El trampolín televisivo

Dicen que en nuestros días el talento y la imaginación se refugian en la televisión. Una idea que hemos escuchado en numerosas ocasiones y que me viene a la cabeza cuando me entero de que Antena 3 está preparando una serie titulada Allí abajo que, grabada en Sevilla, “ironiza sobre las diferencias entre vascos y andaluces”. ¿Dónde habremos visto una idea similar, un planteamiento parecido? ¿Quizá en alguna exitosa película producida por Mediaset, la competencia de Atresmedia?

Un prodigio de imaginación, talento a cascoporro. Así es la televisión, sobre todo en España. El trampolín para gente brillante, con creatividad, ingenio, agudeza y chispa. Para ciudadanos con cosas que decir, con historias que contar, con ideas para mejorar la sociedad. Y también para los políticos.

La televisión lo es todo para los políticos. Pueden promocionarse en los periódicos, las emisoras de radio, las redes sociales y hasta en las vallas publicitarias callejeras, pero solo tienen alguna posibilidad real de triunfar cuando aparecen en televisión. Le pondré un ejemplo: hace unos meses nadie conocía a Albert Rivera, un cachorro del Partido Popular que abandonó las huestes de Fraga para crear su propio partido: Ciudadanos. Pero un buen día Rivera comenzó a visitar algunas tertulias televisivas. Primero las de mediodía, más relajadas. Y después, una vez confirmadas sus dotes mediáticas, las más perras de los sábados por la noche. Ahí se codeó con la élite intelectual televisiva, desde Marhuenda a Sardá pasando por Rojo, Inda o Rahola. Una vez curtido en batallas de colmillo retorcido, Rivera dio el salto a los programas de los presentadores-estrellas. Alcanzó la cima audiovisual, la cumbre mediática, cuando fue a hacer la compra al mercado, carrito incluido en la pantomima, con la mismísima Thais Villas. Estaba preparado para dar el gran salto.

Albert Rivera se ha convertido en una estrella del rock and roll. Los sondeos auparon su partido, enorme progresión exponencial, a la cuarta fuerza política en España. Un crecimiento que se disparó al coincidir con la interrupción de la campaña televisiva de Podemos, partido en plena crisis autista provocada por el caso Monedero. Con Pablo Iglesias desaparecido de las pantallas, Albert Rivera tenía el camino libre para convertirse en el protagonista audiovisual del momento. Era la alternativa televisiva a unos socialistas y populares silenciados por su propia mugre. El joven de aspecto aseado y virginal no ha desaprovechado la oportunidad.

El miércoles 18 de febrero de 2015 el diario El País dedicó su fotografía de portada a Rivera. ¡La tele funciona! El Partido Popular, preocupado por las encuestas, inició en ese momento una ofensiva contra Ciudadanos tan rastrera como la que lleva semanas realizando con Podemos: “quieren ocupar el espacio del PP pero no van a poder”, confesó María Dolores de Cospedal, secretaria general de un partido que ha pedido a sus dirigentes que solo nombren a Ciudadanos en catalán: “Ciutadans”.

En este año sembrado de citas electorales, la clave está en el trampolín televisivo. Es decir, en una TVE en manos del Gobierno, y en dos empresas privadas: Mediaset (Telecinco y Cuatro) y Atresmedia (Antena 3 y La Sexta). Por si hubiese dudas, el PP rechazó el pasado día 17 en el pleno del Congreso una proposición de ley socialista para que el presidente de la Corporación y los miembros del Consejo de RTVE fuesen elegidos, como sucedía antes, por dos tercios de la Cámara. La pluralidad es la base de la democracia, no cabe ninguna duda.