Que la timba se desarrolla lejos de los que votan o pueden votar y no lo hacen, pero son tan gobernados de mala manera como los primeros, es de lo poco que percibo con claridad. Incluso sus protagonistas, los tahúres de la pompa pública, se me aparecen, al menos en la escena, como gente de otro mundo que con frecuencia habla en el lenguaje de ese otro lugar que desconozco y me parece inaccesible, y me deja perplejo, como si me pusieran acertijos rebuscados. Eso es lo que pasa, que unos son los que peroran y otros –qué pocos, cada vez menos–, salen a la calle a ser apaleados y burlados en reclamación de cosas de este mundo: el compartir los intereses comunes se ha reducido mucho, me temo, en proporción inversa al aumento de las carencias y perjuicios sociales.
El resto, es decir lo que esté por venir, es un albur, una casa de apuestas llevada por hampones, una mesa de dados trucados, una baraja muy sobada de zíngara, como aquella que tenía una gitana que echaba la suerte a los mineros en las minas de Huanuni, junto a la estatua del líder Lechín, en Casa Cristo como quien dice, es decir, lejos: echarle la suerte a gente doblada, extenuada, acogotada y darle esperanzas de cuatro perras, buen negocio, bueno. Hace falta mucha lucidez desgarrada para no picar.
Ignoro qué puede hacer el ciudadano que desea un cambio ante la certeza de que ahora mismo sus votos no sirven para lograrlo y que la continuidad de lo padecido es un hecho, a no ser que ocurra un milagro como los de Fernández Díaz y sus mojamas, que tampoco es el caso. Es mejor no deberles nada ni a los cielos ni a los infiernos. Algo ha pasado, en dirección contraria precisamente, que por mucho que analicemos resulta difícil de digerir: el cambio social y político se ha esfumado en la práctica, si es que no lo estaba antes de que estallara la bomba japonesa del PSOE. Creo que es mejor admitirlo cuanto antes porque rebuscar en los motivos por los que hemos llegado a esta siniestra situación no es más que posponer el numerito del más difícil todavía, pura prestidigitación casi: ¿Qué hacer? Ni idea. Es como si estuviésemos atados al banco de una galera en la que no nos queda más remedio que remar, aunque no sepamos hacia donde, como no sea hacia la fuesa, ese lugar que para el tremendo de Gutiérrez-Solana era la única verdad de peso y nuestra mayor certeza sean los palos del cómitre. ¿Excesivo? Claro que lo es, todo es excesivo y si no que se lo pregunten al que ha perdido la casa y el trabajo y sospecha que es probable que no vuelva a encontrarlos; ande, pregúnteselo al multado de manera tan arbitraria como abusiva... No lo haga a quien espera una atención médica que no llega, que tal vez se moleste y reaccione.
La tentación de la desafección y del desapego es demasiado fuerte. Cuentan con eso. Que pueda desentenderse el que está a cubierto de contingencias materiales lo entiendo, es hasta elegante, se lleva (es tendencia), pero que lo haga el que vive con el agua al cuello, víctima de los abusos del poder económico, eso lo entiendo menos. Desfogarse entre sarcasmos, burlas, berridos e insultos más o menos gruesos es, digamos, un poco poco, aunque de momento alivie, como el Bálsamo del Tigre. Paciencia y barajar es también cosa de tahúres que esperan que cambie la suerte, casi por arte de birlibirloque. La revuelta está descartada de antemano, casi mejor ni nombrarla, el irse a otro lado es para los jóvenes, una baladronada de barbería y un alivio imaginario memo. ¿Confiar en una oposición radical dentro de un juego parlamentario amañado y minado de imposibles invencibles que se dictan desde fuera del propio Congreso? Empezar desde abajo, volver al origen, al barrio, a las asociaciones, reforzar militancias, seducir simpatías, sentar las bases de una unidad popular, movilizar activistas, agitadores, es una costosa ilusión que se hace cuesta arriba y a la mayoría descorazona, pero... Es "aquí y ahora"... o nunca, y está siendo nunca. Sonará pueril y a los amos del cotarro y con ellos a los viejos rojitos de Lovaina de los setenta, tan humanos, tan comprometidos, que hoy asesoran a doblón hidroeléctricas y rebañan lo irrebañable, se les partirá el orto de la risa, no lo dudo, pero creo que eso ya no importa. ¿Qué hacer, pero para variar? Me gustaría saberlo, porque andar de fraile predicador o de oráculo tampoco nos lleva muy lejos.
Lo jodido es que la galera.. en la que remamos.. está varada en la arena.. y todos lo sabemos…
Desolador panorama.