El ocaso de la «opinión pública» libre en España

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Francisco Serra

Imagen de un kiosko de prensa en el centro de Madrid. / Efe
Imagen de un quiosco de prensa en el centro de Madrid. / Efe

Un profesor de Derecho Constitucional subió al autobús de vuelta a casa y se colocó con mucho cuidado en uno de los asientos, ante las advertencias de su hija para que no ocupara otro, en apariencia vacío, pero en el que se había aposentado con sigilo el “señor invisible”. En las últimas semanas los viajes en transporte público se habían vuelto muy complicados, porque casi siempre los acompañaba ese “caballero inexistente” que  era el más rápido a la hora de escoger los mejores sitios.

Mientras su hija intentaba entablar conversación con el “señor invisible” y sacarlo de su tenaz mutismo, el profesor leyó por encima las noticias de un periódico que había quedado abandonado en el suelo del vehículo y se encontró con un artículo donde, de pasada, se mencionaba el hecho de que tres de los grandes diarios nacionales habían cambiado de director en las últimas semanas. Aunque el profesor tenía conocimiento de esa circunstancia, no le había concedido tanta importancia. Ahora, sin embargo, en el texto que tenía delante parecía ponerse en relación esos relevos con la influencia de las grandes empresas y las maniobras del gobierno.

En la vida pública española, meditó el profesor, al tiempo que atendía al monólogo de la niña, también existen unos “poderes invisibles” que intervienen, cuando lo consideran conveniente, para “guiar” a la opinión pública, provocando sorprendentes giros en la orientación de los medios periodísticos más conocidos. Una sociedad democrática exige una opinión pública libre, en la que tenga  lugar un verdadero debate de ideas antes de adoptar, en el Parlamento, las decisiones fundamentales.

En la actualidad, como ya se advirtió hace tiempo, las votaciones en los órganos legislativos están casi siempre predeterminadas, pero al menos hasta ahora podían someterse a discusión las cuestiones más importantes. En la medida en que esos “poderes invisibles” intervienen de forma cada vez más significativa en la esfera pública se alteran las condiciones de funcionamiento del sistema y la “mano invisible” que pudo emplearse como metáfora de la forma de actuación de la economía capitalista agarra ahora por el cuello a la sociedad civil, amenazando con asfixiarla y provocarle la muerte.

La gran “visibilidad” de otros poderes, más  notoria en momentos de tensión y crisis, a veces puede hacer olvidar la presencia de grupos privados que intervienen para alcanzar sus objetivos y no puede ser casual la incorporación a ellos de quienes han ocupado antes las posiciones más relevantes en la esfera pública. La guerra pudo ser vista como la continuación de la política por otros medios para su mayor teórico, Clausewitz, y el beneficio privado parece ser, en muchas ocasiones, el término de una carrera dedicada al “servicio público”.

La hija del profesor, harta del silencio del “señor invisible”, empezó a sacar figuritas de su mochila y jugar con ellas. De modo parecido, pensó el profesor, cada vez más las jóvenes generaciones abandonan los medios de comunicación tradicionales y buscan fuentes de información alternativas. La mayoría de sus estudiantes y sus colegas más jóvenes encontraban en la Red lo que el kiosco ya no les proporcionaba: un “relato” creíble de lo que estaba sucediendo y la forma en que afectaba a sus vidas.

Frente a la “opinión pública” oficial y que parece encaminada ahora a justificar, tras las próximas elecciones, una “gran coalición”, garante del corrompido sistema de la transición (una vez agotado el “turnismo” -perdón, “bipartidismo”-, no muy alejado, en el fondo, del de la Restauración), se está conformando otra “corriente de opinión” que empieza a abogar por un cambio radical, que puede llegar, si es preciso, a la apertura de un nuevo período constituyente. Si no se puede “reformar” la casa, habrá que buscar otra en la que podamos habitar, antes de que se nos derrumbe encima.

Al día siguiente, el profesor, al salir de clase, se encontró con un estudiante que le comentó que su asociación estaba organizando un acto sobre “la guerra mundial”. Al notar la súbita palidez de su interlocutor, el joven aclaró en seguida: “la Primera”. Se aprende muy poco de la Historia, pensó el profesor, ni en España  ni en los demás lugares y quien conozca la forma en que estalló, hace cien años, esa estúpida contienda no podrá dejar de encontrar paralelismos con la situación actual.

La apelación a la legalidad internacional por parte del Presidente norteamericano tiene escasa legitimidad porque en otras ocasiones su propio Estado ha recurrido a la fuerza sin tener en cuenta las reglas previamente fijadas. La absoluta indeterminación del mundo presente, concluyó el profesor, parece habernos conducido a una “nostalgia de la guerra fría”, en la que los poderes en conflicto eran bien visibles y todos vivíamos instalados en el miedo, a la espera de una catástrofe inminente, por fortuna siempre aplazada.

4 Comments
  1. Jana says

    Un artículo muy interesante. Revela muy bien el escalofrío cotidiano, la sensación de estar sentados sobre un polvorín zarandeado por acróbatas y payasos que no se sabe muy bien si son titiriteros o marionetas. Pero creo que nunca fuimos ingenuos: los gobiernos, fuesen los que fuesen, siempre albergaron oscuridades patentes y siempre fueron encubiertos y delatados por la prensa. Pero se acabaron aquellos tiempos en que la intachabilidad de las instituciones imponía mantener las apariencias y que por un amantazgo o un desliz fiscal se hundiese la carrera de un político. Las guerras de Vietnam, las Torres, Iraq, las invasiones y las operaciones de la inteligencia estatal, Guantánamo, las escuchas masivas, etc., han convertido el deshonor en intapables gajes de político. Que cada día nos aterroricen sistemáticamente con pandemias, posibles atentados, guerras, espionajes y colapsos económicos no nos hace más serenos. Pero que la voluntad de ser-vicio sea endémica no implica que una inmersión general en lejía hirviente nos deje en mejores condiciones. Y sí, hay mucha gente que no sabe cómo empezaron la Primera, ni la Segunda, ni la Civil, ni cómo fueron ni cómo ni a cuántos terminaron, y se ufanan al decir que cualquier cosa es mejor que esto. Que la impotencia lleve a la bestialidad no es una visión preclara, es patológico.

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