Un país a la deriva

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Yo querría haber escrito hoy la segunda parte de mi análisis sobre WikiLeaks; pero el asombro -y la rabia- no me dejan.

De eso, de la masiva filtración de informaciones, datos y chismes que nos tuvo ocupados -y algo fascinados- toda la semana pasada venía invitado a hablar mi colega y amigo José Ángel Abad, corresponsal de Antena 3, a mi programa Pura Política el viernes al mediodía. Llegaba tarde, disculpándose por el retraso y planeando ya su próximo destino (el Aeropuerto JFK) una vez abandonara mi estudio: "Han cerrado el espacio aéreo en España", me decía.

Como ocurrió con WikiLeaks, la noticia no sorprendió por la filtración en sí -o en este caso, la huelga de controladores- sino más bien por su tamaño. Controladores, pilotos, empleados de ferrocarriles o autobuses nos tienen en España desde siempre acostumbrados a paros laborales de último minuto durante las fechas más importantes del año en materia de transporte. Eso sí, que se paralice por completo el tráfico aéreo de todo un país al comienzo del inconcebible acueducto puente de la Constitución-Inmaculada es ya algo más serio y peligroso.

Peligroso también es -y hago aquí un aparte- que tras repasar la noticia en los principales periódicos y ver los informativos de TVE aún no me he enterado -porque no me lo han contado- cuáles son las causas reales que han llevado al gremio de controladores a tomar una actitud tan salvaje y desesperada. He visto muchas noticias de pasajeros indignados por no poder escaparse unos días de vacaciones y al presidente en funciones vicepresidente Alfredo Pérez Rubalcaba prometiendo mano dura con la ayuda del Ejército. Pero leyendo blogs como éste intuyo que no nos han contado toda la verdad. Algo aquí no me cuadra.

Sin embargo, tengo que reconocer que hay otra cosa que me cuadra aún menos y que encuentro todavía más trágica: las imágenes de multitud de españoles abarrotando los aeropuertos; que, con la que está cayendo, España crea que se puede permitir el lujo de poner el cartel de cerrado por vacaciones dos semanas antes de las fiestas navideñas.

Los controladores le han asestado una puñalada mortal al país, no sólo provocando pérdidas multimillonarias en estos tiempos de profunda crisis, sino publicitando a los cuatro vientos que España se pone el mundo por montera y se va de marcha. Las avalanchas de viajeros ponen colofón a una semana en la que los mercados internacionales -esos malos malísimos de la película a los que ahora se unen los controladores- nos han vuelto a repetir que no tienen confianza en nuestra economía, en nuestro trabajo, en nuestra productividad. Y todo esto al desgobierno de José Luis Rodríguez Zapatero le pilla una vez más en calzoncillos.

Sé que lo que digo es injusto para muchos trabajadores que curran como el que más e intentaban durante este puente no perder esos días de vacaciones que les corresponden y no habían podido tomarse todavía. Siento que se hayan convertido en rehenes de esos otros que no dan un palo al agua, o de los que se aprovechan vilmente de generosas prestaciones sociales que exigen como derecho sin ninguna obligación asociada.

Estoy harto de econtrarme a jóvenes españoles, brillantes, preparados, que vienen largas temporadas a Nueva York "a estudiar inglés" cortesía del subsidio de desempleo. La mayoría ha abandonado sus puestos de trabajo voluntariamente -utilizando la farsa de un despido- y se creen en todo su derecho de disfrutar y agotar hasta el último minuto la ayuda social. Mientras en Estados Unidos prorrogar el subsidio de desempleo a los parados de larga duración se convierte en una batalla campal en el Congreso, en España nos orgullecemos de ordeñar la vaca del INEM mientras nos vamos de sabático.

Ya no nos acordamos, pero España entró en el Euro de milagro. Y ahora nos tocaría desmostrarles a los ricos de Europa que merecemos permanecer dentro de la unión monetaria. Pero no nos da la gana. Porque nos creemos mejores que nadie, víctimas de unas expectativas irreales que nos hacen pensar que todo es posible sin tener que trabajar por ello.

Alguien le tiene que decir a España que nos esperan tiempos durísimos de ajuste, en los que tendremos que adaptar nuestras vidas a una nueva realidad.

La controladora Blanca Uriarte se ha convertido en símbolo de lo que es hoy España: la Guardia Civil y el Ejército del Aire, con pistolas -dijo- la habían obligado a trabajar. España entera se escandaliza por esta afirmación -y con razón- pero le hace un corte de mangas a la pistola de los mercados internacionales y elude sus responsabilidades laborales.

Ya sé que hay muchas familias que llevan bastante tiempo pasándolo mal, muy mal. Pero es que todavía no hemos visto nada. España necesita urgentemente una salida antes de que se cierren todas las puertas.

4 Comments
  1. Jose says

    Como panfleto no está mal su articulito anti ZP. ¿Le ha molestado a Ud. que el gobierno no consienta que nadie tome a España por la casa de «tocame roque»? esperamos y deseamos que los autores del desaguisado, paguen los platos rotos.

  2. el zurdo says

    Creo que eres injusto con la mayoría de los curritos españoles que echan las horas que sean necesarias y por un salario de hambre. Incluso trabajan fiestas y puentes como este. Los controladores secuestraron a todo un país durante unas horas, pero llevamos meses secuestrados por los grandes inversores y bancos (mercados les llaman otros). Se comportan como capos mafiosos: o pagas lo que les debes o te quiebran. El que nuestro país hiciera negocios con ellos lo estamos pagando justos por pecadores, pues, para pagarles o recuperar su confianza, el Gobierno está haciendo todo lo que le dictan: nos está recortando derechos laborales y sociales y desmantelando el Estado del bienestar. Cada vez nos parecemos más, por desgracia, a EE UU. Prefiero vivir mejor a que la economía española crezca más si ese crecimiento no se traduce en un reducción de las desigualdades sociales. Un dato revelador: Cáritas ayuda al doble de gente que hace un año. Otra cosa, Irlanda, paradigma de los gurús neoliberales y de la flexibilización laboral y salarial, y, por ello, niña mimada de los mercados hasta antes de ayer, ha hecho crack. Un ejemplo de que lo que dictan los mercados no siempre (casi nunca) es lo mejor para nuestro país.

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