Un país en la tertulia

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Este texto preside la entrada del asador propiedad del hostelero rebelde. / Efe

Cada noche, con puntualidad británica, se dibujan las líneas de un país que no existe. Se usa el trazo gordo para crear fronteras, en lo moral y sobre el terreno, convirtiendo en valor la diferencia y marcando al diferente. El estado de excepción comienza cuando anochece, para multiplicarse en las conversaciones de barra de bar al día siguiente. Es el retrato de una España difícil de reconocer en el día a día, asumida con naturalidad en una espiral que no termina hasta ver quién dice la más gorda. Si fuese una partida de mus, todo serían órdagos. El matiz, la reflexión o el análisis quedan para los sesudos izquierdistas atacados con saña. El premio cada noche es para el exabrupto y el argumento ventajista que más daño haga a las conciencias de televidentes despistados que por casualidad pasen por el canal. El resto están convencidos, y de qué manera.

Entregados a esa España de tertulia, muchos deciden librar la guerra por su cuenta. Siempre ha existido ese español que se cree llamado a un destino mayor que el de su propia labor. A uno lo sufrimos durante casi cuarenta años. Ese español de pura cepa está por encima de leyes y normas, porque escucha cada noche la llamada de la moral para vencer así la resistencia al civismo que el resto de los ciudadanos de este país practican con la convicción del demócrata. Reclamado para evitar la consumación del programa marxista de José Luis Rodríguez Zapatero, no duda en ponerse el primero en la fila de los que marchan contra la horda roja. Reeducado en la nueva religión de los derechos en ausencia de deberes. Es el fusilero sin miedo que caerá sin remisión con el orgullo por bandera, soñando con el legado de su ejemplo martir y la recompensa que recibirá en forma de loas de aquellos mismos que con sus palabras le lanzaron a la batalla.

La absurda consumación de esta patología cada día más extendida en nuestro país ha tenido lugar en un asador de Marbella. Hostelero rebelde, esperanza de la España verdadera. Su cruzada enarbola los estandartes del tabaco, pero podría haber sido cualquier otra causa la que hubiese abrazado con la pasión del soldado que venera la orden recibida. En su código genético residen las esencias de Don Pelayo y el Cid; de Pizarro y el Capitán Trueno. A las preguntas de aquellos que no comprenden su actitud responde con la letanía que lleva grabada a fuego en su cerebro. Noche tras noche, con paciencia y resignación, ha pulido cada una de sus conexiones sinápticas con la piedra del misterio del 11-M o la desintegración de España en diversos pequeños estados con lengua propia. Su resorte, por lo tanto, salta con un automatismo digno de cualquier engranaje de reloj suizo. Esta bilbainada le costará el negocio y ver su vida cambiar de la noche a la mañana. En este caso, la diferencia entre las sombras y el día tiene poca diferencia. Él siempre escucha las mismas voces. Las mismas caras, los mismos gestos. Los encuentra, porque siempre hay un retén de guardia a cualquier hora que mantiene viva la llama de la lucha. El héroe del asador pelea por un país que sólo existe en una tertulia. La devoción y la antigua creencia de que todo lo que se dice por la caja tonta tiene patente de corso hace el resto. Su negocio cerrado gracias a la insumisión tabaquil sólo será problema suyo. Ninguno de los que forjó la tesis que le llevaron a declararse en rebeldía entra en los bares con el cigarro encendido dispuesto a ser inmolado junto a su hidalgo de la nicotina. Todos duermen tranquilos tras haber puesto a España en su sitio. Sólo el hombre alterado del asador tendrá problemas para conciliar el sueño. Le han dado gato por liebre.

4 Comments
  1. Zaratustra says

    Cínicos: «canelos, perrunos, que orinan en público» y no tienen verguenza de hacerlo con perjuicio del próximo y prójimo, por lo que además cobran. O sea, tertulinos

  2. Aleve Sicofante says

    Sí, las tertulias de la tele -de todos los colores- son poco honestas y buscan otras cosas distintas de analizar. Sí, el de Marbella es un energúmeno, pero eso no mancha sin remedio su causa, si por su causa entendemos luchar, rebelarse o desafiar una ley injusta. En este caso, la que decide lo que los individuos estamos o no autorizados a hacer en un recinto cerrado de nuestra propiedad, que los más imaginativos insisten en llamar «público».

    Ser de izquierdas o progresista no consiste en adoptar un pack ideológico al completo. Hay lugar para la discrepancia y en la ley contra los fumadores (mal llamada contra el tabaco, ya que al tabaco se le han abierto, de hecho, más puertas para la venta) un poquito de análisis racional conlleva una conclusión inevitable: que esta ley va más allá de lo que un Estado debería estar autorizado a regular.

    La libertad dejó de entenderse debidamente el día que los Estados decidieron regular lo que sólo nos compete a los individuos: nuestra propia seguridad. Las leyes del cinturón de seguridad en el coche o el casco en la moto significaron un paso decisivo en esa irrupción del Estado donde no le compete.

    Que la sociedad entera aplauda leyes que nos dicen lo que es bueno o malo para nosotros y nos multa si no somos «niños buenos» (la analogía es evidente), no es un signo de modernidad progresista, es un pésimo síntoma de la dejación de la responsabilidad propia y las enormes tragaderas que exhibe la sociedad ante la propaganda.

    Conviene no ver progresismo en la ley contra los fumadores. No lo hay.

  3. xavi says

    Tienen audiencia y publicidad. Una parte de España los ve, oye y lee.

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