La España de Rajoy : se busca sepulturero

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Francisco Serra

 

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en una imagen de archivo en el Congreso. / Efe
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en una imagen de archivo en el Congreso. / Efe

"¡Este libro va muy mal!". La hija de un profesor de Derecho Constitucional se enfrentaba a un persistente “bloqueo de escritor”. Después de leer, enfervorizada, varios volúmenes del Diario de Nikki (la versión femenina del Diario de Greg, un pringao total) había decidido que no hay mejores obras que las que uno mismo crea y había emprendido la elaboración de un Diario de una niña más o menos ficticio que llevaba como subtítulo: 'Unas vacaciones desastrosas'.

Tampoco habían sido tan malas, reflexionó su padre. Una amiga le había contado a la niña que tenía pruebas de que los Reyes Magos no existían y ella, aunque había intentado olvidarlo de inmediato, no había podido ocultar su decepción. Para consolarla, al menos en parte, el profesor la había enviado solita en el AVE a casa de unos amigos que tenían dos hijas más o menos de su edad.

El profesor fue a recogerla a su vuelta y le preguntó qué tal lo había pasado. “¡Muy bien!”, contestó su hija. “Fuimos mucho a la piscina y al parque y jugamos a cosas nuevas, como a las coaliciones”. “¿Y eso en qué consiste?”, inquirió, algo extrañado, el profesor. “¡Es muy divertido!”, respondió la niña.”Cada una es de un partido y nos juntamos dos contra la otra y luego cambiamos”. La niña se quedó callada, como pensando, y luego añadió: “Había también un perro”. Y después de una pausa, concluyó: “Debía ser del PP… ¡porque nos mordió a las tres!”

Ahora pasaban unos días de descanso en un pueblo de la costa gallega. El día había amanecido con el cielo cubierto y ni siquiera por la tarde había llegado a despejarse. Mientras su hija perseveraba en su carrera de escritora, el profesor leía un periódico regional en el que además de las habituales noticias de información nacional e internacional aparecían jugosas anécdotas locales, entre las que le llamó la atención una bolsa de empleo (algo poco usual en la prensa). Se anunciaba que se había publicado en el diario oficial de la provincia una resolución en la que se fijaban las bases del proceso selectivo para cubrir de forma interina un puesto de peón sepulturero en una localidad cercana.

En la España de Rajoy, meditó el profesor, el trabajo es un bien tan escaso que hasta la convocatoria de una plaza interina de enterrador es digna de ser recogida por los medios de comunicación. Debía haber tantos interesados en el puesto que al día siguiente apareció una rectificación, aclarando que el plazo para presentación de instancias aún no estaba abierto, porque había que esperar a que el anuncio se difundiera en el Diario Oficial de Galicia.

Intrigado, el profesor investigó en la Red y descubrió que unos años antes también había salido a concurso una oferta de esas características y para optar a ella se exigían, además de los necesarios conocimientos sobre exhumación de restos mortales y custodia de cementerios, nociones generales sobre la Constitución y otras normas jurídicas. Tal vez eso se debe, reflexionó el profesor, a que en uno de los panteones de ese camposanto, al parecer, se encuentra la tumba de un conocido político que fue, durante poco más de año y medio, presidente del Gobierno de España: se requiere del encargado del recinto una atenta vigilancia para que no vea turbado su eterno descanso quien hubo de padecer, en vida, la mayor alteración del orden constitucional, justo antes de su investidura.

En la España de Rajoy, se le ocurrió al profesor, son muchos también los que se aprestan a convertirse en sepultureros del régimen. Los principales partidos van a llevar en su programa electoral propuestas de reforma de la Constitución, por lo que las Cortes Generales que resulten van a ser cuasiconstituyentes. La posibilidad de culminar una verdadera refundación de la vida nacional está incluso más legitimada que en la transición, porque en aquella ocasión no todas las fuerzas políticas pudieron presentarse en igualdad de condiciones (por razones, sin duda, comprensibles atendiendo al momento histórico, pero que no deben ser olvidadas).

En el caso de que el partido del Gobierno no obtenga mayoría absoluta, es muy probable que sea preciso el establecimiento de una coalición, ya sea de los partidos de la oposición o del propio Partido Popular con otros grupos políticos. No parece factible que el actual Presidente pueda estar al frente de un ejecutivo de esas características y de ahí que, en realidad, las próximas elecciones generales se vayan a convertir en un auténtico plebiscito sobre la continuidad de Rajoy y, si no triunfa en las urnas, la determinación de la identidad de su sepulturero, políticamente hablando, fuera o dentro de su propio partido.

Quien ha gobernado con tal arrogancia no puede liderar una reforma ya inaplazable para la que es preciso contar con el mayor acuerdo posible.  El final del verano trae consigo una sucesión de medidas electoralistas que ya a nadie convencen y acrecienta la sensación de vivir el término de una época y, por mucho que queramos, nunca la podremos olvidar.

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