Periodistas, tertulianos y civiles se preguntan horrorizados en prime time por los detalles de los últimos instantes de vida de los pasajeros del avión de Germanwings. Susanna Griso, la presentadora estrella de Antena 3, se recreaba en el miedo vivido en los instantes finales: “No me puedo quitar de la cabeza esos últimos ocho minutos”, decía, “porque lo único que les queda a los familiares es saber cómo fue esa muerte de dura”. El análisis de la caja negra acortó esa agonía, dejando en un minuto, apenas un minuto, un minuto eterno, el tiempo entre el instante en que los pasajeros fueron conscientes del peligro y el momento del impacto. “Queremos saber lo que sentían los pasajeros en los últimos instantes del vuelo”, afirma un macabro tertuliano.
El accidente de un avión, con 150 pasajeros, viene a confirmar la preocupación de los ciudadanos del primer mundo por su seguridad, por limitar los riesgos de vivir e incluso por manejar los tiempos de la agonía. Un minuto entre el comienzo y el final de la debacle, entre el principio del fin y el adiós, entre la vida y la muerte, se considera terrible, atroz, intolerable. Y es motivo de alarma y llanto en una comunidad como la nuestra.
Los medios de comunicación se han entregado en cuerpo y alma a esta tragedia aeronáutica. Se han escrito miles de páginas, y se han emitido cientos de horas de radio y televisión, con todo aquello que pudiese interesar al consumidor de información. Detalles sobre los fallecidos, sobre sus trabajos y sus familias, sobre los sueños rotos y las ilusiones perdidas. Y sobre el terrible último minuto: todo el sufrimiento que provoca la certeza de la muerte condensado en sesenta segundos. Enterrada por ese tsunami de datos, gráficos y análisis, se escondía una noticia pequeña, insignificante, apenas un breve, que también hablaba de la muerte espantosa esos días de otros seres humanos: mientras se comenzaba a linchar al copiloto de Germanwings y se especulaba sobre el dramático minuto final de los pasajeros, ocho personas africanas fallecían de hambre y sed en una patera que viajaba desde el sur de Dajla, en el Sáhara Occidental, rumbo a Gran Canaria. Viajeros de segunda, sus cadáveres fueron arrojados al mar por sus compañeros. En este caso, la agonía de los fallecidos duró diez días.
Sin duelo, sin pruebas de ADN, sin detalles sobre sus sexos, sus trabajos o sus familias, sin siquiera nombres o fotografías de sus rostros en vida. El avión de madera en que salieron de África en busca de una vida digna tardó diez días en estrellarse. Diez días de cruel agonía, de sed y hambre, de muerte lenta y brutal. Diez días que nos resultan indiferentes: nosotros jamás moriremos en una patera. Lo del avión ya es otra cosa...
Simplemente: BRAVO.
ATLANTICO Y MEDITERRANEO son tumbas silenciosas de subsaharianos que buscan el falso espejismo de un supuesto bienestar europeo que ya no existe mas que para las clases altas y ciertas clases medias acomodadas,las politicas despiadadas de la derecha han destrozado a clases medias y convertido en pedigueñas a las bajas,los que logran salvarse del infierno marino,malviven en la arruinada ESPAÑA a base de mendigar,vender chatarra,robar o prostituirse-las ramb las de BCN al caer la noche son el escenario donde pululan cientos de jovenes sunsaharianas en busca de los euros de los locales o los guiris que se han hecho amos y señores de gran parte de la ciudad,convirtiendonos a los que tenemos la desgracia-es mi opinión -de vivir en ella en meros figurantes sin frase-el inmenso cementerio marino se lleva las ilusiones y esperanzas de hombres y mujeres jovenes que huyen de la pobreza de sus paises colonizados por los blancos,en busca de un lugar en el sol,que no van a conseguir porque el sol cada dia brilla menos para los pobres y eso incluso en un pais llamado ESPAÑA que es de lo unico que puede presumir,DESCANSEN EN PAZ LAS VICTIMAS DEL OCEANO