La «España del decretazo» (Boletines y Patrias)

1

Francisco Serra

I

– Papá, ¿tú crees en Dios?

– Pues…, no mucho.

– Yo tampoco.

– ¿Y eso, cielo?

– ¡No sale en la tele…!

Un profesor de Derecho Constitucional se quedó pensativo ante la respuesta de su hija. Al final, todos sus esfuerzos por fomentar una educación agnóstica habían resultado vanos y para la niña constituía un argumento mucho más concluyente de la inexistencia de Dios el hecho de que no hubiera trazas de su presencia en la parrilla televisiva.

En el momento presente, reflexionó el profesor, estamos tan inmersos en la realidad envolvente de los medios de comunicación que apenas nos queda tiempo para pensar por nosotros mismos. Para un filósofo ilustrado, “si Dios no existiera, habría que inventarlo”, pero hoy en día estamos rodeados de tantos artilugios que la idea de un ser superior nos parece superflua.

La vida, sin duda, era más sencilla cuando podíamos confiar en las grandes palabras: Dios, Patria, Constitución, mas nuestro mundo hoy abarca todo el globo y al mismo tiempo es infinitamente pequeño. Sentirnos a merced de decisiones que pueden cambiar nuestra vida en un instante nos lleva a recordar con nostalgia la época en que la tierra parecía aún firme bajo nuestros pies. De ahí el resurgimiento de la religiosidad, del nacionalismo, de la afirmación de la propia identidad.

II

El profesor, después de dejar a su hija en el colegio, compró un diario, muy alejado de sus ideas políticas, solo por la película que regalaba los viernes. Aunque a veces ni siquiera lo leía, en esta ocasión se encontró con una noticia que le sorprendió: la nueva edición del diccionario de la RAE incorporaba nuevos términos como friki, okupa, mileurista o decretazo.

Por una vez, pensó el profesor, la Academia ha sabido reflejar el alma de la época, porque ya no vivimos en la “España de la Constitución”, que hemos dejado atrás, sino en la “España del decretazo”, donde un simple decreto puede implicar “una reforma drástica y repentina en aspectos de gran repercusión social, económica y política”.

La utilización desmedida de la figura del Decreto-Ley, que se inició en la legislatura anterior y en la actualidad ha llegado a desbordar por completo las previsiones constitucionales (empleándose como procedimiento habitual en la toma de las decisiones más significativas), junto con otras medidas, está vaciando de contenido la Constitución. Sin embargo, el mismo gobierno que, respetando en apariencia la letra de la llamada “norma suprema”, no actúa conforme a su espíritu, apela al consenso fundacional para bloquear cualquier intento de reforma de un texto cada vez más alejado del presente.

También los gobiernos de algunas Comunidades Autónomas parecen haber sido presas del mismo “vértigo jurídico”, recurriendo a todo tipo de instrumentos legales para alcanzar con rapidez sus objetivos. Una patria, sin embargo, no se construye ni con una ley, ni con un decreto, ni con un “Boletín Oficial”, ni contra una sentencia. Una declaración de independencia no precisa de ningún tipo de consulta previa, aunque esta deba tener lugar en algún momento para legitimar la decisión adoptada. Si se ha insistido en Cataluña en la necesidad de celebrar un referéndum, de la forma que sea, es para reforzar la identidad colectiva, pero una nación no nace de esa situación excepcional, sino que es, como se ha repetido muchas veces, un “plebiscito cotidiano”, previo a cualquier formalización de esa singularidad.

El espectáculo de las últimas semanas y la previsión de los próximos resultados electorales producen una gran perplejidad al espectador que observa en la distancia los acontecimientos que se van sucediendo. Las expectativas de incremento del voto nacionalista pueden llevar a los partidos “españolistas” a la más completa irrelevancia, pero al mismo tiempo el desacuerdo entre las fuerzas soberanistas hace difícil que lleguen a convocarse unas “elecciones plebiscitarias”, ya que las opciones presentes no son solo dos (sí o no), sino múltiples. Tal como se prefigura el futuro sistema de partidos, Cataluña ya casi no es España, pero todavía no tiene una entidad propia, que se imponga a las diferencias existentes entre los grupos que defienden la independencia.

Thomas Paine escribió un célebre ensayo para defender que las colonias americanas crearan su propia unión política frente a la metrópoli y le puso por título El sentido común. Es extraño que siendo el seny tan característico de la identidad catalana haya estado en apariencia tan ausente del proceso emprendido, pero no se debe olvidar que su “fiesta nacional” conmemora una derrota, por lo que la suspensión del referéndum puede incluso reforzar el sentimiento soberanista.

De ahí que el aparente triunfo del Gobierno español al conseguir paralizar la consulta en los términos propuestos inicialmente puede convertirse en una victoria pírrica, porque el Derecho no puede solucionar las “cuestiones políticas”, sino solo “encauzarlas” y con ellas sucede lo mismo que con los ríos: si se tapona su lecho, cuando llueve el agua se desborda y acaba arrasando todo lo que encuentra a su paso.

III

El profesor, tras echar un vistazo a un artículo sobre el uso de las tarjetas “opacas”, abandonó el periódico y, extrayendo un libro de su cartera, reanudó la lectura de la que para muchos era la “mejor novela de la literatura española”: el Guzmán de Alfarache. De adolescente, el profesor entrevistó, junto con otros compañeros de clase, a Camilo José Cela para el periódico del colegio y el ya famoso escritor les confió: “El Quijote en realidad no es una buena novela, es otra cosa”.

Quizás hace falta haber vivido bastante en este país para comprender que los españoles, por regla general, no somos “quijotes”, aunque querríamos serlo, sino “pícaros” (“guzmanes”) y podría escribirse una buena obra narrando las “aventuras y desventuras” de esos políticos que derrochaban los caudales públicos, sin que nadie dijera nada, porque como el buen Lázaro de Tormes y su amo ciego, el que no comía las uvas de dos en dos es porque las cogía de tres en tres.

1 Comment
  1. penyu says

    por primera he leido su periodico de el cuarto poder y francamente he quedado agradeblemente sorprendido.

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