El Carruaje Negro

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Soldados turcos se fotografían mostrando a un grupo de alevis apresados durante las operaciones de limpieza. / Binboga

Muchos de los deportados de Dersim el año 1938 nunca habían visto un tren; por eso, cuando eran conducidos a aquellos lúgubres vagones para ganado, le llamaron “el carruaje negro”. No hay cifras exactas de los supervivientes del genocidio, pero se calcula que aproximadamente el 10 por ciento de los 70.000 habitantes de esta región turca sobrevivió a las masacres perpetradas por el Ejército entre marzo de 1937 y abril de 1938.

Quienes salieron con vida del infierno fueron divididos en pequeños grupos familiares, disgregando de esta forma los lazos entre clanes y tribus. Después, por vía férrea fueron alejados cientos de kilómetros y dispersados por otras partes de Turquía. Dersim (la Puerta de Plata en lengua kurda) quedó totalmente deshabitada y lo ocurrido borrado de la Historia y de la memoria colectiva, igual que su nombre, sustituido desde entonces por el turco Tunceli (Puño de Bronce).

Una columna de deportados de Dersim es conducida al destierro. / Dersim

Desde hace años, varias asociaciones se esfuerzan en recuperar los documentos, recuerdos y fotografías de esta desconocida campaña de limpieza étnica, que apenas tuvo repercusión internacional debido a que esos años la Guerra Civil española centraba todas las miradas del mundo. Ya se conocía buena parte de lo ocurrido gracias al libro escrito en el exilio por Nuri Dersimi, uno de los deportados, y también por las investigaciones del etnólogo holandés  Martin van Bruinessen y de Ismail Besikci, sociólogo turco que pagó con la cárcel su atrevimiento.

Ahora, a partir de este mes de mayo,  por primera vez se puede ver en Turquía una producción cinematográfica con imágenes y testimonios de unos hechos que horrorizaron a los  propios soldados que intervinieron en las operaciones.

El documental Kara Vagon (Carruaje Negro), dirigido por Ozgur Findik, relata algo negado oficialmente y que, según las últimas investigaciones, habría supuesto la culminación del Genocidio Armenio de 1915. Esta sería precisamente una de las grandes novedades del trabajo realizado en estos últimos años por las asociaciones dedicadas en Turquía a la recuperación de la memoria histórica.

Hasta ahora, se pensaba que el genocidio de Dersim había afectado solo a las tribus kurdas de religión alevi, de forma especial a las que vivían en el macizo de los montes Munzur. Sin embargo, los testimonios recuperados así como la correspondencia de algunos diplomáticos indican que muchas de las víctimas eran armenios y que en la brutalidad de las matanzas influyeron determinantemente las motivaciones religiosas, ya que para los suníes el alevismo es una herejía despreciable.

El río Munzur, por el que bajaban flotando los cadáveres, en la actualidd. / Manuel Martorell

Los alevis, también llamados “kizilbash” (cabezas rojas), que siguen un credo sincrético con influencias cristianas y zoroastrianas, habitan una gran extensión de la Anatolia Oriental, componiendo en la actualidad una comunidad diferenciada del resto de los turcos de más de diez millones de personas. Debido a esta peculiaridad, los alevis han convivido durante siglos con los cristianos armenios, a muchos de los cuales protegieron en sus recónditos valles durante las matanzas generalizadas a comienzos de siglo. “Sois armenios; ateos kizilbash”, recuerdan los supervivientes que les insultaban durante el traslado. Según algunos testimonios, cuando identificaban a algún armenio, lo hacían bajar del tren, lo circuncidaban y después le cambiaban el nombre: “Ahora ya eres musulmán”, le decían.

El origen del genocidio tuvo que ver con la necesidad de la República recién fundada (1923) por Mustafá Kamal Ataturk, de imponer “la ley y el orden” en todo el territorio nacional. Diez años después, Dersim era la única región no integrada en el nuevo Estado. En Dersim, las tribus alevis no mantenían una actitud hostil hacia el gobierno pero tampoco querían abandonar las viejas leyes y costumbres con las que se habían gobernado durante siglos.

Por esta razón, a mediados de los años 30, las autoridades comenzaron a reclamar el pago de impuestos, el envío de los hijos al servicio militar obligatorio y la entrega de las armas. Muchas tribus aceptaron la nueva situación pero otras, sobre todo las lideradas por el sheik Ziya Reza, se negaron a cumplir las órdenes. En marzo de 1937, el incendio de un puente de madera y el corte de una línea telefónica fueron interpretadas por el Ejército como el indicio de una rebelión en ciernes. La infantería turca lanzó una ofensiva general, encontrando fuerte resistencia en valles de difícil acceso.

Ziya Reza, el líder de la revuelta, con dos de sus seguidores tras ser apresado. / Dersim

Como habían hecho siempre en situaciones de peligro, la población se refugió en cuevas, que fueron desalojadas provocando incendios en su interior. Quienes no morían de asfixia, eran rematados a la salida y sus cuerpos tirados al río Munzur, que da nombre a estos montes. Otras grutas fueron tapiadas, emparedando así a cientos de personas. Según relata uno de los soldados que participó en estas operaciones, muchas personas, incluidas mujeres y niños, fueron quemadas vivas.

Un superviviente relata que un soldado, elevi como ellos y que, por lo tanto, hablaba el dialecto zaza usado en esta región que sus compañeros no comprendían, les advertía simulando una canción el destino que les esperaba. Este superviviente logró salvarse lanzándose al río, por cuyas aguas flotaban los cadáveres.

Tras seis meses de combates, Ziya Reza y sus seguidores se rindieron, pero las operaciones no se detuvieron y la limpieza continuó con la misma brutalidad y violencia hasta la primavera de 1938. Un decreto promulgado ese año ordenaba la deportación de los demás. Dersim quedó vacío y los deportados no pudieron regresar hasta los años 50. Hoy la comunidad elevi exige al Gobierno de Tayip Erdogán no solo el esclarecimiento de lo ocurrido y, por lo tanto, la desclasificación de los archivos militares, sino el reconocimiento de sus peculiaridades culturales y religiosas en una nueva Constitución democrática.

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