Mubarak insiste en quedarse

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Imagen de la plaza Tahrir, a primera hora de la noche del jueves. / F. Trueba (Efe)

(Actualización de las 22:45 horas tras la comparecencia de Mubarak en la televisión estatal egipcia)

De la euforia a la rabia y la decepción mediaron unos minutos, los que duró el discurso grabado y emitido a las 22.45 hora local (21.45 en España) en el que Hosni Mubarak anunció que se queda en el cargo hasta septiembre, como estaba previsto, si bien ha traspasado sus poderes al vicepresidente Omar Suleiman. El rais ha afirmado que no cederá a las presiones extranjeras, incidiendo en su teoría de que la crisis ha sido importada y no producto de la represión que su régimen ha ejercido durante los últimos 30 años, ha lamentado las víctimas de la revolución (al menos 300 muertos) y ha anunciado que ha ordenado los pasos necesarios para que el país se encamine a una transición y para que el estado de excepción, en vigor desde hace tres décadas y principal castrador de libertades, sea levantado. La decepción de los egipcios es difícil de describir. En Tahrir, los manifestantes agitan zapatos, símbolo del desprecio en el mundo árabe, y gritan: “Nosotros no nos vamos, él es quien se va”. El pulso egipcio se alarga.

Fue al anochecer y casi de repente cuando en la plaza Tahrir, escenario de la segunda e histórica revolución social que sacude el mundo árabe, se desató este jueves la euforia. El motivo: el anuncio del Consejo Superior Militar, reunido en sesión permanente, según el cual el Ejército va a garantizar que las demandas del pueblo, léase la marcha inmediata del dictador Hosni Mubarak, sean cumplidas. “El Consejo estuvo reunido bajo el mando del jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa, Hussein Tantawi, para discutir las medidas necesarias para proteger la nación, sus recursos y las aspiraciones de la gente (...) Todo lo que queréis se cumplirá”.

El Ejército afirmó mediante su portavoz, Hassan al Roweny, que se había visto obligado a actuar para proteger el país en un comunicado que sonaba a golpe de Estado. En las imágenes de la reunión no había ni rastro del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas egipcias, el presidente Hosni Mubarak. Tampoco de su número dos, el vicepresidente Omar Suleiman. La lectura fue inmediata y se extendió como la pólvora: el rais se dispone a dimitir, el rais abandona Egipto. Abajo el rais. El pueblo egipcio gana el pulso más ambicioso de su Historia.

Los gritos de júbilo ensordecían el relato de los corresponsales sobre el terreno. Las especulaciones comenzaron a correr por Tahrir y sus alrededores, escenario desde hace 17 días de las protestas. El responsable de la CIA, Leon Panetta, decía ante el Congreso que la marcha de Mubarak se produciría esta misma noche, animando aún más a los congregados. Se llegaba a especular que los militares habrían impedido incluso que Mubarak diera un discurso para entregar el poder a su vicepresidente Omar Suleiman.

Incluso altos cargos del Partido Nacional Democrático, la formación de Mubarak, admitían en declaraciones a la BBC que es “muy probable” que ceda el poder. La televisión nacional anunció que Mubarak se pronunciaría públicamente sobre su suerte esta noche. Para muchos, la mayoría, no podía estar más claro: el dictador se marcha. Es su tercer discurso, y en su tercer discurso el dictador tunecino Ben Ali anunció su dimisión. Incluso fuentes de la oposición afirmaban que era vox populi el presidente y su familia habían hecho las maletas ya desde la mañana.

La euforia se apoderó de una Plaza de la Liberación más festiva que nunca. Decenas de miles de personas cantaban consignas como “Casi lo conseguimos” y coreaban el himno nacional egipcio, y su número no paraba de crecer pese a estar, oficialmente, en toque de queda. Claro que los toques de queda, desde el principio de esta crisis, no han servido de nada: más bien han sido un acicate para demostrar que la autoridad ya no atemoriza a nadie en Egipto.

Se especulaba con el tipo de presiones que habrían llevado al rais a dimitir precisamente ahora, y no en los pasados días, cuando millones de egipcios salían a las calles para pedir su cabeza. Podría ser –se decía– la extensión de las protestas -los trabajadores de todos los sectores se han ido sumando a las marchas, desde obreros a médicos, abogados, jueces y periodistas, demostrando así que nadie está dispuesto a ceder un ápice en las reclamaciones- o bien que en lugar de decrecer, cada convocatoria recibe como respuesta una mayor afluencia que la anterior. También los escenarios de las protestas aumentaron: si antes se limitaban a la Plaza de la Liberación, desde el miércoles el Parlamento asistió a manifestaciones multitudinarias. En sus puertas, colgaron un cartel que rezaba “cerrado por cambio de régimen”.

Podría ser que su círculo le hubiera presionado para afrontar lo inevitable dadas las pérdidas económicas que genera su empecinamiento: la determinación del pueblo egipcio está paralizando la economía, y los decenas de miles de turistas que han abandonado el país de los faraones por la inestabilidad de la revuelta se llevaban consigo los ingresos turísticos que el país necesita para subsistir. A Mubarak sólo le quedaban dos apoyos en el mundo: Israel y Arabia Saudí.

Según filtró The Times, el rey saudí Abdullah amenazó al presidente norteamericano con apoyar económicamente al moribundo régimen egipcio si la Casa Blanca retiraba sus ayudas económicas al dictador, valoradas en 1.500 millones de dólares al año. Sucedió en una llamada telefónica el pasado 29 de enero, cuando el monarca wahabi -cuya familia gobierna de forma igualmente autocrática el reino saudí- pidió a Barack Obama que no humille a Mubarak retirándole su apoyo. “Mubarak y el rey Abdullah no son sólo aliados, son buenos amigos, y el rey no está dispuesto a ver cómo su amigo es dejado de lado y humillado”.

Semejante amenaza podría explicar el estatismo de EEUU a la hora de pedir reformas democráticas al régimen egipcio así como la salida del dictador, única exigencia de los millones de personas que han tomado las calles. De hecho, hace dos semanas, cuando las manifestaciones masivas ya anticipaban lo peor, el vicepresidente norteamericnao Joe Biden sorprendía a todos afirmando que Mubarak “no es un dictador” y rechazando al presunción de que le haya llegado la hora de abandonar el poder.

A medida que avanzaron los días y las protestas, el apoyo de Washington se matizó hasta transformarse en una crítica afilada hacia la permanencia de Mubarak en el poder hasta las próximas elecciones, previstas en septiembre. Lo mismo pasó con los gobernantes árabes, temerosos de seguir el mismo camino que Mubarak, quienes han dejado de pronunciarse sobre la crisis egipcia. Sólo los dirigentes israelíes han alzado la voz inequívocamente para apoyar a Mubarak: si bien es comprensible, dado que el rais preside el primer país que acometió la paz con Tel Aviv y se ha revelado como el mayor socio estratégico de Israel en todo el mundo árabe, la postura explícita del primer ministro Benjamin Netanyahu y del presidente Shimon Peres no ha hecho ningún favor al presidente egipcio, más bien al contrario: ha alentado las peticiones de dimisión del dictador, al que muchos califican de traidor pro israelí.

Pero incluso si se hubiera confirmado la marcha de Hosni Mubarak, eso no habría implicado que en el país de los faraones vaya a imponerse una democracia. Muchos egipcios están transmitiendo mediante las redes sociales su temor a que se trate de un golpe de Estado militar, una toma de poder pacífica que aprovecha la debilidad del régimen y que podría terminar imponiendo como sucesor al propio Omar Suleiman, el siniestro jefe de la Inteligencia hasta hace unos días, alto cargo militar, hombre de la CIA y apuesta israelí de pasado torturador para lograr que, aunque cambien las caras, el régimen siga siendo el mismo.

Ese es el gran riesgo. Pero lo histórico es que el pueblo egipcio haya invertido el miedo al régimen inoculando terror en el seno del propio régimen. Ahora, si Suleiman o los militares pretenden eternizar su régimen represivo saben a lo que pueden enfrentarse en las calles. La revolución egipcia ha supuesto un punto de inflexión en la tradicional forma de gobierno autocrático de todo el mundo árabe. Mubarak es un símbolo, y no cualquiera: él se creía el padre de los musulmanes suníes de todo el mundo. Ahora, los dictadores están advertidos: los regímenes de terror son vulnerables porque sus poblaciones ya no tienen miedo.

3 Comments
  1. OLC says

    Increible lo que has escrito, muy bien escrito y con conexion.

  2. OLC says

    Internet a tenido un papel muy importante, podemos disfrutar de la verdad….cada vez mas cerca.

  3. Aguila says

    Si de todo eso sale un regimen democratico ,eso seria una excepcion en el mundo arabe. Es mejor un gobierno laico que uno de fanáticos islámicos que envuelvan en llamas a todo el Medio Oriente. No se puede ser ingenuo, una masa de ignorantes en la mayoría, tan solo va a ser utilizada por intereses políticos.

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