Steve Jobs y su máquina de sueños

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A mí no me gustaba Steve Jobs ni Apple. Llevo en contacto con la tecnología casi 30 años y los únicos productos de la factoría Apple que han pasado por mis manos han sido un iPod Shuffle (de esos con memoria flash con unos raquíticos 512 Kb de capacidad) que me regaló el director de una asociación de autores allá por el 2005 y un iPhone 4 que conseguí amagando con irme de mi compañía telefónica para, una vez en mi poder, regalarlo. Jobs, por mucho que digan ahora los panegíricos, fue un mal fabricante de ordenadores, al menos en sus primeros 20 años como empresario. Pero fue el primero que (junto a Steve Wozniak) creó el primer ordenador personal antes de que ni siquiera IBM inventara aquello del Personal Computer. También dio vida a las pantallas con los iconos y ventanas del primer Macintosh. Reinventó los dibujos animados. Provocó la revolución del negocio musical y puso a sus pies a la poderosa industria telefónica. Casi siempre se adelantó a su tiempo, lo que le hizo fracasar muchas veces. Aquel defecto, era también la gran virtud de Jobs. Incluso en su muerte se ha adelantado a su momento.

Cuando se profundiza en la vida y obra de este hombre, el adjetivo genio no hay quien se lo arrebate. Hijo de padres adoptivos en segundas (la primera familia de adopción se echó atras), Jobs fue un hacker de los de la vieja escuela. Cuando los demás jóvenes coqueteaban con las chicas, él y su amigo Wozniak iban por las tardes al instituto a las charlas sobre tecnología que daba un tal Bill Hewlett, el de Hewlett-Packard (HP). De hecho, con 13 años tuvo su primer trabajo de verano en las oficinas del que después sería el prime fabricante de ordenadores. En 1974, tras abandonar el College, volvió a encontrarse con Wozniak en el Homebrew Computer Club, donde se dedicaban a trastear y hackear máquinas. También con su amigo entró a trabajar en Atari, la empresa de videojuegos y máquinas recreativas. Pero lo hizo sólo hasta que reunió el dinero necesario para hacer un viaje espiritual a la India. De esa época es su atracción por el budismo y sus experiencias con el LSD.

Los dos amigos crearon la compañía Apple como tal, junto a otro socio, en 1980. Salieron al mercado el Apple III  y la familia Lisa. Pero sus precios, el Lisa costaba casi 10.000 dólares de 1983, les hicieron fracasar. No eran rivales para los IBM PC y sus clones alimentados por los sistemas operativos de Microsoft. Pero en 1984, Jobs volvió a adelantarse a los demás. El primer Macintosh venía con una interfaz gráfica de usuario. La línea de comandos era sustituida por los iconos y las ventanas, acercando la informática al común de los mortales. Pero no supo aprovechar aquella ola. De nuevo era caro, el doble que cualquier otro ordenador de similares características. Además, optó por no licenciar su encantador sistema operativo, como hacía Microsoft, y enrocarse en la idea de venderlo todo empaquetado en sus máquinas. En 1985, el presidente que él mismo trajo a la compañía consiguió que Jobs abandonara su creación.

De esa época, 1985, es una entrevista que hizo a la revista Playboy. En ella vuelve a revelar su carácter visionario: "Estamos viviendo en la estela de la revolución petroquímica de hace 100 años. La revolución petroquímica nos dio energía libre, energía mecánica libre, en este caso. Cambió la textura de la sociedad en muchos aspectos. Esta revolución, la revolución de la información, es una revolución de la energía libre también, pero de otro tipo: la energía intelectual libre. Aún es pronto, pero nuestro equipo Macintosh usa menos energía que una bombilla de 100 vatios para funcionar y puede ahorrarnos horas del día. ¿Qué será capaz de hacer en 10 o 20 años, y 50 años? Esta revolución dejará en nada a la revolución petroquímica. Y nosotros estamos a la vanguardia", dijo.

Jobs lo demostró en 1986 ya fuera de Apple creando NeXT, un impresionante ordenador con las prestaciones de una supercomputadora. Su precio volvió a ser tan prohibitivo como todo lo que había hecho Jobs hasta ahora. Su imaginación no entendía de reglas de mercado, al menos entonces. Pero ese mismo año daría el pelotazo de su vida. Compró a George Lucas su división de creación gráfica por ordenador, la renombró Pixar y volcó en ella su idea de lo que debían ser los dibujos animados del siglo XXI años antes de que llegara la nueva centuria. De su alianza con Disney, que le hacía los encargos, salió Toy Story. Que levante la mano el mayor de 18 años que no haya visto alguno de estos títulos: Bichos, Toy Story 2, Monsters, Buscando a Nemo, Cars o Wall-e. Sobre esos éxitos, Jobs empezó a recuperar su imperio.

En el tiempo que Jobs estuvo fuera, Apple se había convertido en un fabricante de ordenadores minoritario pero especializado. Sus productos, perdida la guerra con la alianza Microsoft-Intel, eran buenos pero caros. Orientados casi por obligación a una clientela profesional (diseñadores, arquitectos, publicistas...). Muy lejos de la función democratizadora que defendía Jobs para la tecnología. Las cuentas, sin embargo no cuadraban. Apple, que estuvo a punto de desaparecer, tiene que ver incluso como su viejo enemigo, Bill Gates, compraba acciones de la compañía de la manzana. "El mundo rara vez ve a alguien con el profundo impacto que Steve ha tenido, cuyos efectos se dejarán sentir durante muchas generaciones en el futuro", escribía Gates en su página personal al saber de la muerte de su colega, rival y amigo.

Pero en 1996, Apple compra NeXT, regresando Jobs por la puerta de atrás. Con su músculo financiero desarrollado y con muchas lecciones aprendidas, el regresado reflota la compañía. Es entonces cuando empieza la familia 'i'. A cada nuevo producto, empezando por el iMac, le pondría esa simple y casi invisible letra que, sin embargo, refleja el cambio en Apple. El resto de la historia está demasiado fresco para necesitar recordarlo. Aunque muchos no lo crean Jobs no inventó el mp3, pero su iPod cambió el negocio de la fabricación de reproductores musicales desde 2001 y, con su iTunes, el de la música. Ni los autores ni las discográficas ponen el precio a su música, lo hace Apple.

Dos años después, en 2003, los médicos le encontraron un extraño cáncer de páncreas del que fue operado. Pero la enfermedad reaparecería en su hígado. Desde entonces, Jobs tuvo que dejar en repetidas ocasiones la dirección de la Apple de forma temporal. A cada baja, caían las acciones de la compañía que, volvían a explotar, con sus reapariciones. En agosto pasado, Apple llegó a ser la primera empresa del mundo por capitalización, justo antes de que Jobs anunciara que su salud ya no le permitía seguir al frente de Apple.

El caso del iPod marca uno de los cambios más radicales que ha vivido Apple y que, de paso, confirma el relativo fracaso de Jobs como fabricante de ordenadores. Será este pequeño reproductor el que salve a la compañía, no los iMac. Será también el que muestre a Jobs el camino a seguir. Cuando en 2007 presentó el iPhone, volvió a revolucionar un mercado. La telefonía móvil se había atascado. Nokia era el rey del negocio y los intentos de convertir el móvil en un aparato que sirviera para algo más que hacer llamadas y mandar mensajes habían fracasado. Con el iPhone, todo volvió a cambiar. En apenas cuatro años desde su salida al mercado, Nokia ya no es el fabricante de referencia (y muchos europeos y estadounidenses han tirado al toalla), el móvil se ha convertido en un completo ordenador, la gente ya se conecta a internet tanto desde casa como desde el móvil... También, indirectamente, el iPhone animó a Google a lanzar su sistema Android y a una explosión de nuevos fabricantes, estos todos procedentes de Asia. La obcecación de Jobs en crear un jardín cerrado para su móvil, dejó el resto del campo a los demás.

La historia se volvió a repetir con el iPad. Las tabletas tampoco las inventó Jobs. Microsoft y HP ya habían pensado en ellas casi hace una década. Pero sólo Jobs supo dar en la tecla. De nuevo, una miríada de fabricantes se han apresurado a sacar sus propias versiones del iPad. Y tras ellos, millones de usuarios que quizás nunca habrían pensado en comprarse una tableta descubrieron que no podrían vivir o trabajar sin su iPad.

¿Qué vendrá ahora? Hay división entre los expertos. Hay quienes creen que Jobs lo deja todo bien atado. Que su espíritu insuflará el genio necesario a los que se quedan en Apple para volver a hacerlo, para volver a descubrir un nuevo aparato capaz de, por su sola posesión, hacer felices a millones de personas y enfadar a otras tantas por esa idolatría. Pero otros aseguran que, Apple es Jobs, y sin él, no tiene futuro.

De las muchas frases honrando a Jobs por su muerte, una de las que más acierta sobre su importancia para la sociedad moderna es la que dijo esta madrugada el presidente de EEUU, Barack Obama: "Quizá el mayor tributo a su éxito sea el hecho de que la mayoría de la gente se enterará de su muerte gracias a un aparato que él inventó".

4 Comments
  1. krollian says

    Un hombre excepcional e inquieto que no se conformaba con lo que ya existía.
    Think Different.
    Pensando de una manera distinta, su obsesión era hacer que la tecnología fuese fácil y accesible para todo el mundo.
    ¿Cómo transformar algo complicado en sencillo de utilizar? Esa fue su obsesión. Y lo logró. La mayoría de las veces. Con ayuda de excelentes y sacrificados compañeros que compartían su visión de las cosas.

    http://arstechnica.com/staff/fatbits/2011/10/steve-jobs-a-personal-remembrance.ars

  2. @moneyshotsays says

    Sin duda un ejemplo de que lo diferente también puede triunfar.
    Con su muerte, las palabras de aquel mítico discurso en la Universidad de Standford cobran hoy aún más sentido.

    http://www.mymoneyshot.blogspot.com

  3. Josef says

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