El mix de política económica en la zona euro, política monetaria previsible y expansiva en lo convencional, junto a una política fiscal restrictiva, en presencia de una situación de recesión de balances, nos ha llevado hasta una situación cercana a la deflación sin crecimiento. Los últimos datos de crecimiento en la zona UE, un 0,2% y la inflación en el 0,5% en mayo, han encendido las últimas luces de alarma que quedaban en la sede del BCE, sin que su escaso acierto en el diagnóstico nos permitan ser optimistas en los posibles resultados de lo acordado ayer por el BCE.
Lo que no acaba de entender el BCE, y su brazo político ejecutor en Alemania, donde cohabitan los conservadores, socialcristianos y socialdemócratas, es que en una situación de recesión de balances, como es el caso de los países del sur de Europa, pero también Reino Unido, la política monetaria expansiva, sin acciones en materia de restructuración de deuda y política fiscal expansiva, es irrelevante. Eso es así, porque el exceso de endeudamiento privado, como señala muy bien Richard Koo, es incompatible con políticas de deflación interna, en materia salarial, y tambΩién con restricción de gasto público. El resultado de estas políticas supone el estrangulamiento del consumo privado, la inversión y por ende el crecimiento del desempleo. Esta política, supuestamente ortodoxa, que abrazan conjuntamente las elites políticas conservadoras y socialdemócratas en el Parlamento Europeo, ha llevado a la UE a tener más de 26 millones de desempleados, sin contar los trucos estadísticos como en España, o en la sensible caída de la tasa de participación en el mercado laboral.
El problema fundamental es que sin crecimiento y con desempleo, el repago de la deuda privada, fundamental lastre para muchas economías como la española, se hace prácticamente imposible, salvo empujando a parte de la sociedad a la exclusión social y a la marginalidad, como es el caso de una parte creciente y no desdeñable en España. La deflación salarial de los ocupados, excusa que esgrimen los defensores a ultranza de las políticas de oferta para ganar competitividad, solo está provocando aumentos significativos de colectivos, que incluso estando ocupados, pasan a engrosar las filas de la pobreza, sin que ningún estamento lo intente solucionar.
Sin política fiscal activa, como en EEUU, con una política de rentas contractiva y sin política presupuestaria común, las autoridades políticas y monetarias de la UE lo fían todo a que el tiempo acabará generando crecimiento, eso sí, tan débil e inestable que apenas aliviará la carga del desempleo y la exclusión social de millones de europeos.
El epicentro del problema está en la no restructuración de deuda privada que, junto a la restricción fiscal, anula y hace inoperativo el canal de crédito por parte de la banca comercial. Esta banca comercial está todavía llena de activos tóxicos, con una morosidad muy elevada, con graves problemas de capitalización, a pesar de las ingentes inyecciones de dinero público y con escasos incentivos a la concesión de crédito. Pero es que, al mismo tiempo, la demanda solvente de crédito escasea, ya que la solvencia de familias y empresas es muy precaria por el enorme monto de deuda privada que atesoran los balances privados. Aquí conviene señalar que instituciones como el FMI ya han entendido que es perentoria la restructuración ordenada de deuda privada en PYMES, para el caso español entre otros, ya que buena parte de esa deuda no se podrá cobrar.
Frente a esto, el BCE se ha dedicado a sestear durante estos años, con bajadas irrelevantes de tipos de interés, con subastas de liquidez a largo plazo (LTROS) y con ejercicios previsibles de llenado de liquidez a la banca comercial, sin hacer compras de activos tóxicos como hicieron otros bancos centrales. El resultado está ahí. La liquidez de la banca comercial se ha ido a la compra de deuda pública, que junto a los anuncios o faroles de Draghi, han permitido reducir las primas de riesgo de los países más endeudados del Sur, sin reactivar el canal del crédito para los agentes económicos. Esta operación para la banca comercial es realmente beneficiosa ya que apenas arriesga, los activos de deuda pública, formalmente, tienen riesgo cero, y sus plusvalías son notables, lo que les ha permitido presentar cuentas relativamente saneadas en el último periodo computado.
La novedad que aporta el BCE es su decisión de ayer es que, al margen de bajar de nuevo el tipo de intervención hasta el 0,15%, ahora penaliza el depósito extra de liquidez en el propio BCE, con un tipo negativo, y vuelve a lanzar subastas de liquidez, LTROS, terminando con el drenaje de liquidez a través de la deuda pública. Esto parece que ya es, casi, el último cartucho antes de comprar activos de crédito, los llamados ABS, aunque Alemania sigue siendo muy reticente. Lo que sigue sin entender el BCE es que estamos, debido a las cusas ya esgrimidas con anterioridad, en lo que se llama técnicamente una situación de trampa de liquidez. Ello implica que los agentes todavía no perciben que el ajuste en precios de los activos ha terminado, por lo que esperan caídas adicionales y posponen las decisiones de gasto e inversión, los que lo pueden hacer. Por todo ello, bajadas adicionales de tipos de interés, son irrelevantes.
Este nuevo anuncio de mayor inyección de liquidez solo va a mantener lo que el BCE ya ha alertado, es decir una nueva burbuja, en este caso de deuda pública, que podría estallar en el momento que las condiciones de solvencia de alguna economía del sur de Europa se deteriore aún más y no pueda ser sujetada por las declaraciones de Draghi. No tiene ningún sentido seguir inundando de liquidez al sistema, sin acometer una política fiscal expansiva y una restructuración de deuda en los países periféricos. Los anuncios de Francia sobre una reducción notable de gasto e inversión pública y las recomendaciones del BCE y Bruselas en el caso español de aumento de impuestos indirectos y reducción adicional de salarios van en la mala dirección.
En suma, estamos ante el epitafio del BCE que ha demostrado que no ha sabido leer la crisis, y que se ha dejado obnubilar por los miedos atávicos a la inflación que padece Alemania, cuya labor principal sería despojarse de semejante virus irracional que está llevando a la pobreza a millones de europeos. No se vislumbran soluciones reales ni plausibles que permitan a la economía europea salir del estancamiento al que nos han llevado los magos de la oferta. Ni los nuevos inquilinos del PE, ni la nueva Comisión que salga del cambalache entre conservadores y socialdemócratas podrán salvar a la maltrecha economía europea. Mientras, algunos podrían leer a Richard Koo.