Esa izquierda parnasiana

En el monte del Parnaso habitaban Apolo y las musas. Por ello, esta montaña griega que sobresale sobre Delfos se considera, simbólicamente, la morada de los poetas, donde encuentran su inspiración. De aquí recibe el nombre la corriente literaria del parnasianismo, una reacción de finales del XIX frente, por un lado, a los excesos subjetivistas del movimiento romántico y, por otro, al realismo y su compromiso social y político.

Así, los parnasianos como Leconte de Lisle encontraban el motivo de su arte en el propio arte. Y serían precursores técnicos del simbolismo de los poetas malditos franceses, Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, o de los modernistas latinoamericanos, con Rubén Darío a la cabeza. El parnasianismo exageraba el gusto por la forma, la poesía se encontraba en la propia poesía y sus elementos, en las palabras que, jugando entre sí, adquirían los más dispares significados por sí solas y por su posición en la obra. El arte no debía ser útil para los veraneantes del Parnaso, ni rasgar las más encontradas emociones, sino que su fin esencial era la búsqueda de la belleza por sí mismo. Y nada más. Y nada menos.

Y es aquí que, en unas vacaciones aceleradas, a trompicones, con un ojo en las olas del mar y con el otro en el móvil escrutador de los avances de la pandemia, me hallo en la luna de València, un poco más al sur en realidad, reflexionando sobre los porvenires de las izquierdas tras los resultados de las elecciones gallegas y vascas de hace una semana. Y mira que mi recorrido vacacional decidió separarse, geográficamente, lo máximo posible tanto de Euskadi como de Galicia: pasé por las minas de Riotinto, en Huelva, la Gruta de las Maravillas de Aracena, las deliciosas playas gaditanas, crucé Andalucía entera para acabar merodeando por Alicante. Es decir, lo más alejado posible, sin salir de la península quiero decir, de los dos territorios que pusieron y quitaron las urnas hace siete días. Y aun así, me he dado de bruces con las consecuencias de los resultados de la noche electoral. Malditas redes sociales.

Y entre arroces varios, les puedo recomendar unos cuantos, he leído una disparidad de análisis, diferentes entre sí, los cuales han aportado distintas visiones sobre lo que les ocurre a las izquierdas estatales, concretando un poco más a Unidas Podemos. Algunos de ellos dan por muerto a Podemos, algo que se sugiere cada cierto tiempo, pero que nunca llega a ocurrir. Pero antes que nada, hay que destacar que si le ha ido mal a las respectivas marcas vasca y gallega de Unidas Podemos es, en gran medida, porque las dos izquierdas soberanistas de sendas naciones lo han hecho bien, han ilusionado a sus electorados y han dibujado horizontes que desde Madrid no han sido capaces ni de imaginar. EH Bildu y BNG han entendido los problemas de sus respectivas sociedades conectando con las mismas y han ofrecido alternativas serias: ahí están los resultados. Se han convertido en las alternativas reales a las derechas de Alberto Núñez Feijóo y de Íñigo Urkullu. El mérito es suyo.

Otras lecturas. Los resultados del pasado domingo evidencian que la crisis territorial, lejos de amainar, coge forma y fuerza y muta: ya no es solo Catalunya, cada vez en más territorios del Estado, parte de sus sociedades no se encuentran cómodas con un modelo territorial en el que Madrid, como símbolo y función en un sistema, no Madrid como tal en sí, recibe un excesivo protagonismo. “El problema territorial no es Catalunya, es Madrid” será una frase que, todo indica a ello, escucharemos cada vez más. “Madrid es cada vez menos España”, argumentaba Xavier Domènech en una reciente entrevista con cuartopoder.

Por otro lado, con respecto a los errores propios de Unidas Podemos, desde la coalición se ha intentado dar viento a la autocrítica delimitando los problemas evidenciados en el batacazo de este verano en una obviedad: los alborotos y griteríos internos, las broncas y escaramuzas interpretadas en público no ayudan. Los constantes conflictos internos, tanto en Euskadi como en Galicia, algo que se puede expandir a la mayoría de los territorios del Estado, generan una desafección en bases y votantes. No es nuevo.

Además, desde las organizaciones integrantes reconocen que suspenden en implantación territorial y llaman a reforzarla. Podemos, una formación muy centrada en el liderazgo de Pablo Iglesias y, en los últimos meses, volcada en la labor del Gobierno, ha dejado de lado la construcción del partido y organización. Aquello de un pie en las instituciones y mil en las calles, creo que era así, suena, hoy, a mueca de mal gusto.

Más ideas. El interminable debate en Twitter entre aquellos perfiles que otrora formaban parte de distintas facciones de Podemos continúa años después. Las mismas proclamas repetidas, como si en vísperas de Vistalegre II nos encontráramos, quizás señalan que va haciendo falta ya un relevo, que el tiempo pasa y no se puede volver atrás, que la “nueva política” ya es vieja, que ya no somos tan jóvenes. Pablo Elorduy, en El Salto, lo explica muy bien: "Terminada la guerra relámpago que se planteó en la primera vida de Podemos, se hace monótono el recuento de bajas y aburrido el debate sobre las estrategias que podrían haber desembocado en otro resultado".

Seguimos. Los malos resultados de las marcas de Unidas Podemos no están aislados, forman parte de una tendencia a la baja en los diferentes comicios a distintos niveles que se vienen celebrando. El llamado “espacio del cambio” cada vez ocupa menos espacio, menos escaños en los parlamentos y, además, este se ha disgregado en diferentes opciones electorales muy ligadas a la pluralidad territorial. Volvemos a lo de antes y a lo de Madrid y tal y tal.

Distintos artículos han señalado la posibilidad de tantear opciones confederales de fuerzas territoriales que, sin ser dependientes de una dirección que tome decisiones desde Madrid, se organicen conservando su propia capacidad de acción. Incluso, como señalaba Jorge Lago en un artículo en El País, compartiendo, en parte, estrategia con fuerzas soberanistas e independentistas. Esta idea se basa en la superación de Unidas Podemos, pero también podría incluir a la propia Unidas Podemos. ¿Por qué no? ¿Se ha de suponer que las rencillas y divisiones dadas hasta ahora se van a mantener en el tiempo? Se ha dado muchas veces por muerto a Podemos, decíamos. Ahora forma parte del Gobierno del Estado.

Sin embargo, el Gobierno de coalición, viendo los resultados de Euskadi y Galicia, se puede afirmar que no ha levantado pasiones en el electorado, al menos, de estas dos comunidades. ¿Desgasta el Gobierno compartido con el PSOE a Unidas Podemos? ¿Las expectativas de sus electorados están más altas de lo que, hasta el momento, se ha conseguido? Es pronto para decirlo, y más con una pandemia que ha alborotado cualquier plan a cualquier escala en los últimos meses. Pero, al menos, se puede afirmar que en estos dos territorios no han aprobado en las urnas a Unidas Podemos sentado en el Consejo de Ministros.

Y aquí llega mi aportación al debate, por sumar alguna idea más. Es por ello la referencia primera al Paranaso, no es que se me haya ido la cabeza por completo. Y esto vale para toda la política, no solo para las izquierdas o Unidas Podemos, aunque quizás a estas les influya más. Se trata de la forma de hacer política de hoy, donde lo comunicativo tiene un nivel de importancia enorme y donde el quehacer institucional lo impregna todo. Y no me refiero a que los logros de Unidas Podemos en el Gobierno, cada una de las medidas del Escudo Social, o las propuestas legislativas en el Congreso no tengan mucha importancia social, todo lo contrario. La impronta de Unidas Podemos en algunas políticas del Gobierno es clara, pero, ¿Suficiente?

Se trata de que las propias dinámicas de la institución separan la política de la gente. Y es que corren ríos de tinta sobre los votos en la Mesa del Congreso, sobre si sale adelante una comisión o no, hablamos sin parar del registro de iniciativas parlamentarias, de las intrigas palaciegas, las relaciones entre ministros de un Gobierno, las disputas entre ambas patas de la coalición gubernamental…

La política se llena constantemente de nombres personales. Los políticos son, en muchas ocasiones, el protagonista final de la acción política: el chalet de Iglesias e Irene Montero, el caso Dina, la candidatura de Nadia Calviño al Eurogrupo, las aspiraciones o no aspiraciones de Yolanda Díaz para su futuro político, el último tuit de Pablo Echenique, el viaje en falcón de Sánchez, tal o cual genialidad de alguien sobre la tribuna del Congreso… "¡Y a mí que me importa!", dirá buena parte de los votantes, que ve cómo se le echa encima una nueva crisis económica. Toda la actividad política ha de ser susceptible de entrar en los formatos que los grandes medios de comunicación reclaman. Los mensajes han de ser concisos y premia lo declarativo: respuestas a declaraciones previas de otros políticos para seguir con el hilo argumental de la polémica del momento que cope titulares y abra telediarios. Que dé sentido a algunos programas de televisión. La institución, un plató, para que cualquier cuestión pueda ser grabada, editada, cortada y expulsada a las redes sociales en forma de cápsula.

Si los parnasianos trabajaban el poema por el poema, buscaban el arte en la propia obra de arte, la forma como finalidad, la belleza en las palabras jugando entre sí, parece que llegamos al reino donde la política se entiende por la propia política. La "metapolítica". La dinámica política tiene sentido dentro de ella misma y fuera de ella se difumina. La forma es más importante que el contenido. Y esto, como he dicho, afecta a todo el espectro de los partidos. Pero, quizás, en las izquierdas, en ciernes de una nueva grave crisis económica y social, el descontento se agudiza más. Si a esto sumamos que el ritmo madrileño, y de los medios madrileños, suena lejano en muchos territorios, puede que las consecuencias sean más palpables y el electorado busque opciones que le resulten más próximas. No podemos olvidar que el CIS viene reflejando como uno de los principales problemas de la ciudadanía a los propios políticos, los partidos.

Esa izquierda parnasiana. Un ritmo mediático frenético que separa al político de las musas al verse rodeado de alfombras en las instituciones que nada tienen que ver con los suelos que pisa el resto, la realidad. Una ciudadanía que vuelve a encontrar poca inspiración en unos representantes que parecen lejanos. Y yo, que no he acudido al Monte Parnaso este verano, les dejo una foto del Benacantil, el monte que da cobijo al castillo de Santa Bárbara, en Alicante, que preside la vista de la playa del Postiguet. Les dejo la postal para desearles buen verano, a pesar de las difíciles circunstancias en las que nos encontramos. Y para solicitarles prudencia. Cuídense.