El ‘big data’ ya está creando las primeras desigualdades y amenazas

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El mapa muestra el Disposición a la Conectividad elaborado por el FMI. Su versión interactiva se puede ver en http://widgets.weforum.org/global-information-technology-report-2014/#
El mapa Disposición a la Conectividad ha sido elaborado por el Fondo Monetario Internacional. / FMI

Los datos son para el siglo XXI lo que el petróleo supuso para el pasado o el oro y la plata para el siglo XVI español. Alrededor de la acumulación y análisis de ingentes cantidades de información se están creando nuevas desigualdades entre países ricos y pobres tecnológicamente y, en los primeros, entre grandes empresas e instituciones y ciudadanos. Dos informes publicados estos días alertan de los peligros del big data. El escándalo del espionaje de la NSA estadounidense es sólo el principio.

Aunque no hay una definición única de los que es big data, todas incluyen las tres V: volúmenes enormes de información, recogidos, procesados y analizados a gran velocidad (y pronto en tiempo real) de una amplia variedad de fuentes. Desde las fotos publicadas en Facebook, hasta la ubicación por medio de los móviles pasando por la firma en una campaña online, todo es recogido en grandes servidores para establecer pautas de conducta de los individuos y establecer relaciones entre ellos. De aquello de la información es poder, se está pasando al big data como herramienta para el poder político, económico y social.

En el lapso de una semana han aparecido dos raros estudios. Raros porque son obra de dos grandes poderes, la Casa Blanca y el Fondo Monetario Internacional (FMI), y raros porque destacan el nuevo poder que está emergiendo alrededor del big data. Tras largas introducciones de las ventajas y beneficios que está dando este conjunto de nuevas tecnologías y procesos, alertan de los peligros que tienen. El del Gobierno de Estados Unidos se centra en las amenazas a la privacidad de los ciudadanos. El segundo, muestra cómo está surgiendo una nueva desigualdad entre países ricos y países pobres, ahora en lo tecnológico.

"El big data está cambiando completamente la forma en la que los estadounidenses y el resto del mundo se comunican, trabajan y viven", dicen los autores del informe encargado por el presidente de Estados Unidos. Ese cambio no tiene que ser necesariamente para mal. Gracias a la recogida de grandes cantidades de datos de diversas fuentes, y su análisis en casi tiempo real, se puede detectar antes la emergencia de una nueva epidemia o localizar a un supuesto terrorista. Pero en su reverso, estas tecnologías "también suscitan cuestiones preocupantes sobre cómo proteger mejor la privacidad y otros valores en un mundo donde la recolección de datos será cada vez más ubicua, multidimensional y permanente", añaden.

Lo que hay que tener en cuenta es que se está ante un primer problema de escala. Los humanos generan y viven en un océano de datos que no deja de crecer. En 2012, se generaron unos 2,5 exabytes de datos, es decir, 2.500 millones de gigabytes, el equivalente a 531 millones de películas en calidad DVD, cada día. Según el informe del Gobierno estadounidense, en 2013 la cantidad de información creada por los humanos y replicada por las máquinas habría superado los 1.800 exabytes. La empresa EMC estima que, en 2020, esa cifra se habrá multiplicado por 40.

Para manejar tales cantidades de información y, como dicen ahora, ponerlas en valor, se necesitan grandes infraestructuras. Granjas de servidores como los que puedan tener Google y Facebook repartidas por el mundo o las que tiene la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos. Su centro de operaciones, por ejemplo, es el primer consumidor de electricidad del estado de Maryland. También se necesitan programas de minería de datos, software de análisis predictivo e inteligencia artificial para buscar la aguja que interesa del pajar de bits. Así es como espía la NSA y así es como, desde este lado de la legalidad, rentabilizan sus datos las grandes empresas, ya sean de internet, financieras o incluso la Agencia Tributaria española.

Infraestructuras así no están al alcance de los ciudadanos. Ni las entienden, ni las puede fiscalizar, pero no pueden escapar a la toma de decisiones sobre su vida basadas en ellas por parte de otros. Como dice el informe estadounidense: "Surgen nuevos temores de que las tecnologías de big data puedan ser usadas para diferenciar digitalmente a los grupos no deseados, ya sea como clientes, empleados, arrendatarios o receptores de un crédito. Un importante resultado de este informe es que el big data puede permitir nuevas formas de discriminación y prácticas abusivas".

El mismo problema de acceso, pero a nivel de países, como origen de una nueva desigualdad es lo que destaca el informe del FMI. Para sus autores, "los datos siempre han tenido un valor estratégico, pero con la magnitud de datos disponibles hoy y nuestra capacidad para procesarlos, se han convertido en una nueva clase de activo". Pero para aprovecharse de este maná se necesitan unas herramientas de las que carecen muchos países. Y las naciones pobres analógicamente, también lo son digitalmente.

El FMI ha creado un índice que mide la preparación y el grado de desarrollo de las tecnologías en 148 países. Formado por 54 variables, muchas están relacionadas con el nivel económico, social o educativo de cada país, pero también intervienen valores cuantitativos como el uso de las tecnologías de información o las infraestructuras de redes.

Este Índice de Disposición a la Conectividad del FMI coloca a los de siempre en los primeros puestos: los países europeos (España en un discreto trigésimo cuarto lugar), los gigantes asiáticos y Estados Unidos lideran el ránking. Y lo cierran también los de siempre: naciones latinoamericanas, del sur de Asia y, en especial, africanas. Esos datos permiten observar una nueva geopolítica tecnológica que no es tan nueva ya que replica la existente en el siglo XIX pero en el siglo XXI. Y con la tecnología perpetuando las desigualdades.

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