Obama quiere más estímulo

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Obama, ayer, durante el discurso que pronunció en una sesión conjunta del Congreso. Tras él, el vicepresidente, Joe Biden (izda.), y el presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner / Chuck Kennedy (whitehouse.gov)

En estos tiempos de reducciones de déficit, y ante la imposibilidad de implementar un nuevo paquete de estímulo económico, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, presentó ayer jueves lo que posiblemente sea la última carta que le queda.  Ante una sesión conjunta del Congreso, Obama propuso un proyecto de ley que recorte los impuestos de trabajadores y empresas.

Un plan que cuesta 447.000 millones de dólares. El punto central: Los trabajadores verán un dinerillo extra en su nómina, generada sobre todo por una rebaja de la contribución al sistema público de pensiones; lo mismo pasará con los empresarios, que además podrán obtener incentivos tributarios adicionales si contratan a más empleados. Obama puso un ejemplo: 4000 dólares por trabajador que haya estado más de seis meses en el paro.

Además, se extenderá la prestación por desempleo -la cifra de paro sigue por encima del 9%- y se invertirá en infraestructura y en educación.

"Deben aprobarlo inmediatamente", repetía Obama, párrafo tras párrafo. Más de lo mismo, dicen los republicanos.

Las palabras del presidente fueron recibidas con miradas serias de la oposición y con gesto de desinterés por parte del presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner. Sólo las sonrisas y tímidos aplausos de un puñado de republicanos más centristas podrían ofrecer algo de razón para la esperanza.

La batalla campal de este verano para la extensión del techo de deuda que terminó con un pírrico acuerdo de último minuto - y que no evitó la rebaja de la calificación de la deuda estadounidense- ha destruido la posibilidad de cualquier acuerdo bipartidista. La campaña presidencial 2012 ya ha comenzado, y los republicanos no están dispuestos a concederle una bombona de oxígeno a un cada día más impopular presidente.

"La próxima elección es en catorce meses", dijo Obama. "Y la gente que nos trajo aquí - la gente que nos contrató para que trabajáramos para ellos - no tiene el lujo de esperar catorce meses. Algunos están viviendo semana a semana, cheque a cheque, incluso día a día. Necesitan ayuda, y la necesitan ahora".

Obama no se dirigió sólo a los remolones congresistas, sino también al electorado. Su discurso, mitad político, mitad electoral, tuvo palabras específicas para el votante:

"También le pido a cada estadounidense que esté de acuerdo que levante su voz y le diga a la gente que está aquí reunida esta noche que quieren que actúen ahora. Díganle a Washington que no hacer nada no es una opción. Recuérdenles que si actuamos como una nación, como un pueblo, está en nuestro poder el enfrentar este reto".

Y de hecho, en la tarde del jueves, envió a sus seguidores un correo electrónico, con enlace a su página de campaña, en el que pedía su apoyo para ejercer más presión y así lograr la aprobación de su plan.

Obama tuvo que aguantar el desaire de los republicanos del Congreso, que le obligaron a cambiar la fecha de su discurso, del miércoles al jueves, para que no interfiriera con su enésimo debate televisado de la temporada -y primero en el que participaba el gobernador de Texas Rick Perry, nuevo favorito en la contienda.

Perry se ganó el aplauso del público congregado en la Biblioteca Reagan de Simi Valley, California, con su desprecio por las teorías del calentamiento global y calificando de fraude piramidal el actual sistema público de pensiones.

Y es que mientras los estadounidenses comienzan a bostezar con un presidente amante de grandilocuentes discursos, una especie de catedrático universitario de modales refinados, cada vez más y más americanos miran al pasado y vuelven a añorar la figura de mandatario cowboy, político de estilo tosco y campechano.

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