No tendrá que leer mucho para descubrir que no me gusta la tauromaquia. Ni la caza. Ni cualquier otro espectáculo en el que se torturen o maten seres vivos por lucro o diversión. No necesito acabar con otras vidas para divertirme ni experimento placer alguno al observar el sufrimiento de un animal; todo lo contrario. Pero hay algo que me disgusta mucho más que todo lo anterior, y es la hipocresía que a veces demostramos al justificar nuestras acciones.
En la cima de esta hipocresía suele encontrarse la palabra tradición, escudo tras el que se han filtrado algunas de las tropelías más notables de la humanidad, como la separación de culturas, la desigualdad de razas y sexos, la esclavitud y el oscurantismo científico, entre otros asuntos de nuestra historia más negra. Muchos avances sociales han sido interrumpidos al chocar con una realidad más antigua, por enfrentarse a un modo distinto de pensar o, simplemente, al constatar que nunca antes se habían probado, como si todas las cosas no hubieran tenido acaso un principio.
El mundo de la tauromaquia es un buen ejemplo de esta hipocresía. En nombre de la tradición mueren anualmente en el mundo varios toreros, y miles de toros son torturados y sacrificados públicamente, por no olvidar los sucesos deplorables de otros espectáculos taurinos o la participación menores de edad en la fiesta. Pero cuando se habla de toros, ninguno de estos argumentos parece pesar más que la tradición, un rompeolas perfecto sobre el que estalla cualquier argumento racional y que, sin embargo, no ha sido obstáculo que saltarse cuando más ha convenido.
Porque no hay nada de tradicional en:
- La inclusión de nuevos instrumentos para la lidia y la mejora de los materiales de construcción.
- La modernización de los sistemas de vigilancia y transporte del ganado, de los equipos de quirófano, establos e iluminación de la plaza.
- La informatización de las taquillas, el uso de Internet en cosos y ganaderías, así como la emisión radiada y televisada -ahora en 3D- de las corridas.
- El uso de tranquilizantes en las reses (sí, una trampa).
- La aplicación de técnicas genéticas para la crianza de toros bravos e, incluso, su clonación.
La tauromaquía ha asimilado muchos avances científicos para mejorar casi cualquier aspecto de la lidia dentro y fuera de la plaza. Hoy en día, existe tecnología suficiente, no sólo para aumentar las cifras de negocio, sino también para incrementar la protección del torero ante una cornada y evitar el uso de armas punzantes contra el toro en los tercios de banderillas y muerte.
Lo único que nunca podrá emular la tecnología es la sangre, el sufrimiento y, precisamente, la muerte, tres elementos sin los cuales el toreo no es toreo, según los sectores más reaccionarios del mundo taurino. Tres zonas tabú para cualquier cambio, porque chocan con la tradición.
Merecería un debate aparte determinar si algo así puede ser un argumento suficiente para que las corridas de toros sean la excepción de una ley sobre maltrato animal salida del Parlamento español; si la cultura de sangre y arena, a veces de gobernador civil y sotana, puede ser motivo de orgullo y exponente de un país que pretende mostrarse civilizado ante el resto del mundo. Es más, haría falta un debate mayor para decidir si la tradición puede siquiera formar parte del argumentario de cualquier mente progresista.
Mientras tanto, no estaría de más admitir, sin ambages, que el motivo último de la tauromaquía reside en el placer del sufrimento y la muerte del toro o de su verdugo, pues casi ningún taurino admitiría las corridas sin esta posibilidad. Es decir, se puede fabricar una banderilla de acero, usar Internet para difundir la feria y hasta lidiar un toro clonado, pero la tortura y la muerte no admiten cambio alguno.
A propósito de la muerte, la tauromaquia morirá porque el mundo cambia y a las nuevas generaciones les interesan cada vez menos algunas tradiciones, afortunadamente. Tampoco las llamadas -tan racionales- a un supuesto arte ritual y cultural podrán evitar que esta fiesta pase a formar parte de nuestro pasado más luctuoso y que nuestros descendientes la vean como una salvajada más escrita en un libro de historia. Yo no seré hipócrita: quiero que desaparezca pronto; cuanto antes, mejor. Porque necesitamos más arte, y menos artificios; más progreso, y menos tradiciones; más ciencia, y menos rituales. Pero, sobre todo, menos hipocresía.
Me temo que la tradición no está en contra de los avances, es decir, que una costumbre transmitida a lo largo del tiempo se puede beneficiar de los lógicos avances que se produzcan mientras tanto. Las procesiones tiradas por vehículos o el uso de automóviles en el Rocío no contrarrestan su calidad de tradición, puesto que mantienen su esencia, guste o no esa esencia.
En el caso de los toros se han producido muchas variantes, desde el uso de peto para los caballos (antes morían destripados) hasta las modificaciones en las banderillas según se usaban nuevos materiales.
Detesto los toros. Pero tan inconsistente es para los pro-taurinos el argumento de la tradición como observar que se producen contradicciones en esa costumbre sencillamente por obtener beneficios de novedades tecnológicas.
Por otra parte enarbolar esta idea como argumento anti-taurino resulta «peligroso», ya que parece ponerse de manifiesto que los propios aficionados a las corridas han traicionado un espíritu del festejo que podía tener algo de autenticidad. Esto no lo hace usted conscientemente pero ahí queda.
Realmente, no pretendo dar a entender que los aficionados hayan traicionado el espíritu del festejo, sino afirmarlo rotundamente.
Se ha traicionado cuando más ha convenido a los empresarios taurinos, despreciando sistemáticamente la crítica de los sectores más puristas. Y me parece muy bien.
En lo único en lo que no ha habido cambios es en lo que usted considera «la esencia» y yo llamo «la tortura y la muerte».
Un traje que proteja mejor al torero de una cornada no se aceptaría. Usar banderillas electrónicas, tampoco. Entrar a matar con un dispositivo que pueda registrar la trayectoria y la fuerza de la estocada sería motivo de carcajada para los aficionados.
Es decir, tiene que haber sangre, tiene que haber tortura y tiene que haber muerte. Eso no se negocia.
Así que en lugar de enseñar constantemente el comodín de la ‘tradición’ -que se ha violentado cuando más ha convenido-, los partidarios de la tauromaquia podrían decir simplemente que les gusta un espectáculo así. Me parece mucho más honesto.
Muchas gracias por su mensaje.
Aun estando de acuerdo con el espíritu del artículo, creo que incurre en el error habitual de polarizar excesivamente las cosas. La clave, a mi juicio está en su idea de que «Lo único que nunca podrá emular la tecnología es la sangre, el sufrimiento y, precisamente, la muerte, tres elementos sin los cuales el toreo no es toreo, según los sectores más reaccionarios del mundo taurino».
En efecto, es más que probable (lo ignoro, porque no me gustan los toros) que el sector «purista» de la fiesta no quiera modificación alguna. También es cierto que hay muchas personas a las que no se les ocurre otra alternativa que la prohibición.
Pero, ¿realmente la crueldad y el sufirmiento son un elemento insoslayable? El comentario que me precede hacía referencia a la situación existente antes de que se pusiera peto a los caballos, cuando era habitual que estos pisaran sus propios intestinos en su agonía. Entonces también hubo voces (algunas de «intelectuales») que se opusieron a la protección que ahora llevan los equinos porque se «desnaturalizaba» la fiesta.
Me da la impresión de que ahora, como entonces, cabría incorpoar avances tecnológicos (como usar banderillas con marcadores acústicos, pongamos por caso) que eliminaran toda barbarie (tampoco veo necesidad alguna de tener que matar al toro). Por supuesto habría oposición por parte de algunos, nunca llueve a gusto de todos. Pero me parece mejor alternativa que la eternización de prácticas salvajes o la prohibición total del festejo.
http://economiarecreativa.blogspot.com
http://eleconomatodelinfierno.blogspot.com
http://elaltereconomista.blogspot.com
http://datostozudos.blogspot.com
En la edad media, el «espectaculo» que mas gustaba a la plebe era las ejecuciones publicas. Afortunamente esa «tradiccion» se ha perdido…
Hola Perplejo. Parece que nuestros mensajes se cruzaron esta mañana, pues estamos bastante de acuerdo, salvo en un asunto: seguro que el artículo incurre en muchos errores, pero creo que polarizar las cosas no es uno de ellos. Entre otras cosas, porque no es posible polarizar un problema que ya está polarizado.
Porque en esta discusión no hay mucho margen de maniobra: cualquier petición de modernización que intente eliminar la tortura y la muerte en la tauromaquia no se aceptará, puesto que la barbarie es parte fundamental del espectáculo. Así que en esta situación no queda otro remedio que pedir su prohibición, total e inmediata. Todo lo demás es marear la perdiz con ‘tradiciones’, ‘artes, ‘rituales’ y otras zarandajas.
Y si los argumentos de civilización no sirven, que valgan los socioeconómicos: no quiero que la imagen que se exporte del país en el que vivo sea la de un grupo de señores con montera que acuchillan animales en un ruedo. Habrá a quién le haga mucha ilusión. A mí, no. Y por eso expreso mi rechazo.
Hola ‘Las cosas cambian’. Unos días atrás puse un ejemplo similar en Twitter: Hace sólo 30 años, en Suráfrica, se consideraba a los negros como animales. Una salvajada oculta bajo la dichosa ‘tradición’ del país.
Igualmente, y en nombre de la ‘tradición’, una mujer no podía votar hace un siglo, y hasta hace sólo 40 años no podía abrir una cuenta bancaria sin permiso de su marido. ¿En Suráfrica? No, en España. Y en nombre de la ‘tradición’.
Sin necesidad de recurrir a ejemplos tan radicales, en este país, hasta hace poquísimos años, era costumbre arrojar una cabra desde un campanario durante las fiestas populares. Todavía quedan resquicios parecidos de lo que algunos llaman ‘tradición’ y para mí son coletazos de una España negra y miserable que recuerda a tiempos pasados y que convendría educar cuanto antes.
Muchas gracias por sus mensajes.
En efecto, Pedro. Parece que nuestros comentarios se cruzaron. Y en el fondo nuestro desacuerdo es sobre una cuestión enteramente subjetiva (la reacción de un sector de la población con la que ninguno parece que nos sintamos particularmente identificados). Es muy probable que el equivocado sea yo. De hecho, he de confesar que soy bastante mediocre haciendo predicciones «demoscópicas» a ojo de buen cubero (no suelo acertar casi nunca, vaya).
Desde luego, en mi opinión, tienes toda la razón en argumentar que la tradición suele ser una coartada (en esta y en otras cuestiones) y no es en sí misma algo respetable ni sacrosanto. Y también en que como modelo de marketing, la fiesta no nos favorece mucho en el exterior que digamos.
Gracias a ti por el blog.
http://economiarecreativa.blogspot.com
http://eleconomatodelinfierno.blogspot.com
http://elaltereconomista.blogspot.com
http://datostozudos.blogspot.com
Hola Perplejo. Haces muy bien al reprocharme que no aporte datos, pero es que apenas existen. Es sospechoso que un tema así casi no tenga espacio en el CIS o en el INE. De todos modos, echa un vistazo a esta encuesta de Gallup, antigua (2006), de las pocas que existen sobre los toros. Sobre la gráfica verás la evolución de los interesados en las corridas desde 1971, entre los «mucho/algo» a los «nada», que pasan de una proporción de 55%/43% a 31%/69%:
http://www.columbia.edu/itc/spanish/cultura/texts/Gallup_CorridasToros_0702.htm
Muchas gracias por tu mensaje.
Muchas gracias por la estadística, Pedro. Aunque los datos sean algo antiguos, resulta de lo más ilustrativo fijarse en las diferencias por grupos de edad y regiones. Francamente curioso. Gracias de nuevo.
http://economiarecreativa.blogspot.com
http://eleconomatodelinfierno.blogspot.com
http://elaltereconomista.blogspot.com
http://datostozudos.blogspot.com
Magnífica reflexión, señor Alzaga. Coincido con usted en que la barbaridad y la brutalidad acabará siendo barrida por sus propios méritos.
Muchas gracias, En lucha.
Está usted por encima. Esta juzgando. O está trabajando, que para eso le pagan. Aquí y ahora el tema es una maniobra política, para alcanzar un poder que ahora no tengo. Casi nadie que vea una corrida de toros va a ver una sesión de tortura. Casi…, excepto los que salen beneficiados de este debate. La moral, creo, es un subproducto humano. LLame a los toros instinto animal. Vale. Pero no se cuelgue la medalla de santo. Hace todo lo que puede por evitar lo injusto? De verdad? De su bolsillo? De su tiempo?
Enhorabuena entonces.
Por cierto, por otras razones, no me gustan los toros.
Donde ha encuentrado esta imagen? El dipinto de Bernard Sandoz? El toro! Estoy buscando l’original o una imagen en alta resolucion? Puede ayudarme?