Oportunidades perdidas

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Un soldado libanés observa a una refugiada y a su hijo cruzando el puesto de Bouqaya. (Mónica G. Prieto)

Como en el caso libio, hay dos visiones radicalmente diferentes de la insurrección popular siria: según la oficial, divulgada por los medios estatales, terroristas y salafistas armados y financiados desde el exterior se esconden tras las manifestaciones por órdenes de potencias extranjeras que buscan la desestabilización y la caída de Bashar Asad. Según los activistas, es el pueblo quien se ha levantado en exigencia de reformas y su única arma es la pérdida del miedo que siempre sustentó al régimen.

A priori caben pocas dudas de cuál de las dos hipótesis se acerca más a la realidad, sobre todo teniendo en cuenta que Bashar Asad dirige una dictadura militar y que la represión y la ausencia de libertades han sido marca de la casa desde el golpe de Estado por el que su padre llegó al poder. Amnistía Internacional lo confirma, los centros internacionales de análisis lo confirman, el gran número de disidentes que han terminado en prisión ya antes de las protestas lo confirma y las denuncias de torturas de la muhabarat, el servicio de Inteligencia, lo confirman.

Dado que el régimen impide a los periodistas entrar en el país para observar los hechos de forma independiente -otro motivo de sospecha- no hay forma, sin embargo, de calibrar los acontecimientos. La única y tibia oportunidad de tener contacto directo con los manifestantes tuvo lugar en el norte del Líbano hace unos días, cuando unos 3.000 sirios lograron escapar del cerco militar contra su ciudad atravesando a pie un puesto fronterizo ilegal y pudieron contar así lo que está ocurriendo en el interior del país.

El pasado jueves me entrevisté con una quincena de estos refugiados. Vencer su miedo a hablar fue difícil -sólo accedieron tras garantizar que sólo tomaría notas de las conversaciones y que no divulgaría nombres o señas de identidad- porque, como bien argumentaban, ellos tienen que regresar y temen la reacción del régimen cuando lo hagan. Una vez derrumbado el temor, los testimonios coincidían en lo esencial y en buena parte de los detalles: son todos suníes, provienen todos de la misma localidad, Tall al Kalah, situada a siete kilómetros de la frontera libanesa, y la mayoría de las entrevistadas -14 eran mujeres, sólo un varón- admitía haber estado participando en las protestas desde hace tres semanas.

Confirmaron que Tall al Kalah se contagió del espíritu revolucionario siguiendo el ejemplo de Daraa, la localidad sureña pionera en el alzamiento popular en reacción a la detención de 15 adolescentes. Los motivos que movían a los vecinos de Tall al Kalah fueron diferentes: exigían la liberación de centenares de hombres detenidos hace dos años y desaparecidos desde entonces. Sus familiares confían en que estén en prisión, pero por lo general se sospecha que están muertos. El régimen, relatan, inició en 2009 una campaña de detenciones arbitraria para acabar con el contrabando al vecino Líbano: en la redada cayeron inocentes y presuntos contrabandistas. "Les pusieron una bolsa en la cabeza y nunca más les volvimos a ver", relataba una mujer de unos 40 años, que sigue esperando el regreso de su marido.

Aquellas desapariciones y el valiente ejemplo de Daraa, de Túnez, de Egipto, de Libia o de Bahrein les llevó a las calles. "Al principio sólo eran los jóvenes, pero unas semanas después nos sumamos todos: todos queremos que caiga este régimen", explicaba sin tapujos otra entrevistada. "Nuestros chicos sólo tienen palos, los oficiales sirios han sacado los tanques", chasqueaba los dientes una siria con un bebé colgado de la cadera. En Tall al Kalah, como en Daraa o en Banyas, los carros de combate estarían cercando los accesos a la ciudad para dar una lección que disuada de cualquier nueva protesta, explicaban los refugiados. El régimen ha cortado el agua, la electricidad, hay francotiradores en los tejados...

Nada de todo esto me sorprendió. Está ocurriendo en otras ciudades sirias y los activistas, aferrados a sus teléfonos satélite o a móviles conectados a la red telefónica jordana -imposible de desconectar por Damasco- siguen contándolo. Lo que más me chocó fue que los entrevistados, todos sin excepción, exculpaban al presidente Bashar Asad de los acontecimientos. "Todo es culpa de Maher", decían en referencia al hermano menor del rais, responsable de las fuerzas especiales implicadas en la represión. "Bashar es bueno, él debe permanecer en el poder, pero debe deshacerse de su hermano y de su corrupta familia para limpiar el régimen", explicaba una refugiada. "No tenemos nada en contra de Bashar Asad, él es nuestro presidente, pero debe escuchar las demandas del pueblo y olvidarse de los consejos de su círculo", decía otra unas casas más allá. "Pero el presidente sabe lo que está pasando, lo sabe y lo permite", insistía yo. "Le engañan. El no sabe la realidad, si lo supiera haría algo para parar a Maher".

El largo camino de vuelta desde Bouqaya, en la frontera norte del Líbano, hasta Beirut lo pasé reflexionando en la exculpación general de Bashar Asad. Su pueblo le exime pese a haber enviado a los soldados a combatir contra los manifestantes, a los carros de combate a disparar contra los ciudadanos, pese a las 8.000 detenciones y desapariciones que se calcula se han producido en las últimas semanas, pese a las torturas de todo aquel sospechoso de haber tomado parte en las protestas, pese a las amenazas...

Pese a todo ello su pueblo no quiere su caída, sólo quiere algo de justicia: el final de la impunidad de Maher Asad, el fin del régimen de terror impuesto por la muhabarat y reformas democráticas que les lleve a elegir a sus políticos, probablemente con Bashar como figura institucional. Tras 10 años en el poder, el rais no es tan odiado como lo eran Ben Ali, Mubarak o como lo es el yemení Ali Abdullah Saleh. Y sin embargo, Bashar Asad está perdiendo la oportunidad de acometer dichas reformas y ganarse aún más a su pueblo empleando una violencia desmedida contra los manifestantes. Habrá que ver cuánto les dura su devoción por un líder que bombardea a sus ciudadanos.

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