Trabajo Garantizado: hacia el pleno empleo

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Alberto Garzón y Eduardo Garzón *

Alberto_Garzón_y_Eduardo_GarzónDesde hace ya varias décadas no ha habido economía en el planeta que haya alcanzado el pleno empleo, quedándose la mayoría de ellas muy lejos de conseguirlo. Esta situación es consecuencia de estar atravesando una nueva etapa del sistema económico capitalista que cada vez se distancia más de aquella denominada época dorada del capitalismo en la cual el pleno empleo era la tónica normal en las economías occidentales. Ello ha generado y consolidado la idea de que en la fase actual del capitalismo el pleno empleo es sencillamente imposible.

Esta idea no sólo se sustenta en la constatación empírica, sino también en el análisis teórico. Son muchos los procesos que permiten explicar esta transformación del sistema económico mundial, pero entre ellos destacan: la transnacionalización de buena parte del proceso productivo de muchas empresas (que trasladan los puestos de trabajo a economías de menores salarios), la liberalización de los flujos de capitales así como el fortalecimiento y la transformación de la actividad financiera (que impide que determinadas rentas se destinen a la economía productiva creadora de empleo), la mecanización y robotización de importantes cadenas productivas (que provoca en muchos sectores la sustitución de la fuerza de trabajo en favor del capital), y una demanda agregada deprimida a través de menor peso de la actividad del sector público y de la caída de los salarios en la renta (que dificulta que muchos recursos ociosos –como la fuerza de trabajo– puedan ser puestos en funcionamiento de forma rentable para los empresarios).

Por lo tanto, en un entorno de estas características el sector privado no es capaz ni lo será nunca de ocupar a todas las personas que deseen y estén dispuestas a trabajar. Por lo tanto, se vuelve indispensable recurrir al sector público para completar ese hueco que el sector privado no sabe rellenar. Ahora bien, en economías capitalistas como en las que vivimos existe un importantes obstáculo para ello: la fuerza que ejerce el conocido “ejército industrial de reserva”. Si el sector público crease puestos de trabajo en condiciones convencionales para todos los parados, los trabajadores del sector privado ganarían mucho poder de negociación frente a los empresarios, puesto que ya no tendrían tanto miedo a perder su empleo como en épocas de alto desempleo. De ser así, la clase trabajadora exigiría mayores salarios y ahogaría en consecuencia la rentabilidad obtenida por los empresarios, de forma que éstos elevarían –siempre que pudiesen– los precios como medio para proteger sus márgenes de beneficio. La generalización de esta práctica tendría como resultado final un incremento de la inflación que terminaría perjudicando fuertemente la actividad económica. Es por esto que a los capitalistas les viene muy bien que existan importantes cotas de desempleo como medio para contener las exigencias de los trabajadores.

Sin embargo, el economista estadounidense Hyman Minsky ideó una solución a tal problema: el Empleador de último recurso, o como se vino a denominar recientemente, el Trabajo Garantizado (TG). Esta solución, circunscrita en primera instancia al funcionamiento capitalista de las economías, consiste en que todo ese nuevo empleo público que habría de crearse para llegar al pleno empleo debía tener una característica atípica: unos salarios fijos y coincidentes con el salario mínimo establecido.

En un mercado laboral en el que exista un TG, el descenso del desempleo no empuja los salarios al alza: el poder negociador de los trabajadores del sector privado no mejora porque todavía persiste el miedo a perder el trabajo (no hay desempleados pero sí una bolsa de empleados de TG que prefieren trabajar en el sector privado porque concede salarios más elevados). Por lo tanto, los trabajadores del sector privado no exigirán mejoras salariales puesto que corren el riesgo de ser sustituidos por empleados del TG. Como resultado, no se generan tensiones inflacionistas; se trata de un pleno empleo flexible en el cual el poder de los trabajadores no aumenta lo suficiente para desestabilizar los precios.

Además, el propio diseño del TG funciona como un estabilizador automático de la economía. Cuando la actividad económica se dinamiza, los empresarios del sector privado contratarán a trabajadores del programa de TG, disminuyendo por lo tanto su volumen y provocando un efecto amortiguador de la inflación. Al contrario, cuando la actividad económica se ralentice, los empresarios del sector privado despedirán a sus trabajadores y pasarán a engrosar las filas del TG, aumentando por lo tanto su volumen y provocando un efecto amortiguador de la deflación. En consecuencia, el TG es una medida contracíclica que ayuda a evitar la inflación en los booms económicos al mismo tiempo que evita la deflación en épocas de recesión.

Por su propia naturaleza de política económica complementaria, el TG no puede analizarse en solitario. Sería absurdo, por ejemplo, concebir que la solución de los problemas del paro en la economía española pasa únicamente por la aplicación de un TG. No se trata de eso. Esta propuesta tiene que ser entendida como parte de un paquete de medidas destinadas a crear empleo. Un paquete en el que se podrían distinguir analíticamente tres partes.

La primera de ellas es la necesidad de acometer una profunda transformación del modelo productivo y energético de la economía española para que el sector productivo genere más y mejores puestos de trabajo de los que genera una economía tradicionalmente volcada a la construcción y al turismo de bajo valor añadido y así acercarnos a las tasas de paro estructurales del resto de economías europeas. La segunda de ellas consiste en el fortalecimiento de los servicios públicos y la protección social a la ciudadanía, lo cual también conllevaría una importante creación de empleos que reduciría notablemente la tasa de paro. La tercera y última consistiría en aplicar un Trabajo Garantizado para ocupar a todas las personas que no hayan sido empleadas mediante la implementación de las dos primeras partes. Teniendo en cuenta este horizonte y sin perderlo de vista en ningún momento, la consecución del pleno empleo deja de concebirse como una aventura irrealizable.

(*) Alberto Garzón es diputado de IU y candidato de esta formación a la Presidencia del Gobierno. Eduardo Garzón es economista.
5 Comments
  1. Piedra says

    Yo estoy muy de acuerdo con esta teoría del TG que ustedes han incluido en su programa para Andalucía. Sería una buena solución para el 34% de paro en esta comunidad histórica a la que, por mucho que se quejen los catalanes, le han llovido todas las hostias del poder central, el señoritismo y la estructura de terratenientes y sinvergüenzas sin fin. Como cantaba Carlos Cano, con los caciques pico y pala, chimpún, y a currelar.

  2. vicenmof says

    SIEMPRE HE TENIDO CLARO QUE EL PARO ES UN INSTRUMENTO DEL CAPITALISMO PARA MANTENER LOS SALARIOS BAJOS, ESPAÑA ES DE LOS PAÍSES CON EL SALARIO MÍNIMO MÁS BAJOS DE EUROPA, Y QUE LA REDUCCIÓN REAL DE LA JORNADA LABORAL SERÍA UNA FORMA DE REPARTIR LA RIQUEZA QUE SE GENERA Y SE HA GENERADO CON LA FUERZA DE TRABAJO DE LOS TRABAJADORES Y QUE ESA REDUCCIÓN DE LA JORNADA PERMITIRÁ QUE LOS TRABAJADORES PUEDAN DEDICAR SUS VIDAS A OTRAS ACTIVIDADES Y NO SÓLO A TRABAJAR PARA TENER UNA VIDA DIGNA.

  3. marcos says

    Los mercados financieros de hoy en día tienen una estructura de religión,son un ente que está por encima de todo ,que no se puede cuestionar porque no están en nuestro plano de existencia,y son algo con lo que no puedes contactar de ninguna forma.Lo más increíble es que los profetas que predicen su actuación,ni siquiera aciertan demasiado,pero la gente sigue crellendo en su existencia,porque tiene miedo de lo que podria pasar si manda las plagas con las que amenazan,es el engaño más viejo del mundo,y la gente sigue cayendo,como puede ser.

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