Los antibióticos están condenados a perder la guerra

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En países como España (en color rojo) el porcentaje de bacterias resistentes a los antibióticos avanzados supera ya el veinticinco por ciento. / ecdc.europa.eu

En la historia moderna, las guerras entre dos bandos siempre las pierde un tercero, los civiles. En la batatalla entre las bacterias y los antibióticos están perdiendo los humanos. Todo está en nuestra contra. La biología, que ha ofrecido a estos patógenos una extraordinaria capacidad para evolucionar y hacerse más resistentes. La psicología humana, que nos ha hecho unos consumidores irresponsables de estos fármacos. Pero, sobre todo, la economía, que ha animado a las grandes farmacéuticas a dejar de invertir en nuevas medicinas por su falta de rentabilidad. Mientras las autoridades aún confían en las campañas de concienciación, ya hay quien, como los militares estadounidenses, dan la guerra por perdida y buscan fórmulas para prescindir de la herencia de Alexander Fleming y sus trabajos con el hongo Penicillium.

Un ligero repaso de lo que dice la Wikipedia sobre las bacterias maravilla. Son organismos unicelulares capaces de desarrollarse en cualquier ambiente, incluso los radiactivos. Son también los más abundantes del planeta y hay más bacterias dentro del cuerpo humano que células propias. Aunque muchas viven dentro de otros seres vivos de forma beneficiosa, como la flora bacteriana, otras son patógenas. Hasta que Fleming no descubrió la penicilina, millones de personas morían por la más vulgar de las infecciones. Los antibióticos atacan las bacterias frenando su desarrollo o matándolas directamente.

Sin embargo, estos microbios tienen en su forma y velocidad de reproducirse un poderoso mecanismo de defensa. Lo hacen por medio de la fisión binaria, cada una de ellas se divide en otras dos y lo hacen muy rápidamente, generalmente en menos de media hora. Peor aún, algunos tipos de bacterias -como la famosa E. coli- son capaces de intercambiar información genética entre ellas: una bacteria mutante que haya desarrollado resistencia puede transferirla por contacto a otras en un proceso conocido como conjugación bacteriana. Las mutaciones que llevan a cambios evolutivos, que en especies superiores tardan miles de años en imponerse, en las bacterias pueden aparecer en 18 horas. Y para entonces el huésped puede estar infectado por millones.

Este rápido desarrollo de resistencia a la acción de los antibióticos se ve acelerado aún más por la irresponsabilidad de los humanos. Cuando se consiguió sintetizar la penicilina, en los años 40, pareció que llegaba el fin de las infecciones. De hecho, enfermedades como la sífilis, la lepra o la tuberculosis quedaron en el pasado. Ya fuera por intereses de las farmacéuticas o por la propia naturaleza humana, el consumo de antibióticos estalló. Pero las bacterias, ya bien diseñadas para la supervivencia en medios hostiles, siempre han encontrado la manera de escapar al acoso. En un microproceso de selección artificial, las hemos ido haciendo cada vez más poderosas. El ejemplo más evidente de este fenómeno es el de los hospitales. Los espacios donde más afán por la higiene hay son, precisamente, los sitios donde surgen las que algunos ya llaman superbacterias.

Pero el elemento decisivo que marcará el destino de esta guerra es el desinterés de las farmacéuticas. Las mismas que levantaron su imperio vendiendo antibióticos están dejando de fabricar nuevos. Simplemente ya no les sale rentable. El proceso de crear un nuevo antibiótico y llevarlo al mercado es largo y, dada la rápida evolución de las bacterias, nada garantiza que cuando esté en las farmacias sea efectivo. Además, son tratamientos cortos, de unos días. A las compañías les interesan más las enfermedades crónicas o publicitar el enésimo antidepresivo que alimentan un mercado sostenido de enfermos consumidores.

"Las estimaciones de rentabilidad financiera de los antibióticos son ahora inferiores a las de otros fármacos y vacunas", asegura la presidenta de la Sociedad Británica de Quimioterapia Antimicrobiana, Laura Piddock. Como recoge en un artículo publicado la semana pasada en la revista médica The Lancet, las grandes farmacéuticas ya están fuera del negocio de los antibióticos. La crisis económica, que ha laminado la inversión pública, tampoco ayuda al descubrimiento de nuevos fármacos. Su colega, el professor Ken Harvey, recuerda que vivimos en una sociedad capitalista: "No hay beneficio en ello, y por lo tanto, la investigación se ha secado, pero mientras, la resistencia bacteriana está aumentando inexorablemente y todavía hay un excesivo mal uso de los antibióticos".

El interés económico también está ayudando a las bacterias a ganar esta guerra por otra vía. Como denuncian varios investigadores en un informe, la industria ganadera y las piscifactorías están usando los antibióticos para aumentar sus rendimientos. En países como los EEUU, por cada antibiótico usado para combatir una infección animal, se destinan otros ocho a atiborrar a los animales sanos. En esas condiciones, sube la producción pero también se desarrollan con mayor velocidad bacterias superresistentes. Además del riesgo de paso de estas bacterias a los humanos por vía directa, el consumo, el 90% de estos antibióticos acaba en las deposiciones de los animales y de ahí, al medio ambiente.

Piddock y Harvey creen que hay aún formas de recuperar la investigación en nuevos antibióticos. El segundo defiende la extensión de la vida de las patentes, lo que frenaría la llegada de los genéricos pero incentivaría la vuelta de las grandes faramcéuticas al campo de la investigación. Piddock, mientras, cree que habría que reformar todo el sistema regulatorio que rodea a la creación de medicinas para reducir el tiempo que éstas tardan en llegar al mercado y, en especial, para bajar los costes de producirlas. Esto, dice, ayudaría a los pequeños laboratorios que no pueden permitirse el coste actual y serviría de señuelo para las grandes corporaciones. Sólo hay un riesgo aquí: despertar la pesadilla que fue el caso de la talidomida, una medicina para madres que dejó a sus hijos con serias malformaciones en una época en la que los controles apenas existían.

El enfoque de las administraciones sigue anclado en la concienciación. La semana pasada, la Unión Europea celebró su anual Día Europeo para el Uso Prudente de los Antibióticos. El pasado 18 de noviembre se presentó un plan de acción contra la resistencia bacteriana. La mayoría de las medidas son de caracter defensivo: campañas de información, vigilancia del uso de antibióticos en animales o cooperación internacional. Pero los datos revelan que, aunque el consumo medio por persona de antibióticos ha descendido en los últimos dos años, las cifras de muertes por infección están aumentando. Sólo uno de los puntos del plan habla de la necesidad de investigar con nuevos antibióticos.

Sin embargo, hay quienes ya apuestan por prescindir de ellos. Los militares de EEUU quieren que se investigue con nuevas armas contra las bacterias. El Departamento de Defensa de EEUU, por medio de su agencia para la investigación avanzada, DARPA, ha abierto un concurso de ideas para su programa Rapidly Adaptable Nanotherapeutics (algo así como Nanoterapias Rápidamente Adaptables). Su objetivo es conseguir nanopartículas para administrar sustancias en plena célula bacteriana capaces de alterar su genética. Además, quieren que el sistema pueda ser modificado sobre la marcha para adaptarse a cualquier cambio defensivo en las bacterias. Otro de sus objetivos es conseguir que cada nueva arma esté lista en una semana y no en años como ocurre hoy con los antibióticos.

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