Debe ser como esa canción que se te mete en la cabeza y cuesta un imperio librarse de ella. Se apodera de tu mente, y ocupa los lugares que automáticamente dejamos libres cuando estamos inmersos en conversaciones que no nos importan lo más mínimo, o bien domina nuestro espíritu para imbuirnos con su filosofía. Debe ser terrible convertirse en zombi. Un cuerpo humano dominado por esencias que ya estaban obsoletas incluso antes de tu nacimiento, convertidas en dueñas y señoras del organismo para hacer y deshacer a su antojo.
Los cachorros de ETA son ahora los jefes de ETA. Los que tomaban a partes iguales biberón y cóctel molotov mandan en lo que ellos creen un movimiento de liberación, aunque para el resto del mundo mundial sólo sea una banda más de atracadores y asesinos. Muy parecida a estos grupos organizados que llegaban de los países del este, formados por exmilitares, para causar el pánico en las urbanizaciones de lujo. Estos delincuentes que llegaron del frío al menos tenían la excusa de una guerra fraticida a sus espaldas y la pérdida de toda esperanza en un futuro que no fuese el delito. Nuestros libertadores vascos crecieron con todas las ventajas de una sociedad libre y en pleno bienestar, siendo su mayor aval para el avance en el escalafón borroko tener un primo segundo en la cárcel. Así se ganan los galones en la nueva ETA.
La canción que produce el raka-raka en las mentes de estos líderes, por mucho que se parezca a un disco rayado, comenzó a sonar hace décadas. Cincuenta años. Durante todo este tiempo, más de ochocientos asesinatos después, ninguno ha sido capaz de asumir lo que todos sabemos: han perdido. Si tuviesen más de soldados, de gudaris, y algo menos de mercenarios, sabrían cuando es el momento de entregar las armas. Debieron hacerlo cuando decidieron quitar la primera vida. O cuando comenzaron a matar niños. Con ese historial, cada vez que se autodenominan gudaris ensucian el nombre de tantos antepasados suyos que dieron su vida en la Guerra Civil por la defensa de la democracia y la libertad. Un gudari es otra cosa, y aunque para ellos cincuenta años no sean nada, para nosotros ha sido un infierno. De lo que no se dieron cuenta, lo que no midieron ni sus precedesores en el cargo, y mucho menos los actuales, es que esta sociedad fuese capaz de sobreponerse a tanto dolor para hacerles frente. De que los vascos renunciasen sin paliativos a la representación de la que ETA pretendía apropiarse, y que casi nadie los eche de menos en las instituciones. La canción sigue sonando en su cabeza y ellos obedecen ciegamente. El único problema es que ya nadie toca la corneta. Ya nadie se acuerda de la letra. Por eso tienen que copiar sus comunicados echando mano del archivo, o de una comunidad de asesores veteranos con más ganas que nadie de que esto termine.
Cincuenta años no es nada, pensarán, pero tendrán que averiguarlo en la cárcel. Entonces podrán recordar alguna letra de un tango, tan español como apropiado, al menos para las noches de soledad en la celda: “Tengo miedo del encuentro / con el pasado que vuelve / a enfrentarse con mi vida...”. Yo también tendría miedo de esa oscuridad, siendo culpable del sufrimiento de tantos semejantes. Qué duras serán las veladas. Qué horrendos los sueños. Y lo peor, los despertares, tan inevitables como el amanecer a través de los barrotes ¿Ciencuenta años no es nada? Tendrán tiempo de meditarlo.
sorry everything hurts but as you say, in 9 mntohs it’ll be over and you’ll have fab teeth. I’m grateful for many things but right now it is the fact there is no rain and the sky has seen a lot of blue over the last two days 😉