Las invisibles de los invisibles: las guerrilleras antifranquistas

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Esther López Barceló *

Esther_Lopez_Barcelo‘Testimonio de la memoria’ es el nombre de un trabajo sobre la transmisión de la memoria antifranquista a través de la perspectiva de género que elaboré hace ya más de 6 años. En el libro se exponen seis testimonios de memorias, seis historias de vida con nombre de mujer. Esperanza Martínez, Ángela Losada y Pilar Martínez nos trasladaron con voz propia sus recuerdos y vivencias como protagonistas de la resistencia antifranquista; mientras que Fernanda Cedrón, Julia Losada y Odette Martínez, hijas y nietas de la guerrilla, ponían la voz de quienes han sido herederas de una memoria ocultada y sesgada, cuyas lagunas y retazos han ido recomponiendo y recuperando a lo largo de sus vidas.

Me interesaba hablar de ellas, las invisibles: las guerrilleras antifranquistas. Mujeres que han sufrido y sufren no sólo el silencio de la represión -que comparten con sus compañeros varones- sino también el olvido por gran parte de la historiografía oficial. Porque la colaboración de las mujeres con la guerrilla rompía la concepción femenina tradicional: eran mujeres activas, comprometidas, militantes políticas. A pesar de los cambios paradigmáticos acaecidos en el ámbito académico por la profusión de estudios de género, aún es común que al hablar de resistencia antifranquista, la presencia femenina se minimice mediante la reducción de su papel a la categoría de “secundario”, “auxiliar” y/o “de apoyo”. Lamentablemente, no solamente el franquismo y el silencio posterior se negaba a reconocerlas como protagonistas de la historia, sino que también, en demasiadas ocasiones, la reconstrucción de la memoria democrática establece injustas jerarquías de género. Y ese era el objetivo de ‘Testimonio de la memoria’: situar la función e importancia de la condición de las “enlaces” y “guerrilleras” antifranquistas en el lugar histórico que les corresponde.

Como adelantaba al inicio, una de esas mujeres se llama Esperanza Martínez y hoy presenta un libro en el Congreso de los Diputados sobre “los últimos maquis”, titulado ‘Los imprescindibles’ de Raimundo Castro. Es por lo que he decidido hablar sobre ella.

Esperanza Martínez, conocida como “Sole” o “Conchita” en la clandestinidad, nació y creció en una aldea, Atalalla de Villar del Sar de Arcas en Cuenca, en las finca de un terrateniente en la que trabajaba toda la familia. Así, el trabajo y la muerte inundaban los días de su infancia, sufriendo la pérdida de su madre cuando ésta tan sólo contaba con 38 años. En el ambiente familiar celebró la victoria del Frente Popular en el 36 cuyo recuerdo aún evoca con alegría a pesar de que sólo contaba con 9 años cuando tuvo lugar.

De la guerra sólo recuerda el sonido de las bombas y la incertidumbre por el futuro. Será tras la victoria franquista cuando su familia se sitúe en el punto de mira de los falangistas. A pesar de ello, su padre Nicolás se convirtió, secretamente para Esperanza, en punto de apoyo de la guerrilla. Ella y sus hermanas descubrieron la labor comprometida de su padre tras comprobar que a veces en la almohada de la cama paterna había un “hoyo” de más y que faltaba comida. Será entonces cuando Esperanza le espete a Nicolás: “Déjate de tapaderas. Nos ponemos [refiriéndose a ella y sus hermanas] al servicio de lo que haga falta”.

Fue así como Amancia, Amadora, Prudencia, Angelita y ella misma se convirtieron en enlaces de la guerrilla antifranquista. A partir de entonces, Esperanza se empodera y comienza a vivir una vida cargada de compromiso político. Sin embargo, el acoso que sufrían por parte de la guardia civil obliga a toda la familia a escapar uniéndose a la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón en 1949. Uno de los relatos más nítidos que me trasladó Esperanza narraba la vida cotidiana en el monte: “Dormíamos de día. Leíamos, discutíamos, estudiábamos. Aprendimos una formación política. (…) Algunas veces era estar días bajo una tienda sin comida ni bebida y sin poder salir por los trastos al haber nieve. Recuerdo los montes con cariño y respeto. (…) Hubo traidores que nos delataron, que se entregaron a la guardia civil. A partir de aquella época se castigó a los puntos de apoyo y sobre todo eran mujeres. Los castigos fueron horrorosos y las mujeres han sido las más perdedoras. Es lamentable el olvido de la mujer como protagonista de la resistencia antifranquista”.

En 1950 “Sole” se exilió a Francia a través de la organización del PCE y se instaló en un pueblo cercano a París en el que pasaría muy poco tiempo, ya que dos años después decide aceptar la misión de evacuar a los guerrilleros que continúan en España. Será entonces durante un viaje en tren a Salamanca, cuando la detengan a causa de una delación. A partir de ese momento, Esperanza comienza a relatar las torturas físicas en la comisaría: “Allí empezó la fiesta. (…) Me devolvían ya negra, con la camiseta pegada al cuerpo de lo que se me reventaba de los coágulos de sangre. Pero no me han violado”. Esta última afirmación evidencia la cuestión de la violencia sexual hacia las mujeres en la represión franquista y la necesidad de Esperanza de constatar que, afortunadamente, ella no corrió la misma suerte que muchas otras compañeras. Entre los insultos que recibía constantemente, destacaba por la sobrada carga simbólica, el de “Puta Pasionaria”. Calificativo que demuestra cómo no solamente era castigada por su oposición al régimen sino también por traicionar el sumiso rol de género que, según la concepción franquista, le correspondía.

A partir de entonces comenzaría un itinerario carcelario que la llevaría de Burgos a Madrid y Valencia y que duraría 15 años. Fue en 1967 cuando Esperanza recuperaría su libertad. Durante su época como presa política aprovechó para boicotear al régimen en la medida de sus posibilidades como modista: “Si podía sacar 4 trajes, sacaba 2”. Pero también se obligó a mantener su dignidad y a seguir superándose reivindicando su derecho a estudiar. No obstante, el objetivo que le daba las fuerzas necesarias para resistir era claro: “Siempre tuve la moral alta, mi problema era mi dignidad. Mi problema era salir con dignidad de la cárcel. (…) Entre la máquina [de coser], la lectura y las labores que planteabas, tenías que intentar vivir. Por mucho que me condenaran yo sabía que saldría con ganas de luchar y mantener mi vida política”.

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Portada del libro de Esther López Barceló.

Y así fue. Continúa militando en el PCE y contribuyendo a la recuperación de la memoria democrática, haciendo especial énfasis en la labor de la guerrilla antifranquista. Reivindica la necesidad de denunciar los crímenes cometidos durante la dictadura franquista, ya que además, tanto su padre como su cuñado fueron asesinados brutalmente en el monte en 1951.

Esperanza Martínez se preocupó de plasmar su memoria propia en una autoedición titulada: ‘Guerrilleras, la ilusión de una esperanza’, dejando patente la necesidad de garantizar la visibilidad de su voz. En las últimas palabras de la entrevista que tuve el placer de realizarle allá por 2010, queda condensada la necesidad de su lucha, aún hoy, 67 años después de que un día de diciembre cogiera de la mano a su padre y su hermana para convertirse en guerrillera: “Los supervivientes seguimos siendo la voz de los ausentes, manteniendo la demanda de un reconocimiento justo como corresponde a un Estado de derecho que esta democracia no se atreve a otorgar”.

Me avergüenza que sus palabras, más de 6 años después, sigan estando vigentes. Esperemos algún día estar a su altura, aunque mucho me temo que ya será demasiado tarde. Contribuyamos al menos a que ella y sus compañeras dejen de ser invisibles.

(*) Esther López Barceló es historiadora y exdiputada de Esquerra Unida en el Parlamento valenciano.

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