Turquía se prepara para liderar el nuevo Oriente Próximo

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Una multitud rodea al primer ministro turco, Tayip Erodgán, y al jefe del Consejo de Transición Nacional, Mustafa Abdul Jalil (en el centro), a su llegada a la Plaza de los Mártires de Trípoli, este jueves. / M. Messara (Efe)

El nuevo Saladino no es árabe. Se llama Recep Tayip Erdogan y es el líder islamista a quien muchos árabes profesan devoción en estos días, cautivados por su firmeza, su relativa independencia y su nacionalismo.

El primer ministro turco ha asumido un papel para el que faltaban candidatos en una región controlada por tiranos, familias enquistadas en el poder, aparatos de Inteligencia e intereses exteriores. Se ha transformado en el líder social que muchos esperaban, oponiéndose claramente a Israel -considerado en la región como el origen de todos los males- pero también a los propios cánceres locales, representados por las dictaduras. Y no sólo lo hace con mera retórica sino con su ejemplo: un islamista defensor a ultranza del Estado laico al frente de una Turquía democrática y tolerante, convertida en una potencia económica con un decisivo papel regional y una creciente influencia internacional que le permite más autonomía de la que se esperaba. El mensaje está claro: islamismo y democracia sí son compatibles y deben ser el futuro de Oriente Próximo.

Diez meses después del inicio de las revoluciones, Erdogan consagra su nuevo papel con una gira por el arco árabe norafricano liberado por la tenacidad de sus poblaciones (Túnez, Libia y Egipto) en la que se confirma como nueva promesa regional. Fue en El Cairo donde se dirigió, hace unos días, al mundo árabe enarbolando la causa palestina, en un discurso que arrancó ovaciones y en el que no pocos vieron mucho simbolismo, dado que fue en la ciudad egipcia donde Barack Obama se dirigió al mundo árabe con unas bonitas promesas que nunca se llevaron a cabo.

Erdogan no prometió, más bien alabó a las generaciones que han hecho posible el cambio. "Democracia y libertad son derechos tan básicos como el pan y el agua, hermanos míos", dijo en su discurso de la Casa de la Opera. "El mensaje de la libertad extendido desde la Plaza de Tahrir se ha convertido en luz de esperanza para todos los oprimidos, ya sea en Trípoli, Damasco o Sanaa".

El primer ministro turco es el primer líder regional que habla claramente a favor de las revoluciones: el resto de dignatarios sobrevive mediante la represión violenta de sus pueblos o con el temor a perder el poder. Eso tiene sus consecuencias: según un estudio del Centro de Investigaciones Pew elaborado entre marzo y abril, el 78% de los egipcios confía en Erdogan, al igual que el 72% de los jordanos o el 64% de los libaneses. El 95% de los israelíes desconfían de él.

Su apuesta por las revoluciones no parece gratuíta: más bien se trata de garantizar el futuro estratégico y económico de su país. "Turquía no es un país remoto que intenta penetrar en las políticas interna de los países árabes", escribía en Today's Zaman el comentarista Kerim Balci. "El futuro de Egipto es el futuro de Siria y Líbano y el de Irak. Ese futuro es el futuro de Turquía. No hay forma de que Turquía no resulte influida por los vientos tormentosos del otoño árabe si la primavera árabe no traen democracias establecidas".

El primer destino de su gira no ha sido elegido al azar. Egipto siempre ha sido líder -junto a Arabia Saudí- del Islam suní, mayoritario en Turquía, un papel que según muchos Ankara aspira a adoptar. También es un exitoso excenario de revolución social, la misma que defiende Erdogan cuando afirma, en su aclamado discurso, que "las legítimas demandas del pueblo no pueden ser reprimidas con la fuerza y la sangre" o que "la libertad y la democracia y los Derechos Humanos deben ser el eslogan para el futuro de nuestros pueblos". Y vive un difícil momento con Israel, tras el asalto a la Embajada propiciado por la muerte de cinco soldados egipcios abatidos por disparos del Ejército hebreo tras una ofensiva en el Sinaí. Sus muertes desataron la ira de una población que nunca comulgó con los Acuerdos de Camp David que formalizaron la paz entre Tel Aviv y El Cairo. Tras la visita de Erdogan, el primer ministro en funciones, Issam Sharaf, anunció que dichos acuerdos "no son sagrados y pueden ser revisados en cualquier momento".

Decenas de manifestantes, con una pancarta de bienvenida a Erdogán, el pasado martes en El Cairo. / bbm.gov.tr

Ambos países anunciaron acuerdos militares y económicos -se prevé elevar las relaciones comerciales entre ambos de 3.000 a 5.000 millones de dólares- que reforzarán la cooperación de ambos en detrimento de Israel. Turquía ha congelado sus relaciones con el Estado hebreo, ha expulsado al embajador israelí a causa del ataque contra la Flotilla de la Libertad de 2010 y se ha erigido en portavoz de los palestinos. La cooperación Cairo/Ankara también aumentará la penetración económica de éste último, que en los últimos años ha creado fuertes vínculos económicos con nuevos aliados regionales como Irán, Irak o Siria.

La nueva postura hacia Israel es imprescindible para entender la la simpatía de la calle hacia Erdogan. La causa palestina sigue siendo una herida abierta entre la población, si bien los líderes árabes suelen instrumentalizarla según sus intereses. "Debemos trabajar mano a mano con nuestros hermanos palestinos. La causa palestina es la causa de la dignidad humana", dijo Erdogan días antes de que el presidente Mahmud Abbas acuda a Nueva York para formalizar la solicitud del reconocimiento del Estado Palestino, un acto que cambiará completamente la estática situación del conflicto con Israel.

No es una actitud nueva para el primer ministro turco, el mismo que calificó de asesino al presidente israelí Shimon Peres en pleno Foro Económico Mundial de Davos, en 2009, cuando los aviones y tanques israelíes mataban a 1.800 personas en la franja de Gaza. Pero el empeoramiento de las relaciones sí es la confirmación de que la política de cero problemas con los países vecinos, enarbolada por su ministro de Exteriores, alma de la política externa turca, Ahmet Davutoglu, ha tocado a su fin.

No todos aprecian el nuevo papel de Erdogan. Los islamistas radicales, aquellos que desean ver a los dictadores pro-occidentales sustituidos por teocracias, repudian del ejemplo turco de democracia islamista. La vieja guardia de los Hermanos Musulmanes egipcios se ha distanciado tajantemente del turco, especialmente tras ver el recibimiento popular de una generación secular y protagonista en Tahrir que le recibió ondeando bandera. Mientras, el guía de la organización mostraba su respeto en una entrevista con Hurriyeh News. "Turquía es un modelo para los demás países de la región", decía Mohammad Badie. "Hay lazos muy emocionales entre ambos países, y han sido destacados durante nuestro encuentro con Erdogan. Y creo que esos sentimientos son mutuos". Algunos ven significativo el nombre del partido político adoptado por la hermandad: Partido de la Libertad y el Desarrollo, que recuerda poderosamente al Partido de la Justicia y el Desarrollo de Erdogan.

Otra de las críticas a Erdogan es que instrumentalize la causa palestina -como lleva haciendo Washington desde hace décadas- sabiendo la sensibilidad del problema en lugar de cargar contra situaciones más perentoreas como la represión en Siria. "Las masas árabes han crecido cansadas de consignas vacías, y están convencidos de que la causa palestina es el tema fácil de algunos líderes regionales para ganar puntos, y eso es lo que hace el régimen de (Bashar) Assad", escribía el director del Ashar al Awsat, Tariq Alhomayed, en un artículo titulado Erdogan de Arabia, pero... "Aquí parece que Erdogan ha olvidado una importante lección de la herencia cultural árabe: la injusticia de los más cercanos produce más dolor y sufrimiento que la hoja de una espada afilada".

Es cierto que Turquía cerró la brecha que le separó de Siria durante la guerra fría mediante acuerdos y que incluso medió para que Damasco alcanzase un acuerdo de paz con Israel. Sin embargo, Erdogan es hoy por hoy el líder regional que más claramente se está pronunciando contra la dictadura de Bashar Assad y su país el que más activamente trabaja con la oposición siria albergando cumbres y dando asilo a refugiados. El sultán Erdogan ha movido sus fichas, y según muchos analistas esto es el principio del nuevo Oriente Próximo. ¿El principio del neo-otomanismo, como lo llaman algunos? Es difícil de predecir, pero la calle árabe está hoy por hoy con Turquía.

2 Comments
  1. Zinar Ala says

    Hola Mónica,

    Ante todo decirte que me gustan mucho tus reportajes y crónicas sobre el Oriente Medio.

    En este artículo soo quería aclarar que el auténtico Saladino tampoco era árabe. Copio este dato de la wikipedia: Saladino nació en Tikrit, (en la provincia actualmente llamada Salah ad Din en su honor, en Irak), donde su padre Ayyub, era gobernador. Su familia era kurda, originaria de Dvin en la Armenia Medieval.3 4 Como muchos kurdos en aquella época, eran soldados al servicio de los gobernantes sirios y mesopotámicos.

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