Valls, Renzi, Sánchez: jóvenes y ambiciosos, pero liberales e innecesarios

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Pedro Costa Morata *

Pedro-Costa-MorataEs tentador establecer homologías entre tres políticos europeos de actualidad, y también lo es deducir de ellos si no destinos paralelos sí al menos su condición de producto común de la impotencia europea para responder a la crisis integral que nos afecta; tres políticos que se reclaman de esa izquierda moderna que, devenida en comparsa de la derecha, ya reniega hasta de su propio nombre.

En Manuel Valls, Matteo Renzi y Pedro Sánchez lo de menos, desde luego, es su estilo formal estereotipado en el vestido o el corte de pelo, siendo lo verdaderamente importante su descripción sociopolítica: itinerario, utilización de su juventud como arma de asalto al poder, ideología y programa. Y también la técnica y el arte comunicativos, el marketing político en definitiva, que en los tres casos ha sido muy importante, planteando una vez más el papel estratégico de una intermediación esencial que sin embargo, ajena a los valores propios, falsifica tantas veces el producto…

El nuevo primer ministro francés, Valls, apenas ha sobrepasado la cincuentena pero su itinerario –jalonado por papeles de experto en comunicación política– es el de un ambicioso declarado que ha revelado en su oportunismo una naturaleza propia, y al que acompaña un pragmatismo con el que la falta de escrúpulos quiere siempre revestirse. Sobre su socialismo no merece la pena detenerse mucho: primero, porque se define blairista (y reconoce, al tiempo, como referencias a Clinton y Felipe González), lo que hay que situar dos o tres grados por debajo de lo socialdemócrata, y segundo porque el PSF, al que formalmente pertenece, tiene en su cuenta de resultados desde 1981 las mismas aportaciones antisociales que la derecha, y en algunos aspectos ha sido incluso más agresivo y falaz. De sus exabruptos xenófobos, combinados con medidas concretas contra los gitanos siendo ministro de Interior, no hay que extrañarse mucho, ya que los avances de la ultraderecha en Francia obligan a los partidos principales a concesiones propagandísticas, aunque resulten crueles; y de su escasa consistencia ideológica basta el ejemplo que ha dado en su posición ante el conflicto de Oriente Medio, asunto en el que ha pasado de una clara posición pro palestina al alineamiento profeso con la causa israelí, mediando entre ellos su matrimonio en 2012 con una música de origen judío (lo que, sin que deba considerarse eximente, sí le procurará un avance neto en confort político en un país donde criticar a Israel conlleva un alto coste). Es considerado como el “Sarkozy del PSF “, y es de recordar que el expresidente derechista quiso contar con él en un gobierno “abierto”.

El también reciente primer ministro italiano, Renzi, es a sus cuarenta años escasos un producto típico del desmadre político-institucional italiano. Se le considera imprevisible y autoritario, improvisador y fanfarrón: de las apasionadas y urgentes promesas formuladas en su nombramiento al frente del gobierno de Roma no ha cumplido ninguna, estando por enhebrar la que planteó como principal: una nueva ley electoral que entraña la eliminación del Senado. En su entrada en la gran política italiana desde la alcaldía de Florencia ha hecho valer su juventud y su dominio de la comunicación política, exhibiendo expresamente una “ambición desmesurada” y un carácter desalmado: así lo demostró apuñalando por la espalda a su compañero Letta para alzarse con el gobierno. Procede de un grupúsculo demócrata-cristiano y aunque le gusta considerarse más o menos socialista en realidad no pasa de “socialcristiano”. Cuenta, desde que inició sus maniobras, típicas de un peligroso arribista, con la admiración reiterada de Berlusconi.

El tercero de los políticos revelación en la Europa catastrófica del momento, el español Pedro Sánchez, nuevo secretario general del PSOE, aporta una carrera política irrelevante; en consecuencia, más allá de tener que guardarle un respetuoso y prudente voto de confianza, sólo nos deja margen de análisis para enjuiciar signos y gestos externos, algunos de los cuales señalan con gran verosimilitud sus tendencias políticas, todas ellas dentro del plano inclinado por el que su partido se desliza, soltando lastre, desde hace decenios. El flamante líder socialista pertenece a una época nueva y por lo tanto no ha tenido que mostrar su valía en tiempos malos, y ni siquiera ha vivido el desgaste del PSOE en el poder ni la decepción inoculada con tanta persistencia a la ciudadanía. Como los otros dos líderes a que aludimos, a Sánchez le ha beneficiado en su ascenso político una hábil campaña de comunicación e imagen, sin la que no habría podido salir del cuasi anonimato.

Lo primero que llamó la atención, tras “revelarse” al mundo político, fue que confesase que sus dos referencias políticas eran Renzi y Felipe González, porque del primero, desconocido para todos hasta hace unos meses, sólo podía conocer su oportunismo, su perfidia florentina y su ambigüedad ideológica, y del segundo no debiera desconocer ni cómo dejó al partido y a la ética política en 1996 ni sus afanes incontinentes por garantizar que el PSOE no sea nunca socialista ni de izquierdas.

Puesto que se le considera próximo a José Blanco, a quien quizás lo mejor sería darle por desaparecido, nos evoca a aquellos líderes de la generación zapaterista, cuyo estilo recuerda a modernos y agresivos directores de sucursal bancaria. Aunque sin duda la ambición vuelve a estar presente en este caso, tanto porque en política siempre es necesaria como porque en su psicología debe obrar el deseo de dejar de ser un segundón, capaz sólo para tareas subsidiarias cuando no deslucidas.

No puede ocultarse el escaso gancho que a estas alturas presenta el recurrir al eslogan “Por el cambio”, que huele a historia socialista deshilachada (cuando no traicionera) y a crisis de imaginación; pero sus asesores de verbo e imagen lo verán de otro modo, claro. En cualquier caso, prometer el cambio, sea en su partido, sea en España, dice ya tan poco y contiene tanta indefinición que de ahí no obtendremos, necesariamente, pista alguna sobre impactos positivos para la sociedad sufriente.

Más claro está lo de que su objetivo sea “ganar a Rajoy”, que sin duda enardecerá a las masas no excesivamente frías, aunque aporte escasa enjundia en lo ideológico e incluso en lo político. Y sobre sus planes electorales, imposible deducir nada indicativo. Porque si logra remontar algo y consigue el 30% de los votos –asunto nada fácil– que le permitan sumarlos a quien tenga entre un 15% y un 20", tipo Podemos (nunca con IU), inauguraremos la época del bipartidismo roto, con nuevas –es un decir– emociones por vivir. Y si suma con el PP un 55%, será el momento de que España viva la “gran coalición” a la alemana, solución más innoble que la bipartidista pero que parece ya acecharnos.

Dejando aparte la estupenda impresión que un cartel con juventud y desenvoltura pueda producir, nuestro Sánchez de momento no parece inclinado a instalar a su partido en la izquierda que abandonó, y cuando alude al centroizquierda –evitando decir “liberalismo matizado”– se está ciñendo al triple corsé de la naturaleza ideológicamente furtiva de su partido, a la imposibilidad práctica y formal que impone la UE de ir más allá y, presumiblemente, a sus propias convicciones. Lo que no quita que intente, en su momento, proclamarse líder de una izquierda que, en sus arengas, reclamará como “realista”, “europea” e incluso “verdadera”.

(*) Pedro Costa Morata es ingeniero, sociólogo y periodista.
2 Comments
  1. Luis says

    Interesante artículo. La Tercera Vía está más viva que nunca. Esto parece ya «Rebelión en la granja»: unos cuantos políticos que dicen luchar por la gente pero que la venden a la primera de cambio por un plato de lentejas (en España, por ser consejero de alguna compañía eléctrica).

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