Construir municipalismo en red aquí y ahora
El pasado 14 de junio se publicaba un interesantísimo artículo en el que se planteaban algunas consideraciones respecto a cómo abordar desde el municipalismo el salto a la escala supramunicipal. A continuación se proponen algunos elementos adicionales a considerar, con el ánimo de poder aportar a una deliberación colectiva imprescindible para poder avanzar en los retos que se plantea el municipalismo.
En primer lugar, cabe tener en cuenta que las dinámicas territoriales, sociales, económicas, etc. cada vez tienden a expandirse más en el espacio y superan los estrechos límites político-administrativos del término municipal. Para que una ciudad como Barcelona “funcione” precisa extraer recursos (hídricos, energéticos, alimenticios, de fuerza de trabajo, etc.) localizados en otros municipios, al tiempo que traslada impactos (algunos positivos, como por ejemplo sueldos que reciben los trabajadores que residen en dichos municipios; pero otros negativos como la contaminación o la tensión al alza en los alquileres).
La idea de lo “local”, de la “comunidad” que comparte problemas, cobra así una dimensión que supera los límites institucionales y administrativos vigentes. Demandas como la del tranvía por la Diagonal de Barcelona suponen políticas públicas que, en coherencia con el anhelo de Bookchin de un municipalismo estructural y moralmente distinto, sería interesante coproducir, al menos, entre los 9 municipios por los que transcurre la infraestructura.
También resulta imprescindible el debate respecto a la gestión de los tiempos. Errico Malatesta, uno de los autores que inspiraron a Bookchin, decía que “para que la anarquía se imponga o simplemente avance por el camino de su realización, se la debe concebir no sólo como un faro que ilumina y atrae, sino como algo posible y asequible, no en los próximos siglos, sino en un período relativamente breve y sin confiar en los milagros”. Es el eterno debate entre las teorías de la “acumulación de fuerzas” y las de las “ventanas de oportunidad”.
Obviamente (y más si no incidimos para cambiarlas) las instituciones regionales, nacionales y europeas no se van a ir a ningún sitio en el mientras; lo que sí se irá yendo son las oportunidades de varias generaciones para acceder a un trabajo, una vivienda o unas pensiones dignas; o aspectos relacionados con la sostenibilidad y la calidad ambiental que serán difícilmente recuperables nunca más (contaminación atmosférica, de aguas y suelos; cambio climático; etc.). No pretendo argumentar con esto que cualquier tipo de movimiento del municipalismo hacia escalas supramunicipales esté justificado por la urgencia de la situación en que vivimos; pero sí que ha de ser posible que los movimientos municipalistas definan caminos viables y acotados en el tiempo para transitar desde sus presentes hacia un salto de escala.
Otro elemento clave de un municipalismo no patriarcal es entender la diversidad municipal y buscar soluciones que permitan un trabajo fraternal y coordinado. De los 947 municipios de Cataluña el caso de Barcelona es ciertamente una singularidad. Si realmente queremos construir una red municipalista horizontal, cabe pensar en estrategias que puedan adaptarse a las diferentes realidades, y, al mismo tiempo que permitan una cierta “equidad” entre los más fuertes y los más débiles.
Por ejemplo, cuando se propone que un espacio municipalista presente candidatos a otros niveles de gobierno a través de coaliciones regionales o nacionales, o bien existe realmente algún tipo de organización/gobernanza supramunicipal de dicho espacio municipalista, o bien es una opción que se reduce únicamente a los municipios más poblados e importantes, que pueden “negociar” las condiciones en las que participan de la coalición y qué aportan y reciben de ella.
En las dos últimas elecciones generales, muchos espacios municipalistas catalanes contribuyeron de manera altruista al éxito electoral de En Comú Podem sin obtener de manera directa ningún retorno por su participación.
Esto nos lleva al que, desde mi experiencia, es en realidad el principal problema práctico a abordar a la hora de plantearse el salto supramunicipal del municipalismo: la manera en la que se distribuyen los recursos (y el poder).
Para empezar a abordar el problema, conviene reflexionar respecto a los costos de oportunidad. Ciertamente, poner energías en el salto supramunicipal las detrae de otros aspectos; pero para poder evaluar adecuadamente un costo de oportunidad es necesario estimar los resultados que se obtendrían de asignar dichos recursos a las distintas finalidades posibles. Es decir responder preguntas como ¿puedo alcanzar más (o mejor) un objetivo político como el tranvía por la Diagonal destinando recursos a la escala local, a la supra-municipal, o a ambas (en cierta proporción)?
Una organización como Barcelona en Comú puede permitirse contratar diseñadores gráficos, diseñadores web, personas a cargo de las redes sociales, implementar infraestructuras digitales, etc. ¿Cuántas de las otras experiencias municipalistas de Cataluña pueden permitírselo?
De hecho, probablemente tampoco sería razonable pensar que la mejor manera de asignar los recursos para conseguir los objetivos políticos del espacio es contar con 947 diseñadores gráficos; sino con el número necesario para poder prestar el mejor servicio posible al mayor número de municipios. Igualmente, crear una infraestructura digital que dé servicio a múltiples experiencias municipales resulta mucho más económico que 947 infraestructuras separadas. O una red en la que se intercambien experiencias y conocimiento arroja más valor cuantos más proyectos municipalistas participen.
Por no discutirlo en abstracto comparemos, a partir de sus webs de transparencia, el presupuesto de Bcomú en 2017 (1.866.413€ de los cuales 670.577€ provenían de su participación en En Comú Podem), no con el de algún municipio con poca población o representación en su Ayuntamiento, sino con el de una de las principales ciudades catalanas, en el que la candidatura municipalista obtuvo casi un 20% de los votos y es primera fuerza de la oposición, es decir con Terrassa en Comú (93.080€, sin recibir ningún ingreso de su participación en En Comú Podem). Es decir, estamos hablando de un factor 20 en la disponibilidad de recursos que no resulta correlacionable con otros aspectos como número de votos, regidores, población, etc.
¿Cómo construir un municipalismo horizontal y fraternal, en el que los recursos y el poder se distribuyen para intentar maximizar el bien común y conseguir alcanzar más y mejor los objetivos políticos compartidos de transformación social?
Ciertamente coincidimos en que pasa por cuestionar los valores patriarcales de la velocidad, la talla, la jerarquía y la dominación entre otros; buscando tejer relaciones positivas y complicidades, reconociendo las subjetividades y diversidades, reforzando el empoderamiento individual, la colaboración y el apoyo mutuo.
¿Qué haría la hermana de Narciso al verse reflejada en las aguas?
Confieso que este debate me parece extraterrestre. Comprendo perfectamente que resulte deseable una utopía basada en pequeñas comunidades urbanas que se coordinan entre si. También es razonable considerar que el trabajo político en los ayuntamientos tiene una gran importancia para mejorar el día a día de la gente. Pero pretender que ese trabajo puede ir más allá de las cuatro cosas en que tienen competencia los ayuntamientos me parece delirante. Denominar a esta creencia «municipalismo» y adjudicarle unas virtudes salvíficas quasi sobrenaturales se sitúa más allá de mi comprensión.
El intento del autor de argumentar desde dentro de este «municipalismo» me parece muy loable si esa es la única forma de que los apóstoles de la política a pequeña escala salgan de su ensimismamiento. Yo creo que es evidente que los desafíos que tiene la humanidad y la escala de acción de los enemigos a que se enfrenta la izquierda requieren instrumentos políticos cuyos marcos superen no solo el barrio y la ciudad, sino incluso el estado-nación. El verdadero problema político de la izquierda europea es como crear una organización capaz de conquistar el parlamento europeo aunando las fuerzas de los Verdes y de los herederos de la III Internacional. Eso no es contradictorio con gobernar ciudades y pueblos pero si que es cierto que no puede hacerse si la única forma de organización que se considera legítima es el asamblearismo de barrio y si cualquier ambición estratégica es considerada heteropatriarcalismo. La política no puede olvidar la dimensión personal y el primer cambio revolucionario lo hemos de hacer dentro de nosotras pero como decía aquel «ni calvo, ni dos pelucas».