Nicaragua: el transformismo de Ortega y un canal

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Pedro_Costa_MorataSobre las ventanillas de la, en teoría, rigurosa aduana fronteriza menudean los carteles con los colores sandinistas y las figuras de Ortega y su esposa Rosario, a los que parece proteger el eslogan “Nicaragua: cristiana, socialista, solidaria”. El anunciado trámite de la fumigación del automóvil queda eliminado por el chaparrón súbito e inclemente, que la suple, y el examen de salud es convalidado por la cordial plática con una enfermera amable y comprensiva. En las ventanillas de pasaporte resulta inevitable conversar, entre sonrisas y documentada argumentación, a favor y en contra del Madrid de Ronaldo y el Barça de Messi.

Y ya dentro de país –y siempre a partir de la observación de quien ha atravesado y conoce los tres países hermanos del norte– la primera nota positiva son las carreteras, cuidadas y confiables, en abierto contraste con el sufrimiento que las vías importantes de esos otros países –Guatemala, El Salvador y Honduras– infligen al viajero. La segunda observación es de calado y estadística: en el medio rural, muy poblado, las escuelas primarias, anunciadas con señales de advertencia en el asfalto, aparecen cada tres o cuatro kilómetros, con magnífico aspecto y bullicioso ambiente. La tercera es el nivel cultural general, muy apreciable tanto en la ciudad como en el campo, destacadamente entre los jóvenes. La cuarta nota apunta a que la miseria que se palpa en los países vecinos aquí no es detectable, si bien los indicadores latinoamericanos colocan a Nicaragua a la cola en pobreza, con Haití.

La quinta nota a destacar es la seguridad, que todos encomian y que distingue netamente a este país de sus vecinos, mejorando incluso a Costa Rica, cuya imagen tranquilizadora no llega a superar de hecho la realidad nicaragüense. Nada que ver con el miedo espeso y ubicuo de sus tres repúblicas hermanas, con el repunte de los homicidios en El Salvador a cargo de las maras imparables. Acerca de esto, las cifras de 2015 han dado tasas de mortalidad, por cada mil habitantes, con extremos centroamericanos de 7 para El Salvador y 4,75 para Nicaragua, con tasas porcentuales de crecimiento demográfico de 0,3 y 1,13, respectivamente.

(Una potente sirena, que recuerda a las alarmas aéreas, rompe en la colonial ciudad de León, a eso de las nueve de la noche, la tranquilidad musical de las Fiestas Patrias –toda Centroamérica las celebra en torno al 15 de septiembre conmemorando la independencia de España– y es que está regresando al país un héroe nacional, el boxeador Román Chocolatito González, tras proclamarse por cuarta vez campeón del mundo, esta vez en súper mosca. Y otro sirenazo, al mediodía del día siguiente, sacudirá de nuevo la ciudad lamentando la muerte de uno de sus hijos, el presidente de la Asamblea Nacional y exlíder guerrillero, Rubén Núñez.)

Todo lo cual no impide que el ambiente político del país venga desde hace años enrareciéndose a la par que el excomandante Daniel Ortega ha ido amarrando la realidad y el destino del país a sus propias evoluciones y ambiciones, previa liquidación política de quienes, entre sus antiguos compañeros sandinistas, no han aceptado su deriva personalista y conservadora. Todo ello en abierta contradicción con los objetivos de la revolución que acabó con el dictador Somoza en 1979, que caracteriza el ejercicio de su poder desde que asumió la presidencia de la República en 2006. Ante la elección presidencial del próximo 6 de noviembre, Ortega ha culminado su maniobrerisno consiguiendo que la Corte Suprema, que controla eficazmente, expulse de la Asamblea Nacional a los 28 diputados del Partido Liberal Independiente (PLI), opositor, en virtud de una de las reformas introducidas en 2014 en la Constitución de la República (aparentemente para dejar fuera del juego político a los disidentes del partido sandinista, mayoritario). Al mismo tiempo, un banco ha negado el crédito electoral solicitado por el candidato presidencial del PLI, Pedro Reyes –al que recusan los diputados eliminados–, por no ofrecer perspectivas electorales que garanticen la recuperación del préstamo. Entre esas reformas constitucionales, por cierto, figura la que levantaba la prohibición de que un presidente pudiera ser elegido tres veces, que es lo que conseguirá Ortega el mes próximo, con la novedad añadida de que irá acompañado de su esposa como vicepresidenta (y, presumiblemente, sucesora, en la larga y extendida tradición latinoamericana).

Después de años de declarada e inevitable hostilidad, tanto la Iglesia como los círculos empresariales han acabado pactando, llevados de sus intereses correspondientes, con un poder oportunista que no se detiene ante nada –alianzas contra natura, acaparamiento del poder político, legislativo, judicial y bancario– y que no duda en  incurrir en decisiones que ponen en cuestión tanto la moral revolucionaria sandinista como la prudencia político-económica más elemental, como es el caso del faraónico Canal que pretende unir los dos océanos de forma paralela y redundante con el recién ampliado de Panamá: una dificultad seria, imprevista y poco convencional, a la que se tienen que enfrentar Ortega y el poder sandinista.

El proyecto, aprobado en 2013, ha sido encomendado a la empresa china HKDN, que ya ha iniciado sus trabajos previos, pero desde el principio ha sido considerado descabelllado por una parte de la opinión pública interior (y exterior). Pretende unir el Atlántico y el Pacífico nicaragüenses a lo largo de 278 kilómetros, en declarada competencia con el Canal de Panamá, cuyas dimensiones, incluso tras su redimensionamiento, quedarán muy por debajo de este otro, que triplica su longitud y dobla su anchura y su profundidad, con lo que permitirá el paso de buques de hasta 500.000 toneladas, el doble de lo que permite la renovada vía marítima panameña.

El gobierno y el sistema sandinistas han hecho de esta obra magna la bandera de su poder y de sus objetivos de transformación del país, no ahorrándose los discursos triunfalistas con numerosas perlas de tipo grandilocuente, rayando en el ridículo o en los lugares comunes: “Proyecto de orden natural, ya que Dios dotó a nuestra naturaleza de cualidades excepcionales”; “obra que subraya nuestro destino, la grandeza dariana”; “un decidido compromiso con el comercio mundial y el desarrollo sostenible”...  Fanfarria que es contestada con críticas de distinto tipo y que se inician con la acusación de escamotear un referéndum nacional, necesario en un caso en que extensas áreas del país quedan durante 50, e incluso 100 años, en manos de una empresa concesionaria extranjera. Tampoco tranquiliza un coste, estimado en unos 50.000 millones de dólares, que obligará al país a soportar una pesada deuda, minusvalorada por cuanto que los facilones cálculos de rentabilidad aseguran que podrá cubrirse de sobra con los esperados y fabulosos ingresos.

Más preocupantes son, desde luego, los daños ecológicos y humanos, ya que el itinerario decidido (tras ser abandonada la vía del río San Juan, que desagua el gran lago Nicaragua hasta el Atlántico pero que es fronterizo con Costa Rica, y ésta se ha opuesto al proyecto), afecta a un área selvática, de población indígena miskita que aunque escasa es autónoma, y que sigue enfrentada al poder sandinista. Estos daños se anuncian incalculables, dada la dura alteración que la obra va a introducir en un sistema hidrográfico intrincado y con habitantes integrados en un medio natural excepcional, lo que viene alarmando a la opinión pública internacional.

(*) Pedro Costa Morata es ingeniero, sociólogo y periodista.

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