Miguel Sánchez-Ostiz *
De cuando pedimos la luna al calor del "Esto va explotar por algún lado" –que era la frase que más se escuchaba en aquellas calles que, decíamos, habían vuelto a ser nuestras–, a la caña chamuscada del místico cohete de Quevedo. Ese parece ser el resumen de estos años de brega. Nada explotó por ningún lado y nada se detuvo: ni la represión policial, ni la urdimbre de un feroz sistema legal que blinda el régimen, ni los desahucios, ni los suicidios, ni el enriquecimiento desproporcionado de una clase social dominante, ni las corrupciones hechas clima moral, ni las ruinas grandes y pequeñas, ni la pobreza vergonzante de la que poco se habla... Nada estalló, la calle que ardía no es nuestra, nadie la toma, nadie puede tomarla, y sobre todo, cuesta entusiasmarse de nuevo y hasta comentar lo que se cometa solo al hilo incesante de los despropósitos políticos y judiciales. Que la vida política de un país pase casi por fuerza por los tribunales no es síntoma de nada bueno.
De aquel «esto tiene que explotar por algún lado» queda un tumulto de gallera, una esgrima de guapetones y una extraña apatía disfrazada de ciudadanía consciente, pacífica y creyente, pese a todo, en las instituciones, al menos en apariencia: nada es perfecto, todo es mejorable, el tiempo no es propicio, hay esperanza de futuro, a ver ahora, etcétera... Entre tanto, el verdadero cambio político y social puede esperar. Es como si hubiésemos envejecido de golpe o nos hubiéramos civilizado –también de golpe, algo sospechosos de veras–, o como si nos hubiésemos contagiado y enfermado de ese miedo que "es la disciplina de la sociedad capitalista", decía Susan George casi al tiempo de afirmar que los españoles lo aguantábamos todo o poco menos. El cambio lo confiamos al resultado de las urnas y solo a eso, y más no podemos hacer.
Ignoro lo que hay de cierto en todo lo que digo –porque no es sino un muestrario de perplejidades y no de certezas– pero cuesta volver a ilusionarse con aquel cambio político y social tan necesario que vimos hervir hace cuatro años, cuando percibimos que se nos echaba encima un mundo espantoso. Entonces las calles «ardían», los desahucios eran primera plana, no gatera y cuarto oscuro, los despidos una avalancha, el paro lo mismo, luego vino la ley Mordaza, las multas, las penas de cárcel, el empujón político desde las instituciones y la aparición de Podemos, mesiánico para unos, demoníaco para otros. El resultado, visto desde lejos, es triste y tiene mucho de gallera. Otra cosa es que veamos lo que nos gustaría ver, incluso en los documentos gráficos. Algo ha pasado entre tanto, como si la indignación se hubiera desactivado, el miedo de medio.
Nos quedó el entusiasmarnos con la Nuit Debout y pensar que esa toma de la calle y los espacios públicos podía ser de nuevo posible, por mucho que las mareas republicanas sufran de alopecia, pero el entusiasmo, más mediático que otra cosa, corre peligro de quedar en algo parecido a un espectáculo caducado y en una nueva caña chamuscada de cohete. Lamento ser aguafiestas pero creo que sería hora de reflexionar sobre lo aquí sucedido, con elecciones de por medio o sin ellas, pero casi mejor con ellas, porque nos guste o no el sistema, son las que nos deberían abrir un futuro distinto al de este régimen que ojalá esté en sus amenes (por utilizar una expresión de Valle Inclán en su Viva mi dueño).
Cuesta volver a poner verdadero interés en esas urnas y en el quinieleo a ellas aparejado, y entusiasmarse y hasta imaginar un futuro mejor, público y privado. Pese al miedo real y al entreguismo que produce la amenaza de un pacto tenaza PP-PSOE, auspiciado por las vacas sagradas del felipismo y por las finanzas, cuesta ilusionarse con el cambio, pero es ahora o nunca, o algo parecido, algo más serio que la previsible jarana electoral, el baile de las patrañas, los sarcasmos, las indecencias, el juego tanto o más sucio que en la anterior campaña, algo que por sí solo reclama ese cambio político y social, educacional, cultural, tan necesario. Ahora o nunca, pero no más de lo mismo, aunque metamos en la urna nuestro trozo de cohete de vuelta hecho papeleta.