China nos devuelve a la realidad

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EAlejandro_Inurrietan los últimos meses demasiados gurús habían aventurado que la crisis ya era historia y que empezábamos un nuevo ciclo alcista que, incluso, podía ser el más largo de las última décadas. A esta visión interesada y miope se unieron los políticos de turno, tratando de insuflar optimismo y confianza a los agentes económicos.

Estos análisis, de corte mesiánico, tarde o temprano tenían que colapsar, ya que las bases del crecimiento sobre las que supuestamente se asentaban no tenían cimientos sólidos, tal y como evidencia que la economía internacional solo crece a partir de acumulación de deuda e inyección de liquidez. La ausencia de mejora en la inversión mundial y la caída del crecimiento potencial de las principales economías mundiales nos alertan de un panorama nada alentador para los próximos meses.

El origen es conocido. El mundo occidental, pero también el oriental, se lanzó a un proceso sin freno de acumulación de deuda, pública y privada, generando burbujas especulativas, alrededor de activos inmobiliarios, pero también otros colaterales que poco a poco han ido estallando. Estos procesos, consentidos y auspiciados por una banca internacional ociosa, que ya ha abandonado su función clásica y se ha embarcado en ser un trader más, y dirigidos por los grandes bancos centrales que desconocen que el dinero es una variable endógena, inundaron de liquidez el mundo tras la debacle de 2007.

Las sucesivas inyecciones de capital en los principales bancos y compañías de seguros europeos, pero también en EEUU, parecían haber solventado la situación, tras más de 7 años de recesión en algunos países como España. La ineficacia de la política monetaria ante una coyuntura de recesión de balances, tantas veces comentada en estas páginas, no fue acompañada en muchas economías por políticas fiscales y de reestructuración, que aliviasen la carga de la deuda y permitiesen liberar recursos para consumo e inversión.

La orgía de liquidez que organizaron los bancos centrales, junto a la política de tipos de interés nominal tendente a cero en la mayoría de economías occidentales, acompañada por ausencia de inflación, relajó la percepción del riesgo y lanzó al capital occidental hacia las economías latinoamericanas. Estas, que no aprendieron de los errores del resto, se lanzaron a buscar el éxtasis de inversión en infraestructura y vivienda, desarrollando burbujas especulativas, al calor también del alza del precio de las materias primas.

Por el otro lado, China, ya primera potencia económica mundial de facto, pensó que la acumulación de reservas, y la expansión sin límite del crédito para crecer y hacer la transición de una economía exportadora a otra de consumo, era una tarea fácil  y sin riesgo. Su modelo, sin duda con muchos claro oscuros, ha comenzado a colapsar ante el parón de consumo en sus principales clientes, EEUU o la UE, pero también porque su sistema financiero, tan opaco, como frágil, ha explotado tras engañar a miles de pequeños accionistas, exactamente igual que pasó en otras economías como la española.

Una vez que el capital caliente -el único que permite mantener la burbuja permanente en la que se han convertido los mercados financieros- ha comenzado a salir de América Latina, y los precios de las materias primas sufren el retroceso, los mercados financieros internacionales se han empezado a hundir. No hay que echar la culpa solo a China, que también, pero la realidad es que las causas de esta profunda sima que se ha abierto en la percepción del riesgo son claras. El mundo financiero se ha dado cuenta que debajo del espejismo de las cotizaciones bursátiles no hay nada, y mientras, los países que producen -China, y Asia en general y algunos europeos como Alemania- acusan el parón del consumo internacional, el rumbo del capital va a cambiar de forma brusca.

La pregunta es, ¿qué puede pasar a partir de ahora? La respuesta es compleja y difícil de contestar,  pero sí parece que la percepción del riesgo puede haber empezado a cambiar. Si eso fuese así, volveríamos a buscar seguridad en la inversión financiera, y por ello, los tipos a largo plazo de la deuda pública soberana deberían repuntar de forma significativa en las economías más seguras (Alemania o EEUU), descontando no un mayor crecimiento o inflación, sino simplemente el miedo a un colapso  global en los mercados financieros.

El gran problema de esta globalización financiera es que el contagio es rápido y no atiende a diferenciar economías, salvo las grandes. El pelotón de países que se las prometían muy felices con el continuo de shocks exógenos, caída del precio del crudo, tipos de interés anormalmente bajos y desviación de turismo hacia las zonas seguras, va a experimentar la dureza de esta nueva sacudida, cuando todavía no se ha recuperado del golpe de 2007. Entre este grupo de países está España que es uno de los más afectados, ya que tiene una estructura productiva sumamente débil, con un crecimiento potencial menguando, como ha puesto de manifiesto el FMI. Pero el resto de países europeos y asiáticos también lo van a notar mucho, y la infección en la economía real será un hecho, antes incluso de que termine este año.

Los que presumían de que estos impulsos financieros exógenos eran obra suya, como Rajoy o De Guindos, van a experimentar en breve cómo se tuerce el espejismo que ha creado este verano, tan caluroso como favorable en materia turística, y el veneno de la crisis financiera que se avecina corroe las débiles estructuras de la economía española. Las señales que emiten las materias primas son claras y siempre anticipan las sucesivas crisis y recesiones que hemos sufrido en los últimos años. Esta nueva crisis va a pillar a España con un montante de deuda enorme, principalmente privada y externa, con un mercado laboral roto y una densidad empresarial tan baja, como ineficiente, dada su elevada inequidad y debilidad productiva.

En resumen, la economía internacional se encamina hacia un nuevo episodio de recesión, caída de la producción y el empleo y aumento de la pobreza y la desigualdad. Las recetas que nos han impuesto: austeridad, desempleo, caída de salarios, y freno a la actividad para pagar la deuda no han dado resultado. Las tensiones financieras no se solventarán si no somos capaces de cambiar el escenario regulatorio a nivel mundial. La preponderancia de la maximización del valor del accionista sobre la economía real ha consagrado que la inversión y la riqueza productiva sean sustituidas por la riqueza financiera, lo cual conduce hacia la irrelevancia del trabajador y la empresa como centro de la actividad económica.

La tormenta perfecta está servida. Mercados financieros sobrevalorados, guerra de divisas para incentivar la exportación, desplome en cadena de las bolsas, depreciación generalizada de las divisas asiáticas y latinoamericanas,  derrumbe de los precios de las materias primas y colapso de las economías emergentes.

Con todos estos elementos, sólo cabe una profunda reducción del balance financiero mundial, el abandono de la especulación financiera como única actividad económica en muchos países, como Reino Unido, y la vuelta a la producción y a la industria para elevar el crecimiento potencial, crear empleo de calidad, acabar con la dependencia del petróleo, aliviar las cargas financieras de la deuda y mitigar los efectos del déficit demográfico. Junto a todo ello, es imprescindible reorientar las políticas de inmigración a nivel planetario y reducir al máximo la desigualdad. Para ello, se necesita eliminar el poder de los lobbys que permiten que nada cambie, fundamentalmente en el campo financiero, energético y farmacéutico. Como nada de esto cambiará a corto y medio plazo, la sociedad debe dar un paso al frente y comenzar a poner coto al desgobierno mundial. Porque si no lo hacemos, las próximas generaciones lo van a pasar mucho peor que las actuales.

(*) Alejandro Inurrieta es economista y director de Inurrieta Consultoría Integral.
2 Comments
  1. Baal Sham says

    Excelente artículo, lo mejor que he leído sobre la crisis. Un artículo sesudo, sensato, legible y con alternativas prácticas y honestas. Muchas gracias.

    Felicito al articulista y lo único que lamento es que en Colombia y la tan engañada como sufrida América Latina no se lean escritos tan liberadores como este. Ciertamente, los ministros de Hacienda no tienen cerebro ni cojones para decir la verdad.
    Sigan publicando la verdad.

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