La vida en tiempos de ‘San Google’

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Francisco Serra

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Imagen: shutterstock.com

“¡Es absurdo!” Un profesor de Derecho Constitucional dejó sobre la mesa el libro que estaba leyendo y descolgó el teléfono con la intención de llamar a su madre para ver qué tal había pasado el día. Le habían regalado hacía unos meses un estudio sobre la forma en que las nuevas tecnologías han alterado nuestro comportamiento y los peligros que pueden derivarse de ello. Nada convencido de sus argumentos, el profesor, al tiempo que hablaba con la anciana, se entretuvo viendo si tenía nuevos mensajes de correo en el ordenador y después, al comprobar que no había ninguno, consultó las últimas noticias en los periódicos digitales y, como tampoco encontraba nada interesante, buscó en Google despejar una duda que se le había suscitado durante la tarde. En algunas ocasiones el profesor se distraía tanto en sus pesquisas que no se enteraba bien de lo que le contaban en las conversaciones telefónicas y tenía que volver a llamar para confirmar lo que le habían dicho.

Cuando su madre le preguntó por qué se alegraba de que ella cada vez se encontrara peor, el profesor tuvo que rectificar, balbuceando una excusa, y comprendió, de repente, que el autor del libro que estaba leyendo tenía algo de razón. Hoy todos hacemos varias cosas a la vez, leemos por encima los textos que aparecen en la pantalla, guasapeamos con el móvil y mientras hablamos estamos ya pensando en lo próximo que vamos a emprender. Vivimos en una perpetua inquietud, como si fuéramos extranjeros de nosotros mismos, pasando de una cosa a otra sin parar. La consecuencia inevitable de esa permanente desazón es la superficialidad, una constante ligereza que nos impide profundizar en el conocimiento de la realidad.

Podemos caer en la tentación de trasladar esa caracterización de nuestra conducta a toda nuestra forma de vida y pensar que también se refleja en los trabajos desechables y en los amores efímeros que algunos consideran propios de nuestra época. No debemos olvidar, sin embargo, que la mayoría de las invenciones que han proporcionado mayor libertad a los seres humanos fueron contempladas al principio con enorme recelo. Una amiga del profesor aseguraba, con ironía, que vivimos en los tiempos de San Google, que nos permite recuperar la memoria perdida, del mismo modo que nuestros padres invocaban a San Antonio para hallar los objetos extraviados. Hoy ya no nos preocupa tanto el hallazgo como el itinerario: el camino es la meta. Uno de los más importantes filósofos del siglo XX puso por título a su biografía Búsqueda sin término y en el mundo actual todos estamos en perpetua indagación.

Solo tenemos que ser conscientes, reflexionó el profesor, de que para las cuestiones fundamentales nunca habrá una respuesta definitiva. Las nuevas tecnologías nada más nos prestan una herramienta muy útil para obtener información a la que nosotros debemos darle un significado. Gracias a San Google, el profesor había podido descubrir, con cierta verosimilitud, qué había sido de sus amigos de juventud: inseparables durante unos años, habían acabado distanciándose. Su situación actual parecía una fiel radiografía de la evolución de un sector de la sociedad española: un magistrado conservador, con muchos hijos, en una ciudad levantina; la propietaria de una tienda de regalos con problemas en una pequeña población de Galicia; una prestigiosa especialista en medicina en un hospital de Madrid (y que aparecía en varios manifiestos contra los recortes en la sanidad pública); el encargado de una tienda de ordenadores; una psicóloga que había perdido su empleo, quizás a causa de la crisis…

Nada garantizaba que todo ello fuera cierto, porque con los buscadores aparecen tanto las noticias antiguas como las más recientes y a veces datos equivocados que son muy difíciles de eliminar. Hoy vivimos en una “sociedad instantánea”, en la que en un momento se puede contemplar tanto el presente como el pasado e incluso, a veces, el futuro. En varias ocasiones le comentaron a Picasso que su retrato de Gertrude Stein no se parecía en nada a ella y él contestaba, sin dudarlo: “No se preocupe, se acabará pareciendo”. Hoy recordamos más a la escritora norteamericana por esa imagen inventada que por las fotografías reales.

Una “sociedad instantánea” no nos proporciona, de manera necesaria, la “memoria” de las cosas, porque a las informaciones hay que dotarlas de un sentido, tenemos con ellas que fabricar una “historia”, nuestra propia historia. La Red no es más que un instrumento, susceptible de múltiples usos. Para nuestros veleidosos políticos, San Google es un temible enemigo, porque reproduce sus palabras no siempre afortunadas. El profesor, en una ocasión, les sugirió a sus estudiantes que buscaran y comentaran la propuesta del ministro Gallardón de reforma del procedimiento de elección de los vocales del Consejo General del Poder Judicial y como muchos no repararon en la fecha de la noticia entregaron trabajos muy  distintos, con referencias a múltiples proyectos ya desechados.

Es exigible la rectificación de informaciones erróneas que hayan podido aparecer y que se garantice el “derecho al olvido” de esas afirmaciones, pero también hay un “derecho a la memoria”, a que no se oculte lo que ha sucedido, porque hoy, como nunca, somos conscientes, concluyó el profesor, de que para llegar a algún sitio (e incluso a la “U-topía”, lugar inexistente, por definición) lo más importante es  explorar, incluso aunque arribemos a un paraje diferente.

Navegando en busca de las Indias, Colón alcanzó un continente desconocido y muchas veces dejándonos llevar por la Red descubrimos algo de nosotros mismos que tal vez ni imaginábamos (y que no siempre nos gusta, claro).

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