El telespectador aún no se ha recuperado de la gala de los premios Goya, sigue sumido en un sopor abisal del que no consigue desperezarse, cuando llega el Debate del Estado de la Nación. Otro ansiolítico en vena. Más somníferos para unos ciudadanos que, pese a estar enganchados a la televisión en todos sus formatos (239 minutos de consumo diario por habitante), han perdido completamente el interés por unos políticos con los que no sintonizan: el informativo especial sobre el debate del Canal 24 Horas de TVE obtuvo una miserable cuota de audiencia del 2,1%, apenas 275.000 espectadores. Unas cifras ridículas, sobre todo si tenemos en cuenta que solo unos días antes cuatro millones y medio de personas (22,2% de share) vieron la entrevista a Pablo Iglesias en Telecinco.
El debate del pasado martes, que pasará a la historia de la reflexión política porque el presidente del Gobierno llamó “patético” al líder de la oposición, y deseo que no volviese al Congreso “a hacer y decir nada”, puede considerarse como una gala de despedida. El fin de fiesta de un bipartidismo que agoniza: cuatro de cada diez ciudadanos confiesan que el debate les aburre. Normal. El 80,5% de los españoles cree que el escenario político es malo o muy malo.
Es el resultado del descrédito de la vieja política, mezcla explosiva de corrupción y mediocridad, de inmovilismo y decrepitud. Es la consecuencia de la desafección del ciudadano con unos políticos grises, aburridos y mezquinos. Nunca se ha hablado tanto de política en las calles, nunca los políticos han estado peor vistos, han sido menos valorados.
¿Coincide la decadencia de la política con una crisis del sistema parlamentario? Posiblemente. El ciudadano está acostumbrado a la tertulia televisiva, un espectáculo de una sordidez galopante en el que los contendientes cruzan guantes, supuran bilis y se lanzan escupitajos. Un enfrentamiento directo que alimenta el interés de la audiencia. El actual reglamento de la Cámara, ese orden acartonado, yo te falto al respeto, tú me insultas, yo te menosprecio, tú me ninguneas, no sustenta en manera alguna el show que reclaman unos tiempos mediáticos muy exigentes. El actual Debate del Estado de la Nación resulta una ceremonia anticuada, sin ritmo, sin continuidad, incapaz de enganchar a un ciudadano acostumbrado a la ramplona necedad de las estrellas televisivas (en este sentido los políticos sí están a la altura), pero no a la ausencia de compás, a la falta de jarana, al tedioso monólogo.
Los nuevos tiempos deben traer nuevos políticos. Pero también nuevas formas de hacer política, de discutir de política, de comunicar la política. La renovación debe ser total. Y si no me cree ahí tiene a la veterana Celia Villalobos y su añejo Candy Crush, un rompecabezas del 2012 completamente anticuado, superado totalmente por otros juegos más innovadores, más creativos, mucho más adecuados a nuestros días. Juegos de tronos.
¡Qué buena foto!
Por mucho que se acabe el bipartidismo, tú seguirás sin encontrar empleo, Albéniz.