Preguntado por los 92.000 documentos secretos sobre la guerra en Afganistán filtrados esta semana por Wikileaks, un analista consultado por la agencia France Press resumió las diferencias entre esta organización y los medios tradicionales con una sola frase: "Un diario no puede publicar 90.000 documentos, pero Wikileaks lo puede hacer en cuestión de segundos". Una comparación tan cierta como la de asegurar que un boxeador es más poderoso que un banquero porque puede romperle los huesos. Ojalá fuera tan fácil.
El fundador de Wikileaks, Julian Assange, ha conseguido sus primeros triunfos informativos por atenerse a dos principios muy simples y a la vez muy díficiles de cumplir: mantener la confidencialidad de sus fuentes y resistir las presiones externas para no publicar la información que recibe. Los dos principios forman parte de los fundamentos del periodismo, por mucho que algunos lo hayan olvidado, y mientras la organización sea capaz de cumplirlos seguirá acumulando triunfos. En definitiva, mientras siga ofreciendo la información que otros no pueden o no quieren ofrecer.
El único riesgo que afronta Wikileaks reside en su capacidad para ver más allá de los documentos y contrastar y contextualizar adecuadamente la información que llega a sus manos. De otro modo, este sitio podría convertirse en el instrumento de aquellos a quienes pretende combatir. Así, los servicios secretos podrían filtrar información falsa o parcialmente falseada sobre un determinado asunto. O simplemente, suministrar datos ciertos de una sola parte, ofreciendo una visión sesgada de un conflicto. El resultado en ambos casos sería el de una sociedad informativamente intoxicada.
Daniel Ellsberg es un ex empleado del Pentágono que saltó a la fama por publicar documentos secretos que exponían la estrategia militar estadounidense durante la guerra de Vietnam. Para Ellsberg, sólo el 1% de los cables diplomáticos secretos que han caido en sus manos podría suponer una amenaza real para la seguridad de Estados Unidos. De hecho, la publicación de todos Los papeles del Pentágono no supuso la caída del país, sino que aceleró el fin de la guerra absurda en que estaba inmerso. Sin embargo, los cargos públicos se han apresurado a apuntar los riesgos de sacar a la luz documentos clasificados e, incluso, su posible coste en vidas humanas.
Entre la ciudadanía, parece que muy pocos se han extrañado realmente del contenido de los papeles de Afganistán. Lo que de verdad ha producido extrañeza es que algo así pueda llegar a publicarse, cuando nos hemos acostumbrado a aceptar que la versión oficial de las guerras, ya sea transmitida por funcionarios o por periodistas, sea muchas veces falsa y casi siempre incompleta. Pero Wikileaks se resiste a aceptarlo, y por eso cubre el espacio que la prensa abandonó hace tiempo.
Si los medios quieren que Wikileaks desaparezca, lo tienen muy fácil: sólo deben recordar sus funciones y ofrecer lo mismo que ofrece esta organización: el anonimato de sus confidentes y la impermeabilidad a las presiones. A fin de cuentas, si los periodistas hiciéramos bien nuestro trabajo, Wikileaks no tendría ninguna razón de ser.