RELACIONES LABORALES / La reducción del tiempo de trabajo necesario en la sociedad actual es una maldición

El maltratador

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tiempo de trabajo
Trabajadores saliendo de una fábrica en China. / Pixabay

Si no trabajas no comes, si no comes no vives, así pues, para poder vivir necesitas trabajar y no de cualquier forma. Esto es un hecho social que no entra en discusión y “ya viene dado” a modo de “a priori” kantiano. Pero, ¿qué sucede cuando no se puede trabajar, o no se puede trabajar lo suficiente para poder vivir? Entonces nos inventamos nuevos sectores que de algún modo acaben absorbiendo a todo ese excedente de población, pero, ¿y si esa expansión de la producción en nuevos sectores ya no es suficiente? Entonces nos vemos abocados a una situación cuya solución nos es imposible encontrar dentro de los márgenes del propio concepto que da lugar a la situación. Dicho de otro modo, la incapacidad de la sociedad de trabajadores para seguir reproduciéndose como sociedad de trabajadores, nos obliga a pensar respuestas desde una perspectiva distinta a la que establece la propia sociedad de trabajadores. Alguien puede estar pensando que este diagnóstico coincide con aquel que plantea el “fin del trabajo”, esto es, una sociedad en la que ya no es necesario trabajar, una especie de “comunismo de lujo”, o una modalidad de vida Wall-E, donde no hace falta moverse. No es así.

El trabajo como noción histórica nacida de la modernidad industrial, y el trabajo como transformación de la materia y metabolismo con la naturaleza, no son lo mismo. El segundo es una facultad antropológica, la actividad, y el primero el modo social e histórico bajo el que se articula esa capacidad humana de “hacer” en el capitalismo. Así, la fuerza de trabajo está obligada a reproducirse, pero para eso necesita que sea comprada, es decir, necesita trabajar para un tercero e invertir tiempo de trabajo vivo a cambio de un salario. Y a la inversa, el capital para poder reproducirse y ampliarse, necesita de esa fuerza de trabajo que da lugar al trabajo que luego se transforma en dinero. El movimiento del sistema de la mercancía necesita aumentar la productividad mediante la competencia para revalorizar el valor y ampliar el campo de acumulación de capital. Es la naturaleza de un sistema de relaciones levantado sobre la necesidad constante de aumentar la ganancia, de ampliar el campo de lo acumulable.

«Una sociedad de trabajadores en la que el trabajo se convierte en un “privilegio”, condena a la población a tener que reproducirse materialmente a través de una vía que va cerrándose»

El capitalismo está llevando a cabo una reducción de la jornada laboral cuya consecuencia no es el “reino de la libertad”, sino el de la precariedad y la expulsión. La expulsión y la precariedad son la consecuencia de lo complicado que le resulta “aportar valor” a una creciente parte de la población. Una sociedad de trabajadores en la que el trabajo se convierte en un “privilegio”, condena a la población a tener que reproducirse materialmente a través de una vía que va cerrándose. No se trata del “fin del trabajo” entendido como el fin de trabajar, de desarrollar actividades, sino la crisis de un modo de relación social basado en dar valor solo a un tipo de trabajo considerado productivo acorde a unos criterios concretos; los que permiten acumular más capital. El resto de trabajos, incluso siendo necesarios para el desarrollo de la vida, son a ojos de la noción moderna del trabajo, es decir, el capitalismo, improductivos. De ahí que, en una sociedad donde para vivir hay que tener dinero y para obtener dinero hay que trabajar, la reducción del tiempo de trabajo necesario en este caso se convierta en una maldición. El problema reside en que el dinero, y por lo tanto “la comunidad del dinero”, necesita de un trabajo productivo que lo sustente para que tenga valor y eso resulta cada vez más complicado. De ahí las burbujas.

En su “hambre canina”, el capital se lanza a lo que salga cual diablo de Tasmania, le da a todo y no deja casi ninguna esfera fuera de la relación del trabajo. La paradoja reside en que mientras a nivel general requiere de menos tiempo de trabajo necesario, a nivel subjetivo hace que todo gire a su alrededor, se tenga o se esté buscando trabajo. Así pues, en tanto que trabajadores, quienes más desean que se genere trabajo son los propios trabajadores, puesto que es la única forma que le permite acceder a los medios de vida. La demolición del derecho laboral del siglo XX se observa en el lenguaje de la “economía on demand”, donde no trabajas para, sino que colaboras con, no te despiden, te desconectas, no te controlan, te valoran. Vivir la servidumbre cotidiana como si fuera una actividad liberadora.  De esta manera, un “hacedor” se convierte en el modelo a seguir si se quiere conseguir el éxito, éxito que paradójicamente apela al anhelo por dejar de tener que ser un trabajador, pero trabajando mucho para conseguirlo. Cuando el tiempo de vida y el tiempo de trabajo se convierte en uno solo, tu vida puesta a trabajar deviene el trabajo de tu vida; las “trabacaciones” son un síntoma de esta tendencia. E impulsa un prototipo de “integración” donde no se para, donde no se tiene tiempo para nada y se consumen relaciones sociales. Un modelo que, por una parte absorbe toda la vida, pero al mismo tiempo dificulta la reproducción material de cada vez más gente. Frente a esto sería un error de enfoque pensar en trabajar menos para trabajar todos y sería acertado pensar en trabajar todos para trabajar menos. Así pues, el reto del siglo XXI pasa por inventar formas de valorar trabajos más allá de lo estipulado como “productivo”, y por garantizar el bienestar reduciendo todo lo posible la dependencia a tener que vender el tiempo a cambio de un salario.

«Toda esa gente se queda fuera en una sociedad donde, a pesar de que se demanda menos cantidad de tiempo de trabajo humano empleado, sigue exigiendo trabajar para poder comer»

En realidad, esto no deja de ser una forma de pujar más alto y vender más cara la capacidad de trabajar de la fuerza de trabajo, o lo que es lo mismo, vender más cara una mercancía, la fuerza de trabajo, dentro de un sistema mercantil que contempla en su interior a la relación capital-trabajo; dos derechos mercantiles enfrentados. Pero, ¿qué sucede si el ecosistema, la condición de posibilidad que permite desarrollar esta lucha entre las clases, se desmorona y no desemboca necesariamente en el reino de la libertad? qué hacer con toda esa capacidad de trabajar de la fuerza de trabajo que se queda fuera. Toda esa gente se queda fuera en una sociedad donde, a pesar de que se demanda menos cantidad de tiempo de trabajo humano empleado, sigue exigiendo trabajar para poder comer. Qué hacer con el tiempo, la identidad, el sentido de la riqueza, qué hacer con la propia reproducción material de la sociedad. Es difícil pensar de qué modo puede venderse más cara una mercancía cuando se la demanda menos; cómo te haces valer dentro de una relación de la que te expulsan, pero en la que te obligan a regirte por ella. Todavía resulta más complicado pensar un modelo de sociedad y convivencia, que no esté mediada por el trabajo. Y sin embargo, para liberarnos del maltratador estamos obligados a hacerlo.

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