POLÍTICA / Una izquierda que se come a sus hijos como Saturno se lo pone mucho más fácil a la reacción
Polémicas como síntomas

Durante las últimas semanas se viene reproduciendo un debate en el seno de la izquierda que comparte en todos los casos una serie de problemáticas fundamentales y que sostienen implicaciones estratégicas. Tanto en los artículos de Ricardo Romero “Nega” y Arantxa Tirado “¿Quién teme a la clase obrera?”, el de Víctor Lenore “El año en que la derecha le dio una paliza a la izquierda en ensayo político”, el de Alberto Garzón “Por qué las clases populares no votan a la izquierda y qué hacer para corregirlo” y la discusión sobre la cuota obrera, entre otros, como en la polémica discusión sobre el cartel del seminario Hegemonía y Feminismo que se va a celebrar en la Universidad Complutense a partir del 19 de febrero, confluyen una serie de temáticas que forman parte de las discusiones primordiales que está teniendo la izquierda en un momento de repliegue identitario, después de un fracaso político estrepitoso y del fortalecimiento de un movimiento y sentido común feminista que tiene una gran oportunidad y responsabilidad. Aquí se trata una de dichas problemáticas.
Hay que estar atentos a cómo nuestro origen social y nuestro lugar en el mundo condicionan nuestra percepción de la realidad y cómo afecta a la producción de saber
En la historia del pensamiento ha surgido en varios momentos la llamada a tener en cuenta una necesidad y una advertencia que ha recibido diferentes nombres, entre ellos el de conocimiento situado. La necesidad que plantea el conocimiento situado es ser conscientes de nuestros límites a la hora de producir conocimiento, estar atentos a cómo nuestro origen social y nuestro lugar en el mundo condicionan nuestra percepción de la realidad y cómo ésto afecta a la producción de saber. Esa necesidad/advertencia busca acabar con los lugares de enunciación universales que sirven para perpetuar estructuras de poder e invisibilizar perspectivas minoritarias que se salen de determinados patrones. El problema es que el pensamiento crítico se ha encontrado a menudo siendo víctima de su propia advertencia, introduciendo por la puerta de atrás aquello que quería desterrar: la existencia de sujetos ontológicamente privilegiados para conocer. Cuando se convierte la advertencia y la necesidad de ser conscientes de nuestros propios condicionantes en determinaciones restauramos a hurtadillas la existencia de sujetos particulares que tienen un privilegio epistemológico para conocer la realidad.
La asunción por buena parte de la izquierda de que la opresión y la victimización confiere un estatuto de privilegio epistemológico que se vuelve en contra de sí misma. Una mujer, por vivir el patriarcado en carne propia, es una voz que da cuenta de esa experiencia de la opresión, un testimonio imprescindible que debe ser incorporado a la hora de pensar el poder porque sin ese testimonio lo pensamos colectivamente peor. De ahí que los análisis más completos sobre esta problemática hayan sido hechos por mujeres. Las víctimas de trata, por ejemplo, tienen una posición insustituible para aportar un testimonio sobre la esclavitud sexual, pero no les asiste ningún privilegio epistémico para entender y teorizar la formalidad del poder y la explotación. Por eso hay que tener cuidado y no saltar de la incorporación del testimonio de las víctimas y el hecho de que esos testimonios sean insustituibles, a la asunción de que la palabra de las víctimas es el conocimiento total.
¿Qué hacemos con Marx y con Engels, que en ningún caso eran obreros asalariados y uno de los cuales señaló la situación de la mujer en el capitalismo?
Si una mujer es el sujeto privilegiado para conocer la realidad del patriarcado, una persona racializada las consecuencias de la exclusión racial o un obrero el capitalismo, ¿qué hacemos con Marx y con Engels, que en ningún caso eran obreros asalariados y uno de los cuales señaló la situación de la mujer en el capitalismo? Estaría claro que sobre la desigualdad de género no pueden faltar los estudios llevados a cabo por mujeres y también que para hablar en un acto acerca de la prostitución no deberían faltar las prostitutas. Pero, ¿cuál es el sujeto privilegiado que puede estudiar el ser y la nada? ¿Y cuál sería el sujeto privilegiado para pensar la dominación, la libertad o la emancipación? ¿Estaba Laclau, un argentino, absolutamente destinado a entender la formalidad del populismo o más bien su experiencia personal ayudó simplemente a enfocar el tema? Cuanta menor sectorialidad de la cuestión, cuanta mayor formalidad y abstracción atraviesan un tema de debate más se desbarata el argumento del privilegio epistemológico, que no el del testimonio.
¿Tiene sentido que en un seminario universitario se utilicen exactamente los mismos criterios que en un acto político, por ejemplo, en un centro social ocupado? No, no tiene sentido que en un seminario de una universidad se utilice el mismo criterio que para un acto político. Un espacio académico como la universidad ha de atender a un criterio fundamental: el saber experto, el estudio centrado en determinados temas, el conocimiento profundo de determinados autores. Igual que en un ámbito académico de ciencias físicas se requiere a gente que haya estudiado física, en un ámbito filosófico se requiere a gente experta en filosofía (y aquí creo que cabría hacer una mención al conflicto posible entre lo que concierne a la filosofía y lo que ocurre en las ciencias sociales). Un seminario de filosofía centrado en una determinada mirada teórica sobre el poder y la hegemonía no va a ser mejor por contar con gente racializada, o con diversidad funcional al margen de su saber experto sobre la teoría de la hegemonía, los enfoques teóricos o las autoras y autores que se pretende estudiar. Nótese que la discusión no va a tratar sobre experiencias concretas acerca de determinadas opresiones, como sí podría ocurrir en un acto político, lo cual no quita que dichas experiencias siempre arrojen luz para una correcta teorización sobre dichas cuestiones.
Democratizar la universidad consiste en garantizar el acceso universal y derribar los obstáculos que existen como consecuencia de diferentes discriminaciones
Esto, por supuesto, no quita que haya que estar atentos a la posibilidad de estar invisibilizando a mujeres o a gente racializada que, siendo experta en temas, es desplazada por expertos que siempre son hombres blancos y heterosexuales. Cuando hablamos de la Universidad deberíamos entender que existen diferentes criterios (saber experto, inclusividad) y que hay que encontrar un equilibrio virtuoso entre ellos. No se puede renunciar al saber experto o centrado en una determinada cuestión en favor de la inclusividad, ni el saber experto debe ser una excusa en contra de la inclusividad cuando ésta es posible. Democratizar la universidad, por tanto, consiste en garantizar el acceso universal a ella y derribar los obstáculos que existen como consecuencia de diferentes discriminaciones que existen en nuestra sociedad. Esto quiere decir que todo el mundo debería tener las mismas posibilidades de estudiar y llegar a ser experto en un tema.
Las discusiones que estamos teniendo en los últimos tiempos no son aisladas entre sí. Son síntomas de una situación general. El cierre identitario es el paso previo a que cada cual hable de su tema, de su demanda, y se encierre en sí mismo. La atomización de luchas que se disgregan es el efecto principal del fracaso de la construcción de un nuevo sujeto político en nuestro país. Y el principal problema en términos estratégicos para la izquierda es que esta actitud deviene antipolitica y se vuelve contra las propias posibilidades de que, quien es víctima de cualquier opresión, deje de serlo. Perpetúa la persistencia en el ser víctima como única manera de ser y tiene un efecto fatal para su politización y su desborde. Tenemos que hacer todos los esfuerzos para que, sin quedarnos ajenos a las opresiones que no vivimos en primera persona y al mismo tiempo que tratamos de visibilizar la discriminación con la que convivimos y reproducimos, nos aseguremos de que no allanamos el camino a una reacción que venga cargada de razones. Una izquierda que se come a sus hijos como Saturno se lo pone mucho más fácil.