Cuestiones de culto y ley

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Miguel Sánchez-Ostiz *

Miguel_Sánchez_OstizEs posible que el comisario Villarejo conociese la financiación turbia del Partido Popular de Cataluña, en la época de Fernández Díaz, pero también es por completo verosímil que Fernández conociese al detalle las andanzas empresario-policiales de Villarejo y de otros protagonistas del entramado gubernamental, como las del actual director de Guardia Civil, de pasado falangista activo, a quien nadie le ha reprochado de manera oficial siquiera sus indecentes declaraciones con ocasión de las muertes de Ceuta, y no solo porque fueran falsas. En la camada negra todos conocen las andanzas de todos y solo tiran de la manta y se hacen los dignos cuando les conviene para que, como mucho, los ciudadanos nos quedemos boquiabiertos como paseantes desocupados. Es posible que también indignados, pero no todos, no exageremos, los que están tan ricamente también ejercen el derecho a voto. Tal vez sea más acertado decir que nos vemos impotentes ante tanto desmán... y atemorizados, porque esta gente está demostrando que tiene poder de hacer contigo lo que le dé la gana y con la 'ley Mordaza' en la mano, más. Es un estado de cosas, un clima, un régimen en definitiva.

Desmontar el aparato legal que ha urdido el Partido Popular y que propicia este estado de cosas es una prioridad del cambio político. Sin apoyo de un entramado de leyes ad hoc, la capacidad de imponer y de reprimir del régimen se reduce mucho y hace posible el urgente cambio social. Una legalidad por cierto tan falseada que resulta ficticia, pero cuya referencia funciona como un tapabocas, porque quien retuerce las leyes echa mano de esa misma legalidad totémica y sagrada para sostener sus abusos. Cabe preguntarse quiénes son los beneficiarios directos de esta perversión política, de ese culto trapacero a la ley.  Pues me temo que, más que un partido político o un magma social que ejerce su derecho al voto, es una clase dirigente, poderosa en lo económico, que de la represión saca réditos ciertos.

Sociedad amedrentada la nuestra, que pone todas sus esperanzas en el resultado de unas elecciones, frente a las que hay más división que programa común, algo tan notorio que resulta gratuito apuntarlo. Amedrentada y con una capacidad de autoengaño fabulosa que cree que puede defenderse de los abusos que padece ante los tribunales, sin saber que ahí tiene todas las de perder, más en este momento en que la facultad sancionadora de los jueces ha sido suplantada por la burocracia administrativa. Y es que una cosa es la teoría jurídica y las alegorías decorativas, y otra bien distinta la práctica a pie de juzgado. Por ejemplo en esa vileza de verse obligado a aceptar el mal menor para no empeorar la situación, aunque la acusación que nos lleve al juzgado sea falsa y ello porque no puedes sostener tu defensa por falta de medios o porque tu testimonio nada vale. Eso está creando una madre social, un fondo de cocción que no veo sea prioritario en nadie disolver de manera firme. Los cambios políticos pasan por una reforma legal en profundidad. Si repugnancia produce el juego amañado que practica el partido en el poder, casi más la provoca el arrebuche cuyo objetivo es perpetuar este estado de cosas.

Y si los ejercicios de fuerza de Fernández Díaz resultan preocupantes, la participación ostentosa de políticos en ceremonias religiosas, como las de la reciente Semana Santa, hace pensar que en España la religión se ha reconvertido en una seña de identidad política, en un fundamento del Estado que nos remite sin remedio al pasado. Hace tiempo que es habitual el paseo de reliquias, bultos, funciones y mojigangas varias en las que participan en cuanto tales uniformados de diversos cuerpos y políticos de punta en blanco y en ejercicio de su cargo, por mucho que digan lo contrario. Se ve que el laicismo en este país puede esperar, y que lo religioso ha ocupado un espacio público mucho más determinante de lo deseable.

Es como si hubiésemos vivido en un espejismo o por completo en Babia. Hace unos años se decía que el nuestro era «una Suecia meridional», ahora The Observer apunta que es como Turquía dentro de la UE, gracias a la violencia institucional y al gobierno cripto-teocrático que disfrutamos. Odiosas o inexactas, lo que ha ocurrido entre las dos comparaciones refleja muy bien el extraño sueño que hemos vivido. Lugar común kafkiano será decir que al despertar la negra camada seguía ahí, no ya dentro de la de la fosa donde creíamos haberla enterrado, sino asomada a esa en la que nosotros yacemos.

(*) Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950) es escritor. Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de la Crítica (1997) por No existe tal lugar (Anagrama, 1998). Su última obra publicada es A trancas y barrancas (Pamiela, 2015). Es autor del blog  Vivir de buena gana.

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