se integraran las diferentes “Comunidades”, un  espacio libre de discusión, un “Café” en que todas pudieran expresarse.

Así habría quedado claro, recapituló el profesor, saliendo del local, que España era a la vez “comunidad de ciudadanos” (comunidad nacional) y “comunidad de Comunidades” (comunidad estatal), pero ni los políticos de ese tiempo ni los que han llegado después han sido capaces de reconocer ese cambio y crear esa “esfera de discusión” de las Comunidades Autónomas”, postergando una y otra vez la reforma del Senado.

Para resolver una cuestión difícil (y es inevitable referirse hoy a “Cataluña como problema” para el Estado español) lo primero que hace falta es formularla en sus términos precisos y para eso es necesario hablar. El Presidente del Gobierno y el President de la Generalitat deben reunirse, pero no en secreto, sino en torno a una mesa, en ese espacio público que los “Cafés” contribuyeron a formar y si no lo hacen por no gastar, concluyó el profesor, a él no le importaba dejarles pagados dos “cafés pendientes” (como se suele hacer ahora con la crisis) en el café Lyon, en la calle Colombia, casi esquina con Príncipe de Vergara, la ancha vía con la que la villa de Madrid recuerda a quien fue capaz, con un abrazo, de poner fin a uno más de los enfrentamientos civiles  que parecen venir caracterizando desde hace siglos la historia de España.

4 Comments
  1. GENTE CORRIENTE says

    Qué interesante reflexión, profesor Serra. Las cosas que se les ocurren a los profesores de derecho constitucional cuando toman café!

  2. Bernardo says

    Con el cafe, hay que oir qué tipo quiere cada cual y ponerles a todos el mismo El cafe diverso debe tener efecto placebo ¡Café para todos!

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