Cambio, democracia y progreso como banalidades de ocasión

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Pedro Costa Morata *

Pedro_Costa_MorataAunque por lo común al ciudadano le resulte indiferente, o incluso lo asuma con condescendencia, la repetición machacona de conceptos habituales en la escena política, que se lanzan como eslóganes o como promesas diferenciadoras de las de otros adversarios o propuestas, bien merece notas y comentarios al margen del evidente impasse político en que nos encontramos por los caprichos de la aritmética electoral, tan truculenta como injusta.

'Cambio', 'reforma', 'democracia' y 'progreso' son los términos con que los postulantes a gobernar, los que aspiran a controlar y los que quedarán en la oposición, construyen o resumen su propuesta, resignándose a una llamativa falta de imaginación. Por lo que al ámbito de la izquierda se refiere, esta terminología refleja una patética desmovilización ideológica y política, y me refiero a PSOE y Podemos, formaciones que –ninguna de las dos– pueden ya recurrir a la 'revolución', el 'socialismo' o tan siquiera la 'izquierda', para envolver sus oferta política; limitando nuestra inquisición a lo de izquierda, veremos que los del PSOE, o no se sienten encuadrados en ella o temen aumentar su decadencia si la reivindican, y los de Podemos han descartado esa fatídica alineación por oportunismo fundacional y coyuntural. Y en esas están.

Lo del 'cambio' resulta insoportable, porque ya se manoseó en 1982 por quienes empezarían, casi a continuación, a decepcionar, a rebajar y a disimularse bajo un liberalismo que sólo cambiaría las formas; y han sido traídas a colación, con fundamento documental inocultable, las numerosas similitudes de los dos mensajes, entre cínicos y mesiánicos, de Felipe González entonces y de Pablo Iglesias ahora. El expediente de la 'reforma', a cuyo uso parece todavía refractaria la izquierda (tanto en su versión vergonzante como en la agazapada), conecta claramente con la derecha y sus amenazas, tanto si va adjetivada de laboral, de fiscal, administrativa o de cualquier otro tipo: de la experiencia se deduce que no barrunta nada bueno.

Anunciar o prometer 'democracia' tiene bemoles ya que, por una parte viene a dudar de que hayamos salido realmente de la dictadura, y tuviéramos que reconocer que hemos perdido 40 años; y por otra, no puede ignorar que la democracia al uso, la que vivimos, no consigue en modo alguno satisfacer al ciudadano, sobre todo porque consagra, sin disimulos, el dominio de los intereses económicos sobre la política.

Porque posee un interés neto, más interesante resulta la idea de 'progreso', que prácticamente todos los líderes utilizan en estos momentos fiando a la rotundidad y prestigio del término la credibilidad que pretenden y los éxitos que prometen. Primero, porque hay que recordar que estamos ante un término de naturaleza mítica, cuya presencia en la historia de la filosofía y las ideas políticas es relativamente reciente y que, casi desde su aparición, ha sido objeto de críticas implacables de muy reconocidos intelectuales y pensadores, y del rechazo empírico por acontecimientos históricos realmente demoledores; y segundo porque aparece casi siempre mezclado, deformado y manipulado con ignorancia supina y sin prudencia ni miramientos. Baste aludir al uso más común, que no permite distinguir sus contenidos, confundiéndose sistemáticamente sus variantes científico-técnica y humano-social. No me detendré en aludir a la escasa inocencia de la filosofía/ideología del progreso, ya que de ellas se han derivado crímenes políticos y catástrofes naturales sin cuento…

Me asombró en su día que surgiera, en el umbral del siglo XXI, un partido que se hacía llamar Unión para el Progreso y la Democracia porque, además de sonar llamativamente a decimonónico (peor todavía: a partido africano tribal, por más que actual), ofrecía en sus siglas el ideal de dos desiderata que ni merecían serlo ni poseían, ya en ese momento, sentido político –profundo– alguno. No me extrañó que el filósofo Savater, uno de los fundadores de ese partido, transigiese con la denominación, siendo como es un admirador convencido de la Ilustración, que es el entorno cultural y político en el que nace y se acuña la idea de progreso; pero a estas alturas se trata de un concepto inane, aburrido y, ya digo, con tufo a naftalina (industrialista, victoriano...). Pero es verdad que la tradición 'progresista' es tanto conservadora como marxista, quizás porque ambas han sido fetichistas con la ciencia y la tecnología, y en gran medida han renunciado a valorar sus desastres, singularmente los medioambientales. No en vano ha sido la crítica ecologista la que con más decisión y tino ha venido machacando en el último medio siglo esta idea y sus avatares y pretensiones, por improcedente, contradictoria y, en definitiva, falaz.

Es frecuente contemplar cómo filósofos e intelectuales quedan atrapados –más bien, desorientados– por esto del progreso, dejándose llevar por los oropeles de los avances científicos y técnicos, confundiendo lo espectacular con lo profundo, lo material con lo moral y lo psicológico… Leyendo –prosa admirable e ingeniosa, libérrima e implacable– a Félix de Azúa en su Autobiografía de papel (2013), me encuentro con una escasamente congruente fe en lo que difícilmente puede sostenerse: “La técnica actual es un formidable mecanismo de democratización, casi podría decirse que su espacio natural es la democracia”.

La admiración y la credulidad ante el espejismo nos hacen practicar, en gran medida inconscientemente, la creencia de que, pese a todo, la ciencia y la tecnología avanzan en una línea de progreso neto e irreversible… Pero esa generación incesante de nuevos problemas creados por la ciencia sin conciencia y la tecnología traicionera ya ha dejado de sorprender: ambas creaciones –ciencia, tecnología– han caído muy bajas, pero consiguen explotar tan eficientemente su relumbrón que neutralizan con facilidad la capacidad de crítica y nos obligan a aceptarlas así, con sus miserias y daños, con sus permanentes promesas y sus incisivos perjuicios… Y se sigue calificando de 'precio necesario a pagar' o de 'daños colaterales' (recurriendo al '¡qué se le va a hacer!') a los costes del progreso, concretamente el científico-técnico… con un miedo generalizado a aceptar que, en muchos casos, esos costes son claramente superiores a los beneficios que se esperaban y se prometían.

Sea como fuere, anuncios y propuestas de soluciones de mejoras y de progreso han estado, en la campaña electoral y en el limbo actual, sistemáticamente huérfanos de cualquier referencia a Europa, a esa UE que no consentirá ninguna de esas promesas, o que las obstaculizará tanto más cuanto más vayan a beneficiar al ciudadano. Así, ni en política presupuestaria, impositiva o social, el nuevo gobierno dispondrá de margen sensible alguno, y si intenta enfrentarse al siempre vigilante y amenazador diktat de Bruselas, perderá sus plumas y sus promesas, su programa y su dignidad. Ni cambio ni democracia ni, por supuesto, progreso caben sometidos al corsé comunitario, resultando verdaderamente notable que de la crisis actual no se vengan extrayendo conclusiones tan nítidas como éstas. A los que ven en la construcción comunitaria evolución positiva en lo social, lo cultural, lo ambiental o lo político, debieran reconocer que sufren de espejismo, que todavía se dejan obnubilar por un discurso europeísta tramposo y atroz, y que más les valiera que estructuraran con sinceridad y agudeza su análisis crítico por el bien general. Aunque es verdad que, en este asunto, es ingente el número de los que practican el autoengaño.

(*) Pedro Costa Morata es ingeniero, sociólogo y periodista.
1 Comment
  1. Juanjo says

    «ciencia sin conciencia y la tecnología traicionera»

    Obnubilación del sentido crítico.
    .. el espejismo mendaz de una UE opresora. Cierto.

    Pero ¿por qué olvidar unas CC AA mendaces, lava cerebros y opresoras; convertidas en el ojo fiscal del Gran Hermano del pequeño propietario y, en especial, de los pequeños campesinos, así como en el gran valedor, mecenas, «nepote» y lacayo del gran capital y los gruesas corrupciones?
    ..
    ¿Por qué en la pequeña aldea castellana y gallega, etc. ,donde todo era natural y cuasi primitivo, las nefastas autonomías han lanzado sus tremendas garras «benefactoras», contra el pequeño campesino.
    ¿Qué libertad le queda a éste cuando el ojo del gran hermano de su Autonomía se le ha metido hasta su pajar, su corral, su despensa, su pequeño bocino y su conejera?

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