Soy un fumador que no fuma. Es decir, que fumo sin querer, de forma pasiva, obligatoria e innecesaria. Sin placer alguno, de rebote, me ahumo. Fumo porque en el bar de mi pueblo se fuma, en el restaurante de Talavera de la Reina se fuma y en el pub irlandés de Madrid cierran las puertas y se mosquean cuando, al preguntarme si me importa que la gente fume, me quemo y digo que sí. Por eso, por verme obligado a aspirar el humo ajeno, me llena de orgullo y satisfacción comprobar que Alfonso Alonso es de esos ciudadanos que se saltan la ley y fuman en locales públicos. ¿El resto de clientes? ¡Que se jodan! El nuevo ministro de Sanidad tiene buena pinta, la verdad.
Abogado, ex alcalde de Vitoria, portavoz del Partido Popular en el Congreso, Alfonso Alonso es un ministro de Sanidad insano que fuma en las cafeterías. No ha tenido nunca nada que ver con la medicina, cree que “cuando decimos que la Sanidad es universal en España no es para el universo mundo sino para los españoles y los residentes”, y consiente pelotazos urbanísticos. “Tiene una enorme sensibilidad social”, dicen del hombre que no quiere solidaridad con los inmigrantes ilegales.
Alfonso Alonso, el ministro que como sustituto de Ana Mato está condenado a mejorar la gestión de su predecesora, cree que “a lo mejor hay cosas que no se pueden pagar desde la sanidad pública”. Cosas. Como eso que, según Mariano Rajoy, hacen los catalanes. Cosas. Como el crucifijo y la Biblia ante los que ayer Alonso juró su cargo. Qué inquietante...
¿Cosas que no se pueden pagar desde la sanidad pública? Muy fácil: el único tratamiento eficaz contra la hepatitis C. La única salvación posible para los 900.000 españoles que padecen esta enfermedad. Un fármaco que se llama Sovaldi, que muy pocos enfermos se pueden pagar (60.000 euros el tratamiento de tres meses), y que el Ministerio de Sanidad se niega a cubrir. Cada año mueren por hepatitis C alrededor de 10.000 españoles.
Hagamos algo de populismo bolivariano, hablemos de prioridades. Elijamos. Ni un viaje más de Monago a Tenerife, los políticos en sus casas, mientras el Estado no tenga dinero suficiente para pagar el tratamiento a todos los enfermos de hepatitis C. El esperado y costoso fármaco solo llegará el próximo año al 0,6% de los afectados. Señor ministro de sanidad fumador, menos humos y mejor gestión.
Nada sorprendente, después de todo, este merluzo en el Gobierno. Otra cosa hubiera sido una sorpresa.
¿Que se puede fumar en el bar de tu pueblo? Cada vez me gusta más ese pequeño centro del placer. 🙂
Un cirrótico es un enfermo para toda la vida, como un diabético o un sidoso. Se les puede mantener con vida y de forma digna muchos años si se hacen los tratamientos oportunos y ellos, los pacientes, se cuidan.
Pero es muy caro y en un mundo donde lo que cuentan son los mercados y ‘el que se lo pague quién pueda’, son personas (antes que enfermos, son personas) que no son rentables.
Los inválidos de cuerpo entero, los comas cerebrales de larga evolución y tantos otras personas también se pulen un montón de dineros anuales en cuidados y mantenerlos vivos…
¿Será cuestión de tiempo -o de mercados- que estos enfermos igualmente costosos también sobren y se replanteen algunos dogmas como el de la eutanasia, llamémosla ‘económica’ para resolver el problema?
Sería una medida de la mano del coitus interruptus del aborto, llamémosle ‘electoral’, que se ha perpetrado recientemente….
Se me olvidaba: Negarle a un paciente un tratamiento que le puede salvar la vida o, al menos prolongársela dignamente, ¿se puede considerar una eutanasia ‘en diferido’?