Mi banco y yo

“¿Por qué es la gente la que debe ser digna de los bancos?,
¿Acaso son los bancos dignos de la gente?” Muhammad Yunus.

Son más de las nueve de la noche. Estoy en la cocina de mi casa, preparando tranquilamente la cena. Huevos escalfados sobre un lecho de pisto, con unas lonchitas de jamón por encima. Suena el teléfono, un número anónimo. Es un señor del banco. De Bankinter. Tras confirmar mi identidad me recuerda que tengo un descubierto en mi cuenta. No lo sabía. Ni más ni menos que 87 euros. ¿Cuándo podría solucionar el problema? me dice. ¿Esta semana? Bueno… ¿Mañana? Cuanto antes mejor, aprieta. Sí, son 87 euros. Gracias por su atención. Cuelgo y comienzo a entender la publicidad de su campaña de planificación financiera personal: “El tiempo pasa, que lo haga a su favor depende de usted”.

Se me han agarrado ligeramente los huevos. Los retiro de la sartén y trato de relajarme. Esto no se le hace a un colega. Yo creía que lo nuestro, después de décadas compartiendo hipotecas y créditos, domiciliaciones y comisiones, transferencias y tarjetas de crédito, avales e inversiones, no era solo una simple relación económica. Era algo más bonito. Creía que éramos amigos, que formábamos un equipo económico, que estábamos juntos en esta recesión, que saldríamos del agujero cogidos de la mano, tirando uno del otro. De hecho, yo he tirado de él, de ellos...

Desde que comenzó la crisis, bancos y cajas han recibido más de 500.000 millones de euros en ayudas de distinto tipo (ayudas directas, avales para renegociar sus créditos, préstamos transformables en capital y créditos del Banco Central Europeo al 1% por tres años). El sistema financiero ha sido rescatado con dinero público, con nuestro dinero, con mi dinero: 108.000 millones de euros, de los que más de la mitad, unos 57.000 millones, se han gastado en aportaciones directas al capital de las entidades financieras. Y ahora, después de todo esto, me llaman a las nueve de la noche para reclamarme 87 euros. No me esperaba algo así, la verdad. Podría parecer que no somos colegas, que no tienen corazón. Que no estamos en el mismo barco.

Llevo trabajando más de 30 años, y desde el primer día dispongo de cuenta en un banco. En todo este tiempo jamás he tenido una mancha en mi expediente financiero: ni un descubierto, ni una devolución de un recibo, ni un traspiés con una letra, nada. Limpio. Es más, por mi fidelidad y buen comportamiento he sido merecedor de un juego de sartenes, una sandwichera y diferentes calendarios, tanto de pared como de mesa. ¿Vamos a dejar que una historia tan bella de amor y fidelidad se vaya al garete por 87 miserables euros?

No si de mi depende: acabo de ingresar los 87 euros. Me gustaría llamar al banco para confirmar que han recibido el dinero, que mi currículo vuelve a estar inmaculado, que me han perdonado y vuelven a confiar en mí. Pero son más de las nueve de la noche, y lo último que querría es molestar a unos señores tan ocupados. A esta hora a buen seguro están cenando tranquilamente con su familias, en sus casas. Que para algo los bancos se quedaron con cerca de 50.000 viviendas por impago en 2013…

Por cierto, el pisto frío es un puto asco.