¿Y si Ibailand fuese una cooperativa de trabajo?

  • "Si Ibailand fuese una cooperativa de trabajo asociado, seguiría siendo un negocio agraciado y súper rentable"
  • "Sería una empresa comprometida con el entorno y la sociedad, una empresa cuya responsabilidad superaría la de la contribución a las arcas públicas vía tributación"
  • "Lo realmente importante es que la ética, el compromiso y la perspectiva del mayor bien común no se nos queden por el camino. El cooperativismo es todo eso y espero"

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Luis Miguel Jurado, presidente de la Confederación Española de Cooperativas de Trabajo Asociado (COCETA)

A las personas de mi generación, nos pilla un poco a traspiés el mundo youtubers, influencers, streamers… Sabemos de qué va, hay quienes incluso están muy duchas y se han subido a ese barco siendo parte activa, pero otras vamos enterándonos de su repercusión por los medios de comunicación y, más frecuentemente, a través de nuestros hijos, sobrinos, etc., que son quienes nos ilustran.

La cuestión indiscutible es que las redes sociales y plataformas llegaron para quedarse. Hoy estarán de moda unas, mañana serán otras. Unas desaparecerán, otras se readaptarán, pero la realidad es que hace ya tiempo que la forma de comunicarse e interrelacionarse cambió. Si el telégrafo, el teléfono, la radio, o la televisión después fueron grandes acontecimientos para el devenir de la humanidad, Internet supuso el inicio de una revolución de alcance inimaginable, mastodóntica en cuanto a las posibilidades de contenido y, sobre todo, caracterizada más allá de la inmediatez -muy relacionada con la cultura de consumo en la que estamos inmersos-, por la interacción en tiempo real.

Rebelarse contra esto es absurdo, sobre todo cuando tiene beneficios demostrables. Si bien, el apartado ético es el que hay que cuidar. Ética en todos los sentidos: en los contenidos, en las prácticas, en los mensajes que se transmiten. Vayamos al caso directo que saltó a los medios de comunicación hace unas semanas: la “fuga” de afamados youtubers y creadores de contenido a Andorra, donde la presión fiscal es mucho más baja que en España. La película no es nueva, sí lo son los actores.

De inmediato, se abrió un intenso debate entre quienes defienden que estos jóvenes están en su derecho y quienes les parece un acto más bien de desprecio al Estado español. Hay muchos matices y tintes ideológicos detrás de cada postura y argumento, si bien en el fondo hay un cuestionamiento sobre nuestro sistema tributario, desconocimiento en muchos casos de a dónde van nuestros impuestos, si se cree o no en la redistribución de la riqueza y, en definitiva, en dejar actuar al mercado voraz, o ponerle límites para que sea posible una sociedad más justa, con servicios públicos de calidad que permitan que todas las personas, independientemente de su renta, tengan cubiertas las necesidades para un vida digna.

Como he dicho, la película no es nueva. Ahora sucede con estos jóvenes, auténticos fenómenos con millones de seguidores, como recurrentemente ha pasado con estrellas del deporte, actrices y actores, cantantes… En este caso, su talento comunicador y capacidad de conectar con públicos amplios les convierte, quieran o no, en referentes más allá de la actividad por la que han alcanzado el mérito profesional y el reconocimiento. De ahí que se haya puesto el foco sobre ellos y ellas. Comportamientos incívicos (no digo provocadores, que eso puede estar muy bien), declaraciones irresponsables y, sobre todo, acciones que denotan que no existe un compromiso con la comunidad salvo la estrictamente económica, no son buen ejemplo. Contribuyen a esa sociedad individualista que quiere la lógica de consumo mercantil, que paradójicamente favorece internet, y que se extiende a todas las esferas, retroalimentándose. ¿Es injusto hacerles responsables de cierta ejemplaridad? Puede ser, pero va con “el cargo”, que se diría en el ámbito de la empresa o en la administración. Los derechos en esta vida van ligados a responsabilidades y deberes. Si obviamos esto, impera la ley de la selva.

Por suerte, hay que celebrar que lleguen otros mensajes y ejemplos desde el mismo campo de emisión. Seguro que quien más y quien menos ha oído hablar de Ibai Llanos, una auténtica celebridad de internet con apenas 26 años que ya traspasa con creces su ámbito de influencia inicial. Streamer, locutor de deportes electrónicos en español y creador de contenido en Twitch y YouTube. Cuenta con más de 3,7 millones de seguidores en las distintas redes sociales. De hecho, este fin de semana es la persona entrevistada en Lo de Évole, para que os hagáis una idea del alcance de su repercusión. Y no es el único, hay otra serie de jóvenes y no tan jóvenes con altísimos índices de audiencias que han asumido en mayor o menor medida su faceta como referentes de toda una generación.

Cuando irrumpe la polémica de los youtubers que trasladan a Andorra su residencia, Ibai anuncia que va a reunir a varios creadores de contenido en una casa catalana para poner en marcha un proyecto en común. Rápido se extendió la denominación ‘Ibailand’ para ese plan que se está fraguando.

Y es aquí donde quiero meter la cuña desde el cooperativismo y la economía social, apelando a esa otra forma de hacer las cosas, a esa otra economía más responsable y sostenible a largo plazo, empática con el entorno y la sociedad, con valores y principios, que sitúa a las personas por encima de todo. Sí, hablo de empresas que son rentables, pero el beneficio por el beneficio no es el objetivo primero, es el bienestar cada uno de los individuos que forman parte de ella, desde un proyecto colectivo.

Si Ibailand fuese una cooperativa de trabajo asociado, seguiría siendo un negocio agraciado y súper rentable. Llanos y todos los que integrarían Ibailand (Ernesto “Barbeq” Folch, Ander Cortés, Antonio “Reven” Pino Torres, Jorge “Werlyb” Casanovas, Cristina “Cristinini” López Pérez y Sergio “Knekro” García y Juan Alberto “Illojuan” García) conformarían una empresa con un proyecto común en el que serían sus propios jefes y tomarían las decisiones de forma participada y democrática. Todas.

Conformarían una empresa que, además de dar el servicio que pretenden dar, sería una empresa comprometida con el entorno y la sociedad, una empresa cuya responsabilidad superaría la de la contribución a las arcas públicas vía tributación. Ibailand sería un vehículo de transmisión ejemplar para esos millones de seguidores que son los futuros emprendedores y emprendedoras de este país (y más allá de las fronteras españolas). Lanzaría un mensaje ético transformador.

En cualquier caso, quiero terminar este artículo reiterando mi optimismo en lo que ha llegado para quedarse. Los tiempos siempre cambian y no tiene por qué ser a peor, como nos enrocamos en valorar cuando nos vamos haciendo mayores. Lo realmente importante es que la ética, el compromiso y la perspectiva del mayor bien común no se nos queden por el camino. El cooperativismo es todo eso y espero que se lo sepamos transmitir a quienes vienen detrás.

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