¿Quién paga el pato?

1
Barack Obama, el pasado 15 de julio, durante la rueda de prensa en la que respondió preguntas de los periodistas sobre las negociaciones con los republicanos para solucionar el problema de la deuda. / Shawn Thew (Efe)

Estados Unidos está al borde del cataclismo económico y financiero, y los políticos al mando, en lugar de esquivarlo, están simplemente preocupados en determinar quién pagará el pato, quién saldrá a los ojos del electorado como gran culpable de la grave crisis que no cesa.

A dieciséis meses de una nueva elección presidencial, demócratas y republicanos no son capaces de dejar a un lado sus intereses políticos y están enzarzados en una disputa a corto plazo para lograr mantener -en el caso demócrata- o retomar -en el republicano- el timón de un barco que se hunde.

El país necesita urgentemente aumentar su línea de crédito y así pedir más dinero prestado que sirva para pagar la pila de deudas creada por el derroche de los últimos años: dos guerras a golpe de préstamo, unos recortes de impuestos -aprobados por George W. Bush y extendidos en diciembre por Barack Obama- prohibitivos y un paquete de estímulo económico que no produjo los dividendos esperados (se quedó corto, sigue opinando el Nobel de Economía Paul Krugman).

"No somos Grecia, no somos Portugal", decía el viernes Obama intentando calmar los ánimos. Una verdad a medias, ya que si bien la situación de Estados Unidos no es de la misma gravedad, sí se encamina hacia un destino de deuda impagable, préstamos más caros y anémico crecimiento que no contiene la hemorragia ni a corto ni a medio plazo.

Por lo pronto, las tres agencias de calificación -la última Fitch de nuevo este lunes- ya se han mostrado dispuestas a revisar -e incluso rebajar- la calificación de la deuda estadounidense. Más importante aún: China, acreedor número uno, ha dado un toque.

A estas alturas todas las cartas están encima de la mesa. Los demócratas se oponen a cualquier recorte de sus sagrados programas que cada año estrangulan aún más el presupuesto nacional: pensiones y seguros públicos de cuidado médico, llamados Medicare y Medicaid.

Del otro lado los republicanos, que no quieren ni oir hablar de subidas de impuestos, después de haber ganado las congresionales de noviembre con un mensaje de austeridad y reducción del gobierno y el déficit, y tras haber forzado a Obama un mes más tarde a extender los recortes impositivos de la era Bush. Este martes seguirán machacando con la cantinela de control férreo del gasto cuando aprueben en la Cámara de Representantes, donde tienen la mayoría, la legislación de nombre pegadizo "Recorta, limita y equilibra".

Obama, por su parte, no quiere ensuciarse mucho las manos y pretende salir del atolladero con el efecto "triangulación" popularizado por Bill Clinton, que le haga ver a los ojos del clave electorado independiente como el adulto en la pelea de patio de recreo, el pacificador dispuesto al compromiso. El presidente se resiste a proponer un plan concreto para al final quedar como el outsider alejado de los malos modos de Washington, capaz de repetir campaña electoral con su manido mensaje de cambio.

Todas las partes están dispuestas a apurar el reloj. No tienen prisa. Mientras negocian entre bastidores, fijan sus posturas en la mente de la opinión pública.

Todos saben que llegarán a un acuerdo antes del 2 de agosto -esto no es Europa; en este país sí se termina tomando decisiones-, pero sólo firmarán cuando se aseguren de que su filosofía política se declara vencedora de la batalla.

Como último recurso, los republicanos tienen pensado la opción McConnell-Reid: concederle al presidente, sin muchas condiciones, poderes para que extienda el tope de la deuda. La jugada tiene truco: tendrá que hacerlo en tres ocasiones antes de noviembre de 2012, y con el voto en contra de la bancada republicana bien registrado en los libros. De esa manera salvan al país de la suspensión de pagos, pero le entregan a Obama un regalo envenenado para que estampe él solito su nombre y apellidos en un cheque que le podría costar la contienda electoral. La crisis económica, fiscal y de deuda será ya marca Obama, y no Bush.

Gane quien gane, se tendrá que conformar con una pírrica victoria política. Porque todo se limitará a un parche mal puesto en una economía maltrecha que aún no atisba la luz al final del túnel. Ya nadie sabe cómo revivir al paciente, una vez agotados todos los métodos tradicionales políticamente aceptables.

Al igual que en Europa, serán necesarios años -incluso décadas- de salarios más bajos, impuestos más altos y una severa reducción de servicios públicos, un ajuste que corrija el profundo despilfarro de las últimas dos décadas, cuando todo el mundo occidental vivió de prestado, cuando todos nos creímos mucho más ricos de lo que éramos.

Y lo peor es que algunos todavía no lo han pillado.

1 Comment
  1. M says

    Gracias, Juanma! ¡Por fin alguien me lo explica! Desde este lado del océano no es tan fácil comprender la política americana -supongo que en sentido inverso también ocurrirá a veces-. Un saludo

Leave A Reply