Irak: hacia una gran alianza nacional

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Si algo ha quedado claro tras la publicación de los resultados electorales en Irak es la victoria moral de Ayad Alawi, un experimentado político que lidera la principal coalición secular y antisectaria del país. Alawi, de extracción chií, perteneció al Baath pero, enfrentado a Sadam Husein, tuvo que exiliarse en los años 70 para, después,  colaborar con EEUU en el derribo del anterior régimen. Incluso, debido a ello, fue acusado de pertenecer a la CIA cuando Washington le puso al frente del primer gobierno provisional tras la invasión norteamericana.

Hoy, Alawi, al frente de la coalición Iraqiya, es el vencedor de las elecciones porque ha aglutinado a la población suní y a otros muchos sectores iraquíes opuestos a la hegemonía de los partidos confesionales chiíes. Partidario de un poder centralizado y nacionalista árabe, ha logrado el milagro de atraer a sus filas e integrar en el proceso de normalización a algunos sectores de la insurgencia.

Frente a Alawi, se encuentra el actual primer ministro, Nuri al Maliki y su partido, Al Dawa al Islamiya (La Llamada del Islam), que, aun siendo confesionalmente chií, está mostrando también un discurso nacionalista y antisectario. Este hecho le ha permitido arrebatar a los principales partidos integristas chiíes sus feudos en las ciudades santas de Nayaf, Kerbala y la populosa Basora, segunda ciudad del país y llave de su única salida al mar.

Alawi y Al Maliki prácticamente han quedado empatados, siendo la ventaja del primero de solamente dos parlamentarios: 91 frente a 89. En tercer lugar, los mencionados partidos chiíes de la Alianza Nacional, sobre todo el Consejo Supremo de Al Hakim y el Movimiento de Muqtada al Sader, ambos de tendencia claramente proiraní. Sus 71 escaños serán claves a la hora de formar la gran coalición que tendrá como misión normalizar la situación de Irak tras la, al menos prevista, retirada de las tropas norteamericanas.

Los cuartos en discordia son los kurdos, cuyos parlamentarios, uniendo las diferentes listas que presentaban, podrían rondar las 60 actas. Los kurdos no solamente pueden determinar el futuro gobierno debido al número de sus parlamentarios sino porque el problema kurdo, en toda la historia de Irak, ha sido el principal factor desestabilizador debido a la dureza de sus exigencias autonómicas y a su constante lucha en las montañas del norte. Sin su colaboración, no ha habido ni habrá paz ni estabilidad para el resto de Irak.

Tras la publicación de los resultados, se abren grandes incógnitas. La primera es comprobar si las cuatro fuerzas electorales van a respetar los resultados. En este sentido, es significativo que la Comisión Electoral, nombrada bajo el férreo gobierno de Al Miliki, se haya negado a un nuevo recuento, tal y como exigía el primer ministro, y que esta comisión, acusada de parcialidad gubernamental, haya proclamado la victoria del principal enemigo de Al Maliki por solo un puñado de votos. Por su parte, que Al Miliki no haya reaccionado dando un golpe de mano es un esperanzador síntoma de que los resultados van a ser respetados.

La segunda gran incógnita, la pregunta del millón, es saber cuál va a ser la combinación de fuerzas que dirigirá el país los próximos años. A grandes rasgos, caben, en principio, tres grandes alianzas nacionales. La más adecuada pero también la más difícil sería el acuerdo entre los dos grandes triunfadores: Alawi y Al Maliki. Entonces, nos encontraríamos ante un gobierno fuerte y centralizado que tendría que hacer concesiones importantes al Gobierno Regional del Kurdistán para garantizar su estatus federal. Al Maliki, tal vez precipitadamente, se ha adelantado a rechazar la oferta que, en este sentido, le ha tendido Alawi.

La segunda opción es la más peligrosa. Se trataría de un pacto gubernamental entre las dos principales fuerzas chiíes: Al Maliki y la Alianza Nacional proiraní de Al Hakim y Al Sader. Para todos los integrantes de Iraqiya, esto supondría la prueba palpable de que los chiíes no quieren compartir la hegemonía política que detentan desde 2003 y, por lo tanto, muchos sectores suníes se apartarían del proceso de normalización para volver a alimentar la llama de la insurgencia.

Aún quedaría otra opción factible: una combinación de Iraqiya (Alawi), la citada Alianza Nacional de Al Hakim y Al Sader, y los kurdos. Es complicada porque existen muchas incompatibilidades recíprocas, pero posible porque implicaría seguir reconociendo el actual funcionamiento federal; es decir, que, más o menos, Iraqiya determinaría la política en las provincias suníes, los chiíes en las suyas y los kurdos en el Kurdistán.

Para todas estas combinaciones hay un escollo en el camino: Kirkuk, enclave petrolífero pero también histórica capital a la que los kurdos nunca han renunciado. Los datos, aun sin haberse regulado el censo tras la expulsión en masa de los kurdos en la época de Sadam, indican una igualdad entre partidarios y opuestos a la integración de Kirkuk en el Kurdistán. Alawi propone para esta ciudad multiétnica un estatus especial, como el de Bruselas en el federalismo belga.

El otro gran obstáculo será el reparto de los cargos institucionales, sobre todo la Presidencia y el de primer ministro. En este aspecto, hay una gran diferencia respecto al periodo anterior a estas elecciones. Antes, la Presidencia estaba arropada por un consejo colegiado –un kurdo, un chií y un suní- que tenían capacidad de vetar cualquier medida gubernamental. Este consejo, creado para asentar el equilibrio entre las comunidades, ha desaparecido y el primer ministro, a partir de estos comicios, asume ya unas competencias mucho más ejecutivas.

El que las medidas del gobierno salgan o no adelante dependerá sólo de que cuenten con el 50 por ciento más uno de los parlamentarios. Es, en definitiva, el juego democrático, un juego que brinda a todas las fuerzas iraquíes la oportunidad histórica de demostrar al resto del mundo que en Oriente Medio también es posible la democracia. 

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