Empujando a Yemen hacia la guerra civil

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Manifestación celebrada ayer miércoles en Saná, capital de Yemen, para pedir la dimisión del presidente, Ali Abdullah Saleh. / Yahya Arhab (Efe)

Ahora el dictador dice que entiende las manifestaciones en su contra. Que está con los jóvenes que salen por cientos de miles, si no a millones, a las calles a pedir su dimisión, que comprende los motivos que les llevan a una insurrección civil que ya se demora dos meses. Motivos como un tercio de la población desempleada, un 50% de analfabetismo, la falta de agua, un 40% de los yemeníes sobreviviendo con menos de dos dólares diarios mientras el tirano, 32 años ya en el poder, suscribe millonarios contratos con Occidente que le permiten vivir en el lujo de sus palacios ajeno a lo que ocurre más allá de Saná.

Pero Ali Abdullah Saleh dice ahora estar dispuesto a “abrir un diálogo sincero con los jóvenes” para arreglar las desaveniencias, como si eso fuera posible tras decenas de muertos. Eso equivale a admitir que todas las ofertas de diálogo realizadas hasta ahora, todas sus promesas, eran falsas. Resulta difícil de creer que tres meses después del inicio de laprimavera árabe los dictadores, desde el bahreiní Hamad bin Issa al Khalifa, hasta el sirio Bashar Asad pasando por los regímenes de Arabia Saudí, Omán o el propio Yemen, no sólo no hayan aprendido las lecciones de sus vecinos, sino que repitan sus errores acercándose cada vez más al abismo y empujando a sus países al caos. Mentir prometiendo reformas que no están dispuestos a asumir, reprimir con violencia marchas pacíficas, amenazan con el caos si les obligan a marcharse, volver a prometer que cambiarán...

Saleh está solo pero se mantiene en el cargo y amenaza con morir matando. Eso implica inestabilidad y unas enormes posibilidades de guerra civil a no ser que quien ahora le sostiene, los aliados regionales y occidentales que ven en él la única garantía de que sus intereses resultarán intactos, le dejen caer. “Si el contrato social de Yemen se deshace, que Dios lo impida, entonces lo que está ocurriendo en Libia será una merienda comparado con lo que va a ocurrir allí”. El negro presagio de Tareq al Homayed, director del diario árabe Asharq al Awsat, es compartido por demasiados analistas de la región ahora que al dictador de Yemen se le han desmoronado bajo sus pies los tres pilares que sostuvieron su régimen: el estamento militar, el liderazgo religioso y las tribus.

El 'número dos' del Ejército, Mohamed Ali Mohsen al Ahmar, de la mano del presidente, Ali Abdullah Saleh, en una imagen de archivo. / Efe-Stringer

El número dos del Ejército, el general de División Mohamed Ali Mohsen al Ahmar, dejó en ridículo a su hermanastro, el presidente, el lunes cuando anunció su apuesta por los manifestantes. A él se sumaron decenas de altos oficiales que comenzaron a desfilar por la plaza de la Universidad de Saná donde se acampana cientos de jóvenes desde hace semanas para exigir el final de la dictadura. Ali Mohsen sacó a los tanques para proteger a los yemeníes, y en todo el país diferentes unidades militares siguieron sus pasos. Los religiosos, empezando por el líder Abdul Majid al Zindani -uno de los clérigos suníes más respetados a nivel mundial- lo habían hecho semanas atrás, y un día antes de la insurrección militar la tribu más importante del país, los Hashed, habían anunciado que abandonaban al presidente por boca de su máximo líder, Sadiq al Ahmar, sumándose así a otros muchos clanes del país. Lo más relevante es que Saleh es un miembro de los Hashed y que la tribu era su principal soporte social.

Se podría argumentar que ya ni su familia le quiere, pero lo cierto es que su peculiar sentido de gobernar, que llevó a acaparar todos los cargos civiles y militares con parientes, le garantiza el apoyo de algunas divisiones militares. La Guardia Presidencial y las fuerzas especiales, dirigidas por su hijo Ahmed Ali, también han sacado a sus carros de combate a las calles para defender a papá. También uno de sus sobrinos más fieles, Yahia Mohamed, tiene a su cargo a uniformados pero parece que el grueso del Ejército regular es poco afín al tirano.

¿Habrá entonces guerra civil, como temen algunos? “Sólo hay dos posibilidades: que Saleh se marche o enfrentamientos en las calles. Y Yemen está harto de guerra, no queremos más combates y devastación”, lamentaba en declaraciones a Al Jazeera el embajador recién dimitido de Yemen ante la ONU, Abdullah al Saidi“Espero que la razón prevalezca y que Saleh abandone pacíficamente”, añadía. Otros muchos diplomáticos han dimitido estos días, al igual que decenas de diputados del partido de Saleh y cargos oficiales, incluidos ministros y asesores presidenciales.

Para los analistas árabes y occidentales, la única razón por la que Saleh se mantiene aún en el poder es porque Estados Unidos y Arabia Saudí, sus grandes aliados, le impiden caer. “Durante muchos años, la Administración norteamericana ha proporcionado ayuda militar y entrenamiento a las fuerzas de elite y a las unidades de Inteligencia bajo el mando del hijo y los sobrinos de Saleh”, diseccionaba en un artículo publicado en la web de la BBC Ginny Hill, responsable del Foro sobre Yemen del think tank británico Chatham House. “La Casa Blanca está nerviosa ante la posibilidad de perder sus relaciones con los poderes locales, que han estado deseosas de participar en las operaciones antiterroristas de Estados Unidos”.

Saleh era el hombre clave de Washington y Riad en Yemen, sede de la sucursal de Al Qaeda en la Península Arábica -de donde han partido varios atentados contra objetivos saudíes y norteamericanos- y firme candidato a convertirse en la nueva Somalia. Lo tiene todo para ser un país fallido: un tejido social desestructurado por la falta de educación, la pobreza y la desesperación -dos tercios de la población es menor de 24 años y muy susceptible a ser captada por Al Qaeda, muy presente en el centro del país-, un movimiento secesionista en el sur y una rebelión huthi (chií) en el norte, que exige el final de la discriminación del régimen suní. Y se reveló como un socio extraordinariamente servil: permitía que EEUU bombardease supuestos objetivosterroristas y asumía él su autoría, como demostraron las filtraciones diplomáticas de Wikileaks.

Yemen no es Libia, y Yemen se transformará en un infierno en la tierra para sus ciudadanos y los del Golfo, en particular para Arabia Saudí [si Saleh continúa en el poder]. No sólo están presentes Al Qaeda y los huthi, también numerosas tribus, una población civil armada y los secesionistas del sur. Ese es un cóctel mortal, así que ¿es lógico permitir que Yemen se precipite a los abismos?”, se interrogaba en el citado editorial el director de Asharq al Awsat. “El régimen debe entender el momento en el que vive para evitar los errores del régimen egipcio. La pelota está en el tejado de Ali Abdullah Saleh, y en el tejado de quienes tienen influencia sobre él”.

La salida de Saleh depende ahora de los preparativos emprendidos por las fuerzas locales, regionales e internacionales. Parece, tras el amplio movimiento de militares adhiriéndose a la revuelta pacífica, que la cuenta atrás ha empezado para él”, consideraba el diario libanés Al Akhbar.

En Arabia Saudí, que comparte centenares de kilómetros de frontera montañosa con Yemen, se ha creado una célula de crisis al más alto nivel, informaba el diario local Elaph, que estudia con sus contrapartes norteamericana y británica cómo relevar a Saleh sin que sus intereses queden afectados. O lo que es lo mismo, cómo robarle la revolución al pueblo reemplazando al dictador por otra figura comprometida con sus preocupaciones. “El peor escenario que podría ocurrir para los tres países es que la salida de Ali Abdullah Saleh se realice sin reemplazo, porque entonces Al Qaeda llamará a sus puertas”, consideraba una fuente citada por Elaph. “Eso abocaría a Yemen, una mezcla topográfica de desiertos y montañas desoladas, a una era oscura que se prolongará muchos años”.

Por el momento la espera de la dimisión sólo perjudica a Occidente, según muchos analistas. “Cuanto más tiempo traten los oficiales norteamericanos de mantener a Saleh y a su familia en el poder, más riesgo habrá de que sus propios intereses resulten dañados. Los yemeníes están furiosos porque las unidades respaldadas por EEUU (…) hayan jugado un papel primordial en la represión de las protestas democráticas”, señalaba Ginny Hill en el citado artículo. Para el viernes se prepara una protesta masiva que tomará todo el país. Será otra prueba de fuego para el sufrido Yemen.

2 Comments
  1. M.A.R. says

    Seguramente pocos pudieron imaginar cuando les llegó la noticia de que un joven tunecino, Muhammad Buazizi, harto de humillación, desesperanza e injusticia, decidió protestar contra esa situación de la manera más radical que un ser humano puede hacerlo, con su propia vida, quemándose, que esas llamas pudieran prender hasta el punto de hacer caer en pocos días al régimen que le sojuzgó durante años a él y a otros tantos como él.
    Menos aún pudieron pensar que esas llamas seguirían extendiéndose hasta prender en otros muchos rincones donde la humillación, la desesperanza y la injusticia no son menores que las que oprimieron a Buazizi. Así hemos podido ver como las chispas de ese incendio han saltado a casi todos los rincones del norte de África y Oriente Próximo.
    Las llamas devoraron rápidamente al régimen tunecino. La sorpresa, sin duda, contribuyó a esa voracidad. De Túnez las chispas saltaron a Egipto y el incendio comenzó; ahí la sorpresa ya no existía. Egipto es un gran bosque para la política americano-sionista, es el guardián de la seguridad del ente sionista de Israel, no podía permitirse su caída en manos dudosas.
    Por otra parte, el régimen egipcio llevaba meses de convulsiones internas entre Hosni Mubarak que quería legar Egipto a su hijo Gamal, y los militares, auténticos detentadores del régimen, que no aceptaban esto entre otras cosas porque Gamal no es militar.
    Las Fuerzas Armadas egipcias jugaron sus cartas con maestría, han sido capaces de cambiarlo todo -realmente prácticamente sólo a Mubarak- para que nada cambie. La población se siente satisfecha, los americanos y los sionistas aliviados y, además de asegurarse continuar con el control del régimen con los mínimos matices cosméticos necesarios, su imagen pública ha salido reforzada.
    En Yemen, Libia, o Bahrein las chispas también prendieron con fuerza pero con desigual resultado.
    En Libia han desembocado en una extraña guerra civil y una no menos extraña intervención internacional de la que aún no sabemos que resultará.
    Por el contrario en Bahrein, fundamental aliado de los EE.UU., los mismos que se han rasgado las vestiduras por la brutalidad de los crímenes del régimen de Qaddafi, han propiciado, amparado y encubierto una cruel represión a sangre y fuego, con ocupación militar extranjera incluida, contra quienes, de la manera más pacífica y ordenada que se ha visto en la zona hasta el momento, no exigían más que una mínimas reformas democráticas que ni tan siquiera cuestionaban la legitimidad de la absolutamente ilegítima monarquía reinante. Tras la visita al reino del Secretario de Estado de Defensa norteamericano, Robert Gates, sangre, pólvora y silencio fue la receta.
    La situación de Yemen, también incierta hasta el momento, donde la represión interna ha sido mucho más cruel que la habida en Libia antes del inicio de la guerra civil, tampoco parece despertar el interés del humanitario occidente por su población oprimida y seguramente no será casualidad que el régimen gobernante en Yemen sea otro fiel aliado de loa EE.UU. en la zona. Mientras se encuentra una solución “aceptable”, ya que una solución a la egipcia no parece poder darse pues las Fuerzas Armadas yemeníes, a diferencia de las egipcias, no se presentan como una institución monolítica y con una postura única, las protestas populares continúan y con ellas las muertes e incluso las matanzas, así cómo también la ausencia de solidaridad con esa población.
    Y mientras tanto la alianza americano-sionista intentó sacar ganancia de este revuelto río y pretendió, sin éxito, reactivar una de esas revoluciones de colores que a través de la CIA, la Fundación Soros, la organización USAID, o el National Edowment for Democracy, fomentaron en la primera década de este siglo para acabar con gobiernos poco amigos, especialmente -aunque no sólo- en países independizados de la antigua Unión Soviética. La República Islámica de Irán sigue mostrándose como un hueso duro de roer para esta coalición “libertaria”, y esa revolución, la verde la llaman ellos, a pesar de todo el apoyo político-mediático del que por supuesto no dispondrán los manifestantes bahreiníes ni yemeníes, ni jordanos ni marroquíes si finalmente allí la llama revolucionaria también prende, ha tenido aún menos gas que cuando se planificó originariamente en el año 2009.
    Pero la semana pasada irrumpió una nueva pieza en este ajedrez, una pieza fundamental, la única capaz de cambiar la situación de todo el tablero, la auténtica reina, Siria.
    Unas protestas de dudoso origen, unas armas que disparan sin saberse quien las empuña, unos muertos fundamentales, una información premeditadamente manipulada como ha tenido que reconocer el corresponsal de la agencia británica Reuters, Jaled Yacub Oweis, quien ofreció una imágenes de la supuesta rebelión Siria que en realidad fueron tomadas en Egipto, como aquel cormorán embetunado que por arte de birlibirloque se trasladó de Alaska a Iraq en plena Guerra del Golfo, son los pedernales con los que se ha pretendido lanzar la chispa que prenda en una población, como la siria, que posiblemente tenga también sus propios motivos de queja.
    Pero es muy difícil creer en la espontaneidad de este caso. Máxime cuando hace unos días se conoció que una célula del Mossad actuaba desde el norte de Iraq, donde esta organización campa a sus anchas especialmente en el Kurdistán, para promover disturbios internos en Siria, o que una reciente convocatoria vía SMS para realizar manifestaciones antigubernamentales en Siria ha tenido su origen en Israel.
    Esto hace recordar el desmantelamiento en Líbano, a finales de 2010, de la red de espías a servicio del ente sionista que tenían controlada la totalidad de la red de telefonía móvil libanesa, con ramificaciones también en Siria, y la pertinaz campaña que los cómplices de Israel en el Líbano, la denominada Alianza del 14 de Marzo encabezada por Saad Hariri y el criminal de guerra Samir Geagea, llevaron a cabo en 2008 para intentar impedir que la Resistencia mantuviera su propia red de comunicaciones, esta sí por cable y no controlada por Israel, la cual fue una de las armas decisivas del triunfo contra los sionistas en la guerra de 2006.
    El beneficiario inmediato de un posible cambio de gobierno en Siria es el ente sionista de Israel, pues sin duda cualquier nuevo gobierno dejaría de mantener las relaciones que el actual tiene con la resistencia antisionista, principalmente con Hizbullah, con Hamas y con otros grupos palestinos, así como con la República Islámica de Irán, todos ellos los mayores enemigos del ente sionista.
    Que la chispa provocada pudiera prender en el pasto sirio sería la mejor de las noticias para la coalición americano-sionista, pero Siria no es Túnez ni Egipto, ni mucho menos Libia.
    Siria es la puerta del control de Oriente Próximo, y al igual que hay muchos interesados en poder derribarla, también los hay empeñados en mantener a estos lobos alejados de esa puerta. La Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, ha asegurado que los EE.UU. no planean intervenir en Siria, pero no es porque no quisieran, sino porque no pueden, porque saben que atacar a Siria no saldría gratis como sí lo es atacar a Libia. Atacar a Siria implicaría una inmediata guerra, cuanto menos regional desde Palestina hasta Irán, de la que seguramente el hijo putativo de los EE.UU., el ente sionista de Israel, no saldría bien parado, y este es un precio que hay que sopesar mucho antes de lanzarse a una aventura incierta.

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